Si la ciudad es arte por encima del arte y el obrero
el artista que crea y expresa la pureza del mundo
a través de su fuerza de trabajo; si la ciudad es el
plano descarnado, la representación
endémica de la belleza, si es la belleza en su
pulcro estado de descomposición y ejemplo, si la fuerza de trabajo
irrumpe en la cotidianidad con el ímpetu feliz de
un saber inmaculado.
Ahora el Parque se ha zampado la ruina torcida de la
urbe, una nube ha ondulado la realidad
hasta confeccionar un vestido de novia general que
sienta bien a todo el callejero. Si los edificios
curvan su estructura, se mimetizan con el bosque,
acogen
aves nocturnas y aves probablemente hermosas,
expresan su longevidad por medio
de cables de acero y columnas parroquiales.
Así procede ella, sin conocimiento ni sabiduría, sin
experiencia (sin miedo). Un clásico
roto como todos los clásicos, roto como un diente
roto, como un tallo, rosa como una rosa destemplada, rota
como un desierto enclavado en el árido celeste.
Promete tanto el cielo…, su propia insensatez,
cualquier vertido:
un
corazón
una
línea desaconsejada
un
corazón de palo
un
leño para el fuego
Entonces los artistas son traza del pasado, promesas
incumplidas, hábitos lejanos que no pueden obrarse
sin dolor, son preguntas inmensas, poemas
sin escafandra –dijérase. El poema se ha
reproducido, es un disco de vinilo con su aguja y sus treinta y tres
revoluciones de salón, un escarceo con la memoria,
el reloj fantástico de la actualidad. Los artistas llegan tarde a casa
pero muestran su respeto por el luto, tan
irrespetuosos.
Ah, pobre Jordan: recoge la basura con un pincho,
roba para vivir (luego, se esconde). Ha construido
un refugio demacrado y sutil, ha perlado la frente
de la noche con su escarcha, es tan curiosa como una puerta
abierta; pobre de ella, solo recuerda lo que dice el
silencio, lo que cuentan los ojos de los muertos antes de ver las calles
por primera vez, los balcones, los tejados del mundo
por primera vez.
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