¡Dime una adivinanza! Soñar la vida del revés ―la muerte
es el comienzo― y descender
hacia el pasado con uñas y dientes, desentrañar
años de miseria y decepción, mesas puestas,
paseos sin límite.
en una imagen repugnante y osada, como si anduviese
constipado, conspirado, atiplado y como inerme. Las
palabras, sin ángel,
brotan desangeladas, nada voladoras, nacen a ras de suelo
―si no muertas―, organizan
tómbolas benéficas y pierden al rojo todo lo que importa.
expuestas a la corrección y el despropósito (tal vez).
Desde que los ángeles nos han abandonado. Hay
un terso resplandor pero a lo lejos, existe una tierra
incógnita pero es la de siempre.
para el luto y el significado, que atraviese el verso y
lo desangre. Aquí la música crece como la mala
hierba, una montaña de grava fácil de escalar, pero tan
árida,
tan irresistible.
de alguna palabra impronunciable, en busca de algún
extracto extrañamente antipoético;
besamos el suelo infame que ha (des)hollado el Arte con
sus zapatones de payaso, sus botas altas de general
fascista. Adivinamos el nombre de la rosa entre metales y
púrpura, grabado en el árbol que se han llevado las nubes;
ah, este recuerdo
todavía impensable, aire entre las manos, metáfora del
fuego que algún día
habrá de contemplarnos.
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