Observar con seriedad el paisaje desaparecido y, por tanto, perfecto;
el talismán
futurista o aquello que no se ve. Cuadrar la perspectiva es algo
psicológico (al poeta no le pregunten por qué). Ahí
no hay nada salvo un borrón sin aspavientos, una llama austera que
podría tener
alguna semejanza con el alma enterrada en el hueco de la fuente, en el
caño metálico oxidado y feliz.
El cuadro forma parte de una exposición entreverada –como diría el
poeta. Exhaustos,
comparecen los críticos, fumando a caladas tenues y sincrónicas (o
sin-crónicas), malhumorados
a través de un salto en el vacío de la comunicación, esto es: un
tríptico comunicativo. El cuadro interpela,
consume, es una diatriba de colores y engaños; pertenece
tanto como se quiera a la industria agónica, química de la posverdad y
el arte povera, esa verdad en ciernes,
propia de los viernes por la tarde, tan tierna y maquiavélica.
Todos saben cuál es su época, la que toca vivir. La última certeza era
débil,
se hallan, por tanto, en la simpática ERA DE LA POSFALACIA y su licuefacción
intelectual. Los listos esparcen su conocimiento
amargo por los surcos cerebrales de una mayoría simple: sin piedad.
Dicen de ellos
que saben latín.
Ahora las chicas con Jordan a la cabeza (no: está en una esquina, o
yace). El liderazgo se basa
bastante en la nomenclatura, están: Rama, Rosario, Jordan, Angel Haze,
(make Azealia great again). Janelle, Chimamanda e Ifemelu. Gruesas artistas
genuinas, different, consagradas a la modernidad
como a cierta distopía literaria. Por supuesto, son ángeles o al menos
poseen
el poder neutro y medieval de la fantasía draconiana, obran filtros,
fuman piedras,
mezclan en sus gargantas un maremágnum oscuro.
Son falsos los rayos en el cuadro, pero llueve. La inundación
estalla a una escala micrométrica. Se ve que el agua fomenta la
cordura; en medio del ambiente, cerca
del molino y su gigante, los ojos se distribuyen la paleta enferma del copista.
A Jordan, como es natural, la música no le preocupa; en ella la acústica
es de natural profana,
su mente ordena las secuencias rítmicas de mejor a peor, las protege de
sí mismas y su tendencia a la irrelevancia
nominal, el estereotipo percuciente. Expone con un leve circunloquio su
manera de reír;
ella dispone de una melancolía infatigable, sus piernas flotan como
estatuillas de papel de arroz.
El eco de los pájaros resuena en el marco de la imagen y en el espejo
se muestra un párrafo cualquiera redactado en un tono pintoresco. Luego
habrá que encontrar los siete
errores, pero por el momento basta con saberse de memoria la partitura
impresa en el eterno crepitar del agua.
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