viernes, 8 de mayo de 2020

días extraños


Todos los días son extraños lunes
–todos los días salvo algún domingo–:
suena el despertador, das un respingo
y del alma (dormida) te desunes.

La sombra de los días se hace larga,
se alarga como el centro de la tarde,
sin luz absolutoria que la guarde
ni noche que la alivie de su carga.

Los días se aparecen en el verso,
son fantasmas audaces, su destino
es pasar de un espacio clandestino
al tiempo inmemorial del universo.

Los lunes tienen sueño, duermen poco,
tienen el sueño lento y atrasado,
se duermen en un cine abarrotado
y salen a la luz fuera de foco.

Algunos días son como otros días,
renacen y se mueren, son difuntos
que van de luto a todos sus asuntos,
de las auroras a las noches frías.

La verdad, con el tiempo, no enmudece,
se nubla en la garganta de las horas
y, en el luto glacial de las auroras,
como una sombra protectora, crece.

Los domingos, en cambio, llevan tierra
entre los dedos, echan sus raíces
en el futuro, son fuerzas motrices,
heraldos de una paz que nos aterra.

La belleza en su plano aleatorio,
la nebulosa foto de portada
que retrata a una estrella condenada
a asistir a su propio velatorio.

Todos los días frente al mismo espejo
–que con tanto rigor la luz captura–
acechando un atisbo de cordura
bajo el arco lunar del entrecejo.

El lunes es un día que hace daño,
que halla eco en la tumba del vacío,
como un domingo que tuviera frío
y no entrase en calor en todo el año.



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