viernes, 3 de febrero de 2017

y atinas a observar el mundo


Un atleta corre por la galería de arte, laureada performance, actuación
inolvidable; es el arte que se mueve entre obras de arte y las condena,
tapa los lienzos y las esculturas, escupe bien negro sobre los poemas y los cuentos. Sin embargo en el parque
todos corren a veces y no por atletismo. Debe ser el dulce
amor que evade las conciencias y reniega de la preciosidad artística o su devaluación
estética: por igual.

Es el sweet, sweet love que se atrinchera y lleva
cien años bajo tierra contra los impactos del meteorito, preso en semejante coordenada espacial. Que configura
un sello elevado y escasamente deportivo.

La estación del artista es el paro. Bajas al parque y atinas a observar:
poetas por las ramas, chicas en pie de guerra, milagros por doquier,
ángeles detenidos en una recreación amistosa de la divina comedia. Ves una escena típica entre los árboles:
el ángel se detiene y no pronuncia palabra,
el poeta irrumpe y declama un trampantojo del silencio anterior,
la chica frunce el ceño y comienza un diluvio simpático.

Parece como si Jordan no hiciese falta para iluminar los trayectos o simular un incendio
personal, pero no es cierto. Ella ocupa el hemiciclo e incurre en todos los oficios y las operaciones,
ahora inclinada hacia la lectura de un nuevo valor; en su recuerdo una imagen tras otra,
el panorama sombrío del estrago y el entusiasmo académico de la revelación.

No es lícito representar más que el KRIT. Es la ley de la hierba. El maestro
se expone a que un corredor pase por delante de su remilgo abstracto o se detenga justo ante la mirada extranjera del visitante
número diez; pudiera ser que la obra quedase oculta para siempre, que fuera como destruida –diagnóstico: arte
degenerado– en una maniobra fáctica decente. O que el milagro llegase
tarde a la simulación del paraíso prevista para el día de mañana.

Baja el poeta del árbol y atina a observar el mundo: se lleva una pedrada en la sien.
Jordan ha recurrido a la metáfora para hacerse entender; solo dispara
cuando todo revienta de tan fácil y en sueños la vida le sonríe con el debido desaire,
cuando el espejo efectúa una correcta desintegración de su belleza interior.




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