fases de la carrera espacial

El cohete ascendió con un impulso escénico ahuyentando mariposas y otras colmenas,

gente aérea que salió despedida, lunares que cayeron de la luna,

falsos pájaros. Aquel fue el último instante eufórico

de la humanidad, que ahora rumia sus miserias traslúcidas a la luz marmórea del abismo de todos los abismos.

Por las callejuelas superdimensionadas del laberinto corren los cadillacs inmaculados como antes

de la barbarie: es una fantasía. Las cosas nunca son como parecen y el único automóvil que carbura es el del KRIT,

esa pieza de museo.

En el parque se habría extraviado Ariadna, se habrían perdido Hansel y Gretel, Pulgarcito

habría quedado reducido al hueso mondo del pulgar; dios habría tenido que reducirlo todo a cenizas –como siempre–

para orientarse entre los márgenes y sus intersecciones mal señalizadas, las casuchas con tejado de zinc

y sus robots de hojalata, tantos caminos de baldosas amarillas, tantos

vaivenes de una realidad nada homogénea en realidad.

Condenados a sufrir el salvajismo de las minorías,

su parlamentarismo atroz, esta democracia interna directa como un gancho a la mandíbula, urnas con dientes de sierra,

cepos para la voluntad popular y su estrabismo. Una multitud de ciegos enganchada al primer serial radiofónico

después de la inflación.

Jordan como una reina respetada por todos;

en su calle la respetan porque lleva un ángel a la espalda, su bodyguard de operaciones espaciales,

y un enorme perro gris, de nombre Gris, que se da un aire a aquel engendro victoriano de Mason-Dixon Lane y asusta a los niños

pequeños y a cualquier pequeño gran hombre que se le ponga por delante.

La vida transcurre entre temas de Ugly Heroes y latigazos del hambre, chupitos de victoria y sensaciones

amargas; el mundo ha sido deslocalizado por un clan de ejecutivos. Las chicas no van a la universidad, se la pasan

fumándose los sueños prohibidos como si fueran ciertos;
así que por encima de las almas acecha una humareda consecuente.