domingo, 19 de octubre de 2014

carver hacia lórien


Ha susurrado la palabra mágica, se han abierto los cielos y un carruaje
estelar ha saltado al vacío con la vehemencia del rayo. Ha salido de un cuento escrito en la línea de Carver
(remix con los hermanos Grimm). La fantasía sobre su cabello es un clásico entre las hadas. Oh, pero su historia
se remonta a los orígenes, a la Cuarta Internacional de la Esperanza, un ciclo permanente con el futuro por estandarte,
pues siempre ha existido un ansia de justicia, pero nunca una voz como la suya, voz que prologa las palabras,
paladea el lenguaje, que enternece el ambiente y besa su sonido incluso en pleno vuelo.

Ella no necesita morder la manzana ni preguntarle al espejo quién es la más hermosa. Príncipes sin reino
suspiran por su boca, están locos por ella los pequeños poetas que no saben decir te quiero
sin deshacerse en lágrimas y los chicos del barrio que llevan media vida haciendo las maletas. Su cuento empieza
en un castillo de renta limitada dentro de una colonia futurista. Todos sus hermanos la protegen.

La banda sonora amplifica un sinfín de sirenas, carrusel de alarmas y, a lo lejos, el furor de las bocinas estallando en la calle.
Fábricas y ambulancias, coches de policía. Las ambulancias que siempre llegan tarde al drama, llegan
cuando la sangre ha facilitado la migración del espíritu y los huesos han tallado su fosa a cielo abierto. La fábrica
es una fábrica de huesos rotos y espaldas encorvadas, sus máquinas producen fósiles,
llevan una contabilidad de tragedias. Hay furgones blindados por todas partes que transportan sudor y vidas confiscadas.
La policía siempre está esperando una llamada perdida.

Ella posee su garganta, escuela de jilgueros, su boca que humedece el silencio, su carpe diem a pesar del arte
que se pierde en el bosque y va siguiendo un rastro de cruces. Ella que también es larga espuma y acaso
vaya siguiendo su metáfora hasta el mar, el mar que la persigue con su tradición de olas (¿o es un vestido azul?).
El poeta minúsculo, que apenas hace pie, se ahoga en un vaso de agua, pero conoce un cuento con final feliz.
Y ya no hay barca posible que escurra la tempestad, lluvia que lave la pereza de sus ojos negros.

La cárcel está llena de sueños y vacía de historia. Ella está en la puerta y golpea el suelo con su vara mágica,
digna como una Princesa de Lórien, vibra el espacio y los muros se rinden al estruendo y las puertas revientan
como cáscaras de nuez dejando escapar oleadas de espanto, gruesas formas de olvido. En concreto, están las puertas,
los portones con candados, con cerrojos, cadenas, cerraduras a prueba de ganzúas sin escrúpulos,
cajas fuertes, cajas de seguridad, cámaras acorazadas y habitaciones del pánico. Todas cámaras mortuorias, frigoríficas,
la que abrió el señor Grady y la del Faraón, todas que saltan por los aires anunciando un proceso elemental, una justicia
rectificadora. Están las murallas de la patria, las verjas ominosas, la gran muralla china que se ve
desde las naves invasoras, la tapia que resguarda el huerto de los chavales traviesos, la valla fronteriza
y las de los cien metros vallas. Todas en mil pedazos, borrón y cuenta nueva.

Es hora de escuchar a alguien que tenga su canción para el instante. La calle está vacía, ni motores en marcha sobre el puente.
Las estrellas están agazapadas en favor del sol, que se emociona. Ni siquiera la nieve tiene que caer.
El espejismo debe continuar. Hay un coche de caballos parado bajo el último balcón esperando a la novia
y las palomas se aburren soberanamente. Es cuando se produce la masacre
lírica y Keny abre unos ojos grandes como monedas de oro, brillantes como tiernos paraísos.




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