viernes, 16 de enero de 2015

el amor y el método: cómo llamar a una puerta abierta


Era tan pequeña, pero sin rizos de miel: su cabello fulgía en el vacío, sangraba como el de un niño Cree,
como el de una hermosa campesina de Ximen, negro hasta la consumación
de la noche, como una barricada cósmica. Su cuerpo en la palma de la mano, en el cuenco
sagrado de la mano, tan pequeña, tan bonita que al mirarla de cerca...,
sus ojos no envidiaban la luz de los rubíes, sus ojos contenían un océano
pensativo, no triste. En la mano, resplandeció su tacto, la maravilla de su peso, la desnudez alada
de sus pies de ángel, fríos entre las sombras; oh, y su tacto dolía hasta la herida y el hueso,
horadaba, sepultaba en un mar diáfano no de sangre, ¡de lágrimas!; su alegría rondaba otros planetas, mundos a su alcance.

Centelleaban sus ojos y su rostro ascendía hasta doblar su tamaño, hasta encontrar el tamaño completo
de su eterna belleza. Antes, había un pañuelo que parecía un parche diminuto, indistinguible, aunque sus colores
compartieran esencia con la aurora, claridad con el velo de la luna; su pañuelo era un arma,
¡alma que surcara sin brújula la mar de los espejos!, un alma para cubrir el alma, para ocultar el paraíso
incluso a los arcángeles, incluso a los dioses que se vanagloriaban de su explosivo talante.

Keny con su pequeño nombre, en el aire como una estrella de la radio, cefeida encendida en su alcoba
glacial, iniciando el despegue hacia la última esfera. Este nombre sí que habla, sí que puede rociarse
con un beso, si que puede crecer como han crecido, crecerán miles de rosas, una rosa turbada, enojada en el arte,
una flor con pronóstico, su porvenir fecundo. En el jarrón, hay un jardín forjado a flor de tierra,
próspera tierra entre sus dedos como espuma sin forma, su forma como un bálsamo flotante, un ático al norte
del sol que se desploma. Su mano en otra mano, la chispa sobre el viento, acompañándolo
a morir en una ráfaga de olas.

Sin mirarla a los ojos; o mirar en su ojos y observar con ojo clínico el amor, su consagración,
o descubrir la falta, el trono desocupado, el cetro por el suelo, el armiño arrastrado y sucio en un reino perdido;
es un reino perdido, lleno de sangre como una mezquita, lleno de sangre como una biblioteca, como una catedral
sin otro nombre; ¿no es la Princesa que anunciaban los fuegos?, ¿no es la Princesa que prometía el Libro?
Ella es la Princesa que sube la escalera; la que ha llegado al cielo, y canta. La que siente el espacio de los altos jilgueros
y prende en la conciencia y se posa en el vértigo que bordea las cumbres.

Keny está en su nombre como en la casa grande, camina por el patio, se sienta a construir una puerta abierta.
Su voz ha disipado la niebla, se ha casado con alguien, ha besado a cualquiera allí en el corazón,
donde más duele, donde no se recuerda ni el olvido y las palabras tienen forma,
son pequeñas como besos tachados en un poema sin futuro.




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