Hace falta decirlo, es interesante. Aunque el himno de la verde nación
sea un fraseo sincopado y real, aunque el baile. Y esa bandera jamaicana.
A pesar del ritmo
interceptando sombras. El suburbio interminable. La tierra que recuerda
un enterramiento masivo, una flotación. A pesar de las travesías, los
campos
superpuestos, los barracones en llamas. Y las cruces.
Extender una sábana que cubra
y proyectar un rayo pensado en la materia. El bosque interrumpe su
letargo, se rompe en apurados
redondeles, claros investidos de pureza; así es como el asfalto
desciende de los cielos en burbujas azules; ved
la grandiosidad del aparcamiento, sus carritos de la compra, sus coches
calcinados: esa es la postal
clavada en el recuerdo, la maravilla fulminada,
difuminada en cenizas que darán a luz diamantes con nombre de mujer.
Se trata del arpa y sus connotaciones
no-musicales, estrictamente físicas; porque es imprescindible conocer
con exactitud la posición
de la aurora, su pulcra simetría en el rectángulo del verbo. Ah, todo
se divide, incluso el pegamento; la imaginación
vive sus misiones de ingenuidad dentro de la historia, comprueba sus
derechos
civiles entre una maraña de casualidades.
Vamos perdidos de sangre a la espera del malva situado sobre las copas
como un platillo volador,
esa luz inquieta que recrudece su dominio, su autonomía espectral. Pues
insisten las crónicas en el milagro que luce,
está inscrito en los cadáveres que jalonan la escalera celeste. Quizás
fuese mejor carecer de un apelativo constante, fiarse de Noname y
acudir a su clase de conducta.
Aunque madure el proceso de nombrar los sucesivos presidios en que
decae la fiel naturaleza y no cesen los pasos sigilosos
de improvisar un cortejo, ni las bases del jazz
consigan arramblar con el moderno espejismo de los estudiantes; aunque
un pantera
negra haya sido abatido en la esquina más segura del condado y la
hierba
se escuche crecer en kilómetros a la redonda,
crepitar al sol su estereotipo incendiario.
Habría que decirlo: desde la garganta que transporta
gotas aceradas de misericordia, desde la visión nocturna de los
pasajeros que retornan a la ciudad prohibida.
Ya que se ha de saber y es importante arruinar el poema a grandes
rasgos; como el tiempo que insiste en presentarse,
como el aire que arrastra la fatalidad de no ser. Y las revistas que
fueron carne de melancolía.
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