Se inventaron los dioses para esconder
la verdad, pero la verdad resplandeció.
La conciencia vino a sustituir a la
divinidad, las almas fueron desterradas a su ámbito literario, artístico
(donde les fue tributado un caluroso
recibimiento). Entonces muchos se rumiaron que se había completado el ciclo
(en tanto no se tuviese constancia de
la existencia de otros seres inteligentes). Mas algunos rebeldes sostuvieron,
en contra del criterio científico, la
intuición genial de que no sería raro que la materia oscura
hubiese hallado el modo de generar su
propia conciencia, seguramente opaca
a nuestras prospecciones, del mismo
modo que nosotros seríamos insignificantes y traslúcidos
a la indagación de sus entes
tenebrosos.
Pues no parece lícito ni oportuno que
el pequeño hombre se arrogue la exclusiva del entendimiento universal.
La materia oscura construye espacio con
herramientas poderosas -explicaron- ¿qué nos hace pensar que no ha desarrollado
la capacidad de observar y observarse,
de identificar y analizar la realidad de su entorno,
de comprender los mecanismos profundos
que rigen el destino del cosmos? ¿En serio la humanidad se cree
tan especial como para negar su propio
y discreto discernimiento a otras formas de vida basadas
incluso en paradigmas diferentes y
probablemente tan aptas al menos como ella para la percepción básica de lo real?
A menudo es preciso despeñarse desde un
acantilado -risco arriesgado y terrible-, es necesario hacerse tanto daño
para entender que nuestro concepto
existencial es apenas una aproximación débil a la verdad de los
acontecimientos,
que registramos solo una ínfima
fracción de lo que ocurre e imaginamos solamente una mínima parte de las
posibilidades
de relación entre partículas conocidas
y desconocidas que presenta nuestro universo observable.
Por no hablar de las que puedan tener
lugar más allá de nuestra incierta fantasía.
Ahora resulta que dios no ha muerto,
simplemente es un dios oscuro.
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Se despierta y abre unos ojos bárbaros.
Hay tantos que la aman que uno más....
Procede afirmar que todos los
amaneceres son un fiasco, un convoy de gasolina, malos decorados de western.
Aparece el sol y se arrima a la
existencia con su famélica ascensión de vapores y cortinas de humo,
es un desecho de luz este alba
mínimamente furiosa, solo férrea con fiereza estudiada y poco natural. La Luna
sigue más acorde con los éxitos del
sistema.
Ocurre que este suceso tiene relevancia
universal: un parpadeo rápido, la ojeada.
Es lógico que cualquier acontecimiento
nos afecte por su efecto mariposa, límite que en Singapur se nota como un
tsunami
de perfección. La indefensión del lenguaje
frente a sus escarceos románticos con el alma no tiene parangón. El suicidio
de alguna letra, el ahorcamiento de
palabras enteras sumergidas en su propia laguna Estigia, su propio vómito
exclusivo.
Hasta la escritura llegan los rescoldos
del Área X en expansión espasmódica y nada puede pararlo, ni se sabe
ni se tiene constancia del alcance real
de semejante ajuste territorial
(otro universo, la burbuja con su
inflación y todo en el extremo, una de tantas).
Bien, el parpadeo, la ojeada, los ojos
bárbaros de ella, suyos, que ajustician al Sol con cierto frenesí visual,
virtual, no sexual. Como siempre, el
futuro en acción.
Lo real está por ahí. Ella no ha necesitado clases particulares ni
un curso para entender que la vida es un poema.
Es una mancha. Es fumarse otro cigarro.
Es un bichito aplastado sin querer (o queriendo, con malicia),
la mosca que molesta y zumba. El
borratajo de la firma ilegible, la huella dactilar analfabeta. El universo es
analfabeto,
ágrafo, no sabe matemáticas, las crea.
Su Historia está en un paisaje vacío que es un falso vacío, como casi todo.
Ella parece que lo ha comprendido con
nota. Su nombre está en la lista, pueden verlo, aprobado, notable,
sobresaliente K. Sus ojos en la lista,
sobresalientes. Sus manos, su cuerpo, su estatua está listada (no lisiada) acristalada,
acrisolada, pintada con grafiti de
colores puros. Sus piernas son un misterio asimismo. Su cabello, una incógnita
lineal,
una ecuación einsteniana de figuras,
trapecios y poliedros, sólidos con un toque metafísico-febril.
Así que K es una manera de iniciar el
mundo, reiniciarse. Sus canciones pertenecen al fuego
que las reclama siempre que se echa a
llover. Con la nieve pasa igual. Ha nevado en toda Europa y sus canciones
han resistido el frío con la paciencia
de los revolucionarios. En cada surco del disco hay un perfume distinto,
un aroma que reprende a la rosa y la
oscurece y la convierte en un experimento fallido.
Ahora viene lo que hay que saber: a
saber, que el Amor es la única fuerza que merece la pena emplear.
Que el Amor es la luz. Y que no se
refiere a un amor material, a una reminiscencia. Es un soneto con final feliz,
Keny lleva un espejo en la mochila
donde se mira el Sol cada mañana,
cuando en el horizonte se perfila
el eco de una sombra meridiana.
El Sol clava su eléctrica pupila
en el hondo cristal, su luz temprana,
para escuchar la voz de la Sibila,
madura de elocuencia sobrehumana.
Le pregunta: ¿quién es la más hermosa?,
¿qué otra estrella del vasto firmamento
es recibida a toque de campana?
Y, en presencia del cielo y de la rosa
―que ya conocen el final del cuento―,
el espejo responde: ¡Keny Arkana!
|
una plaza entera para sudar y ponerse
colorados, un castillo en la playa pasado por agua, la ola que no depende del
viento.
El amor es un cráter lunar que no se
ve, un solo de trompeta a dos carrillos, una velocidad intolerable.
Porque al amor hay que buscarlo en un
lugar tan limpio como una patena, en la pista de hielo donde
los niños adoptan sus primeras caídas y
los mayores recuperan la prudencia del aire,
hay que buscarlo en la metáfora del
idioma extraño, en la expresión de unos ojos que lanzan su mensaje a las
estrellas.
El amor se pronuncia con un hilo de
grito, a voz en alma, con un significado y un gemido que no causa dolor.
Porque el amor solo duele en la punta
del recuerdo, cuando las golondrinas han echado a volar por el poema
y un jilguero afónico desluce la rima,
pierde plumas y se encoge.
El amor es el tren transiberiano que no
para de andar y traquetea con su humareda específica que se distingue a lo
lejos,
sus ventanas y sus postes telegráficos
pasando rápido ante los ojos de un maquinista ciego;
los compartimentos atestados de equipaje
prescindible. No es que el amor sea como un tren expreso,
ni que recorra kilómetros de estepa
hasta llegar a la tierra blanca que no encuentra su fin, solo es que traquetea,
va dando sus bandazos como una barca a
merced del oleaje que protesta y alza su máxima resonancia, su portazo
en la cara del viento. El amor es el
tentáculo de un ser blando y comercial, es un hit del hit-parade ,
proviene de un acto público como
cualquier pensamiento. Se piensa en un segundo y ya está ahí horadando
la mente del corazón, creando sangre
espesa, haciéndose un análisis de sangre, infectado de virus incunables.
Parece que ella sabe, sabía o creía
saber, que ella caminaba por un sendero acertado, sin errores a la vista;
luego era un milagro que ella no
tuviera que sufrir más para ver la luz de la esperanza, para tener fe en su
manera
de ver la luz del mundo, la luz que
rebota en la frente de los hombres. De ahí la poesía con su garfio espiritual,
su nomenclatura, su vademécum de
remedios caseros para la tos y el ansia.
De ahí al poema. De cabeza al poema,
sin experimentos previos, sin Miedo.
Ahora (resulta que) el poema y el amor
son una misma (cosa) masa crítica, forman parte de un conglomerado tenaz.
Ocurre que los ángeles pueden morirse
de amor y solo en sueños.
Pero entonces despierta y abre unos
ojos bárbaros.
Todos la aman.
Y uno más.
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