No le gusta la poesía. A Jordan no le gusta. Toda la ha leído ayer. No
le gusta que se repita
hasta el borde de la piscina y se tire al agua sin saber remar. Que te
agarre el brazo hasta el tuétano
y no te suelte y no te quiera soltar, con ese oscuro proceder suyo y
esa terminación honrosa y suplicante.
La poesía abruma con solemnidad atronadora; el silencio se las sabe
todas también (es críptico) y posee el buen gusto
imprescindible para denigrar, vejar a la óptima distancia. La poesía
no puede entrar en trance ni siquiera a la puerta del campo, no puede
ponerle puertas al campo. Ni siquiera
de polizón en la bodega, sin dinero ni suerte, esperando un horizonte
que se hace de rogar. Los poetas
muestran de continuo su flaqueza asfixiante, exhiben con desfachatez
sus mínimas
heridas, su dolor de internado, esa normalidad tan literal.
Oh, tratan de disfrazar de leve exotismo su comportamiento ordinario, su
perfecta adaptación; y se tiñen el pelo,
llevan un foulard, sombrero, un bastón, un foulard y un sombrero, las
uñas pintadas de color carbón. También
los poemas van pintados de color neutro y asesino, nada de bondad, son
killers de las letras,
asesinan palabras como pájaros de Hitchcock, pobres jilgueros
atracados a punta de navaja. Muchos poemas posan como adolescentes
con problemáticas difusas. Se sacan fotos poemáticas (autorretratos) y
disfrutan de su centralidad y su breve estallido.
Jordan no se deja engañar: tan románticos como el disco punk de un abogado;
con una copa en la mano desde por la mañana, con el cigarro en la boca,
echando humo en círculos anónimos.
Ella se pinta los labios de negro y sale al porche a recoger el diario:
eso sí es normalidad (aunque no haya diario, ni porche ni laúd). La
música sorprende entonces, tiende a levantar sospechas
entre los ladrones, es la banda sonora de proximidad que clausura las
rimas con su acento
infernal, extiende su reforma sobre las mentes ocupadas en un baile de
cifras.
Cuántos lectores dementes hojean libritos intrincados con los ojos en
blanco como páginas en blanco
o como páginas sucias de comentarios hechos con mala idea por la feroz
inteligencia profana. Jesucristo
ha bajado para decir que la poesía es bíblica (luego se ha ido a casa
porque se ha echado a llover). El poema ha reculado
despintándose del paisaje, se ha puesto en orden y en su lomo han
crecido robles
y tejados con chimeneas lívidas para cazar estrellas a lazo (pájaros
con liga).
Sucede que la poesía es tan poco probable; le falta rabia de consumo:
eso es. Carece de un capitán américa
doliente que la lance por los aires. Necesita con urgencia un lance
perverso y apodíctico. Una pareja tímida que ocurra
donde nadie se ha perdido jamás. Un mar al fondo del pasillo: gajes del
oficio. Un muerto
que se ponga su levita y vaya a trabajar.
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