Coser
una piel de plátano en vez de fumársela, forjar un muñón de hierro,
una
próstata de papel de plata. Al estilo Zoe Leonard, mejor coser una piel de
naranja, así se define
el arte.
Por la inspiración, construir es crear,
¡tapiad
los callejones! Cualquier perspectiva es mejorable pero no deja de ser
fotogénica,
no deja de tener el pop. ¡Oh, no
tiene el pop!, algo que solo poseen
algunas amigas de Jordan,
como Chaasadahyah, y que parece
el secreto mejor
guardado de Hollywood.
Amanece en el rescoldo meridiano del Parque, la
inspiración
produce humo en los pulmones, virutas mentales, una
fábrica de carbón en pleno plexo solar. La luz es para los crápulas,
(hay una Van Helsing en cada boca de metro); años ha
que fue articulada una propuesta
de cohabitación entre la vegetación y el asfalto.
Hubo brotes de racismo,
hubo brotes de enfermedad, sarampiones incurables y
otras bacterias multirresistentes, pues la música
ya no bastaba para combatir el alocado esfuerzo de
la ausencia.
La gente muere y uno cree que está muerta y está
bien. Queda bien, como si tuviera el pop
que nunca tuvo (en vida),
resulta interesante con esa palidez tan natural, ese
maquillaje póstumo que predica la sangre
que se retira, esa tierna flaccidez insustancial de
las mejillas,
el volumen incierto del estómago y los labios.
Mejorando lo presente, el futuro se presenta
inalcanzable para los devotos fanáticos del arte y sus circunvoluciones,
sus faltriqueras prietas, sus economatos
endogámicos, la simetría
ful de sus ingenios y sus normalizaciones.
Inspirando el humo de la piedra, el humo de la rama,
el humo del incendio que no se apaga jamás. El
futuro se difunde y se congrega (a la vez), es un contratiempo
dinámico que escribe con la mano izquierda atada a
la espalda, escribe en la pizarra
recién borrada a conciencia, dibuja corazones sin
tacha en los portales.
El artista invitado es un muermo pasado de moda,
nada modélico, no sabe posar para la fotografía ni el autorretrato,
menos aún para la mirada herida correspondiente;
ahora, New York se escurre entre los dedos
de la fantasía, pero en realidad se cuela por el
vano de la soledad. Hay una pureza
inaudita en cada trabazón, en cada cancha de
baloncesto vacía,
cada nube que desciende y se apodera de un nuevo
territorio. La noche ha conquistado la ciudad
declamando su belleza oceánica sobre la altura familiar
del dogma.
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