Se asoma al precipicio, frunce el ceño -metáfora de un
mar en calma-,
su frente es un tesoro enredado en la noche, sus ojos solo
visten un hábito de lágrimas.
El laberinto ha expuesto su parecer sobre la forma y ha
desautorizado a los artistas,
que se pierden entre figuras de color, sobras metálicas,
áreas desiertas de significado. Seguir el hilo
de la música es perfecto, lo que acontece es un sonido
más que se bate en retirada,
lucha por un minuto de inocencia, pelea por un instante
de absoluto dolor.
Keny ha soportado un cuerpo en la distancia, un alma a
todas horas, presente como un árbol en el sueño,
tan oculta, fecunda y sobria como una eternidad. Su
corazón ha recordado la leyenda
antes de conocer la sangre, ha vibrado con la aurora
antes de recibir la bendición del sol.
Crece el abismo hacia la tierra, hacia esa misma fosa que
horadaron los huesos. La oscuridad se agranda
hasta plegarse -línea tras línea, una nube tras otra-,
hasta irradiar silencio,
bordes de plata: la historia siempre fluye a partir de una
imagen maltrecha, una mancha en la figura del tiempo.
Ella se asoma a un vacío perpetuo y derrama una lágrima
que alcanza el centro del planeta, núcleo asolado en
llamas. Es la gota de agua que ha de obrar el milagro:
sofocará el incendio primordial.
Será una lluvia doblemente amarga, lluvia triste,
y aliviará la pena del mundo con su angustia. Tan
distante, más allá de la sombra ritual de las montañas,
al límite del verso que no encuentra palabras para el
llanto,
se disfraza de amor para agotar su fuerza, se disfraza de
pájaro para agotarse el aire en los pulmones.
Es el cielo, que abruma con su marca; son sus ojos, presos
en tan feroz lejanía semejante al olvido,
desconociéndose, como llevándose a los labios un mal
trago de ausencia. Sus ojos que no saben,
que aún no han visto la voz y no han nacido al deseo y el
arte,
el cuarto oscuro que vela su líquida naturaleza.
Qué osadía de amarla e imaginar su boca en la parte del
beso; qué locura sostener su cabello entre las manos,
poseer su manera de seda, la matriz africana de su
aliento, penetrar su frondosa república de sombras.
Hay un pecho que es suyo para el alma, donde late un
calor que abarca el infinito
desde el confín sagrado de todas las mañanas del cosmos,
desde la única verdad que no se ha revelado.
Ella reclama un pasado perfecto, cuando el futuro todavía
la ama sin reservas. El ayer está por verse,
llegará engalanado y traerá su dominio de rosas. Keny
saldrá a la puerta de su encanto
y tendrá la voz partida en dos ríos de gloria.
Pero el poema es ahora y el beso es un fulgor que cruza
el pensamiento
sin mirar atrás.
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