Detenidos en medio de la historia
todo da vueltas como en una borrachera; la vida que
envejece y nos lastima. También los ángeles
se hacen mayores, ya no conquistan los salones del
alma, sus alas pierden
simetría, ganan tiempo.
Desde cualquier punto de vista la muerte tiene
aspecto de bautismo, ligero
remolino, libro sagrado. Su oscuridad es impostada,
ilegible, su huesuda
mano sujeta un cigarrillo rubio, su voz.
Los gritos de la muerte suenan como el eco de la
luz, suenan a vértigo y violencia; toda muerte es una muerte
violenta, un entreacto bajo el silencio de dios.
Ella ha besado lentamente la última
página del mundo, ha abierto la noche por el
capítulo
primero, que allí vuelan los pájaros.
Ha besado la noche quedamente, se ha parado en la
plaza, se ha parado en el bosque, ha detenido sus labios
en medio de la vida, que prosigue su agenda
edificante, escribe el epitafio del destino con
letras
escolares.
Esta noche redonda un Ángel ha matado a dios; ha
sido por desgracia, ha sido un accidente
doméstico (un ataque de histeria, palomas y
gigantes,
obras enlatadas). La poesía tiene mala cara, tiene
cara de muerta,
de estar muerta como pez en el agua, como una
sinfonía inexplicable.
Estamos en la nada como en casa. Salimos por la
tarde y en el cine
echan una película de mierda.
El bus hace hora y media que ha pasado de largo: la
historia se repite en el espejo
y solamente en el espejo
que nos mira y sonríe del revés.
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