Un atleta corre por la galería de arte, laureada performance, actuación
inolvidable; es el arte que se mueve entre obras de arte y las condena,
tapa los lienzos y las esculturas, escupe bien negro sobre los poemas y
los cuentos. Sin embargo en el parque
todos corren a veces y no por atletismo. Debe ser el dulce
amor que evade las conciencias y reniega de la preciosidad artística o
su devaluación
estética: por igual.
Es el sweet, sweet love que se atrinchera y lleva
cien años bajo tierra contra los impactos del meteorito, preso en
semejante coordenada espacial. Que configura
un sello elevado y escasamente deportivo.
La estación del artista es el paro. Bajas al parque y atinas a
observar:
poetas por las ramas, chicas en pie de guerra, milagros por doquier,
ángeles detenidos en una recreación amistosa de la divina comedia. Ves
una escena típica entre los árboles:
el ángel se detiene y no pronuncia palabra,
el poeta irrumpe y declama un trampantojo del silencio anterior,
la chica frunce el ceño y comienza un diluvio simpático.
Parece como si Jordan no hiciese falta para iluminar los trayectos o
simular un incendio
personal, pero no es cierto. Ella ocupa el hemiciclo e incurre en todos los
oficios y las operaciones,
ahora inclinada hacia la lectura de un nuevo valor; en su recuerdo una
imagen tras otra,
el panorama sombrío del estrago y el entusiasmo académico de la
revelación.
No es lícito representar más que el KRIT. Es la ley de la hierba. El maestro
se expone a que un corredor pase por delante de su remilgo abstracto o se
detenga justo ante la mirada extranjera del visitante
número diez; pudiera ser que la obra quedase oculta para siempre, que
fuera como destruida –diagnóstico: arte
degenerado– en una maniobra fáctica decente. O que el milagro llegase
tarde a la simulación del paraíso prevista para el día de mañana.
Baja el poeta del árbol y atina a observar el mundo: se lleva una
pedrada en la sien.
Jordan ha recurrido a la metáfora para hacerse entender; solo dispara
cuando todo revienta de tan fácil y en sueños la vida le sonríe con el
debido desaire,
cuando el espejo efectúa una correcta desintegración de su belleza interior.
cuando el espejo efectúa una correcta desintegración de su belleza interior.
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