domingo, 26 de febrero de 2017

matrioska


Ya el monasterio se distribuía por el cielo a sendas brazas
exageradas de altura
y sobre los yelmos enemigos y su hastío. En el sueño, años atrás, la bella Filipa arrimaba su corcel a las metáforas
sublimes organizadas en torno al amor y sus ardides, sus balcones, mausoleos
y alcobas vírgenes divididas en cuentos que relatar junto a las llamas del alba.

Ni la historia era suficiente para el campo;
el parque respiraba otro desmarque, otra demencia fabulosa harta de componendas,
pactos y refritos. Los muchachos disparaban a la menor extravagancia que les ocurría, cualquier
suceso práctico era susceptible de despertar a la bestia
arrodillada en la capilla del ángel.

Jordan mientras tanto en su función de ronda,
desnivelando el futuro con una sucesión de atardeceres protestantes, nítidos y rústicos a partes desiguales,
algo brutos con esa música de trapisonda tan poco transparente y tan aupada.

Dijo el poeta que Jordan se miraba en el espejo
cuando encontró la puerta y que su hallazgo fue una reliquia seguida de un recuerdo, como una sinrazón hecha paciencia;
intervino entonces el silencio empleando una panoplia de colores románticos
con sus respectivas sombras alicaídas. El desencanto también ofrece zonas alegres a sus espectadores,
palcos y butacas de platea.

Destacaba el portal por su encanto múltiple y sus ventanales.
la corriente que se hacía capaz de arrastrar un barco modesto o una locomotora, cuánto más una bestia 
enjaezada convenientemente, dispuesta al trote como al hipódromo. En el verso utilizado para abrir,
lucía majestuosa una deliberada figura retórica de infinitos quilates; esta llave
venía oculta en el bolsillo interior de la guerrera del ángel y era también dorado, también
oscuro, casi contagiado de las palabras anteriores a la guerra.

Así que Jordan vive. Es una matrioska sabelotodo
o una muñeca chicana. Ahora fuma en el reflejo del agua con el tiempo de su parte; hay una onda que nunca menosprecia
su hermosura, la transporta y hace ver su minuciosa dote, la forma regular de sus promesas, el denso
participio de su lengua coral.

Pues viene en el lenguaje, no es necesario buscar en otro manantial la fuerza; el amor
puede escucharse cada noche asomada al vacío explicando el daño que le hacen, la piel que siente,
los ojos que lo ven dándose un beso
durante una furiosa eternidad.



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