martes, 7 de febrero de 2017

la biblia (según pistoletto)


La pieza más importante del museo es el espejo colgado en el vestíbulo.
Por tanto, el agua pura del estanque, que ha sido rota siete veces, es una obra maestra.

Vamos comprendiendo la naturaleza del arte (su rango extraterrestre).
Las ruinas situadas en el parque llevan décadas surtiendo
efecto; en un primer instante, vestigios de la destrucción, hoy, sacos de tiempo, saquitos que cargar tablón arriba.
Al principio, nadie reconocía en las piedras la rectitud del plano
ni la magnitud del edificio, su altura arquitectónica
escalofriante. La vegetación interpretaba el paisaje con ínfulas de artista. Ni siquiera los niños
eran capaces de desentrañar el área del tesoro.

Hemos golpeado un espejo con la estaca y luego
otro. Hemos hecho añicos la realidad en un segundo y ahora tenemos la violencia de la representación
instalada en el cuarto de estar (viendo el telediario).

Ah, los niños del parque juegan a ser vistos, se la quedan siempre,
son perseguidos. En verdad, la buena gente asegura que no hay niños en el parque (pero no explica por qué
no existe tampoco ningún viejo para contarlo). Tipos con grandes mazas recorren los vericuetos del solar;
buscan una solución alternativa al hombre, juran por la reconstrucción de las almas,
por la vida pobre de sus hijos muertos. Hacen trizas las imágenes reales.

Jordan hizo el sacrificio de mirarse en el acero frío –ese negro brillante de las tentaciones–
antes de fundir la nada con sus ojos. Se bañaba en el aire
cortado entre dos muros; aire de montaña. Luego caía exhausta sobre el trapecio elástico del dormitorio, una cabezadita.

La casa fue construida con balcón y todo
y en su luna se contemplaban estrellas y gigantes; disidentes del soul sonaban rompedores en el sótano.
Por sus escaleras tímidas corretearon los ecos de un millón de poemas.
Ahora ya sabemos que el arte es la habitación del pánico
y el espejo, la pieza más valiosa del museo.



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