Es tener un corazón y no decir palabra. Escatimar el aliento, ahorrarse
el protagonismo
de una mentira piadosa. Hay un encontronazo con los ojos
minúsculos que se deslizan sobre el telón del tiempo, fruncidos como un
pasado itinerante, aherrojados
como leones solitarios.
Cuando el llanto protege de las fieras, también de la lluvia; oh, pues
dispone una forma sobre el cuerpo
con gran facilidad, sobre el espíritu, desgrana una mención acalorada,
un verso.
Es tener un corazón a cubierto de las casualidades, sin músculo,
obligado a su albur y su descuento; destino y propiedad. Atacado de
amor, este álamo desnudo,
desatendido y solo. Las manos que acogieron flores gélidas y hace un
minuto que ovacionan su desánimo,
lideran un facción de compromiso ciego. Es cogerla de la mano
y desandar, y desandarse de todos los caminos, llegar a puerto a través
de una estación de humo.
Jordan fuma, su corazón se agita, es la coraza que dice no al amor. Y
se traiciona.
Los besos que no ha dado todavía empañan su respiración, garabatean un
signo elemental en la corteza,
el ataúd gigante, la parte más ligera del revólver. Lleva un collar a
juego con el granizo que ahora se desploma.
Aún está a la espera de que irrumpan la noche y su disturbio
para volar hacia otra bárbara nación.
Falsos ecos empujan a la voz verdadera hasta que el grito fija su
patrón de angustia,
la patria rigurosa que a veces dispara por la espalda, de nuevo dispara
por la espalda. Lo que dicen es bello,
sigue un ritmo platónico que se acelera como un latido o una
revolución.
La dignidad no pretende corromperse, busca la paz en sus extrañamientos.
El amor muere de éxito
dentro de lo que cabe, cabe en el hueco de una sombra, se moviliza
así como un ejército fuera de combate. Cuántos soldados anuncian tal
milagro sin romper el cerco de su campo oscuro,
evalúan la capacidad del cielo para someterse a un intercambio de
cadáveres.
Ella promueve la rendición del arte sin mover un párpado; destaca entre
la simetría
criminal de los autores y sus biblias de contacto. Ha iniciado el deseo
con un par de marionetas
descarriadas y un ramo de color vermut; ni la sangre parece darse por
aludida: apenas brota por un cántaro del pecho.
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