viernes, 12 de septiembre de 2014

imbatible


Lleva una falda negra no demasiado corta.
Sus piernas se terminan casi como una canción.
Muchos la miran. Todos la miran. Entra en circulación y luego se evapora. Es preciso captarla en el instante
en que comienza su ascenso. Siempre hacia arriba por una escala imaginaria, se catapulta
por la escalera de los ángeles. Unas botas negras tachonadas a fuego, delicadas a la par que militares, dudosas,
incómodas y bellas, cómodas y flexibles, cálidas. Para dar unas patadas por la calle,
el salto a otra dimensión menos real (más sana).

Lleva una falda negra por encima de las rodillas y sus muslos son una declaración
(formal). Sus piernas no terminan bien, son novelescas, folletinescas, ¡frescas!
Conocen su propiedad conmutativa y la emplean a diestro y siniestro, a distancia.
Conocen las distancias y se mueven en paralelo hasta de rodillas.
La distancia está marcada y es imposible de franquear, de salvar. Pasa por delante
pero no la pueden ver, no se deja ver...

―Oh,  pues se la ha visto estos días en Ferguson con su pañuelo palestino,
pisando fuerte, una Pasionaria entristecida.

Su falda trascendental. Aunque sus piernas no estuvieran presentes. Y es que se ausentan tanto...
Esa tendencia a desaparecer, a disolverse o verse tras un cristal, bajo la lluvia que no cesa
y no puede cesar. Es que desaparece del encuadre, de la escena preparada y ensayada, repetida mil veces
en ¡acción! Se guarda en un bolsillo, huye del mundo
como si esquivase las balas en Ramala, como si hubiese escapado de Chatila
como el niño aquél.

A la moda es la falda que se lleva no demasiado larga. Una prenda que rima con el viento y se pronuncia así:
en un suspiro. No hay espejo, ni cámara. No hay Luna. Ella duerme sin testigos, respira sin testigos, testifica
contra dios si hace falta ante un tribunal más alto.
Sus palabras forman parte de un evangelio que celebra la diversidad del átomo, su spin salvaje.
Sus piernas reverdecen como rosas de nueva creación. Todos la miran. Es la novia de nunca jamás. Debe ser
el primer amor del Arte.

Entre los hombres que levantan el puño al cielo acorazado, entre banderas de mil años,
libros ensangrentados en piel. Entre hombres libres. La tapia llena de firmas es una tapia que hay que saltar.
Ella levanta el puño al cielo destronado. Sus piernas son el banco de pruebas del amor,
una restauración de la cordura, son un salvoconducto hacia la patria.






lunes, 8 de septiembre de 2014

primera abdicación


Ha guardado su corona. Recorre descalza las siete leguas de su alcoba:
el fantasma ha perdido la razón, ya no acecha ni a las tres de la mañana.
El espejo ha cambiado de sitio por su cuenta, al amanecer enlucía el tocador,
ahora finge ser la mirilla de la puerta. A ras de suelo, un Basquiat sobresale y peligra
porque en cualquier momento puede desvanecerse como un libro prestado.

Azealia se dedica a poner orden entre sus cuatro paredes interesantes. El gato en el alféizar,
como siempre. Esa pila de discos de vinilo que crece a ojos vistas con los primeros de Al Jarreau
(el jazz es un documento imposible de archivar). El castillo ha formalizado su relación con la ciudad,
se ha liberado del boato y el lastre mayestático, de su alcurnia; su arquitectura ha sido reformada
para no desentonar con el entorno horizontal y ecléctico, tan funcional y básico, tan claro.

Subiendo a la favela que se desmorona o en caída libre hacia la caravana con televisión en color.
La frontera que hace ¡crack! Los cañamones que explotan y el humo surgiendo en su apogeo
y su fracaso. Como aire, el ambiente falla estrepitosamente. A una distancia utópica se encuentra
la cancha de baloncesto, donde los aros hace tiempo que renunciaron a la geometría.

Un garbeo. Los guardias no la ven cruzar la avenida sin mirar a los lados, y es mejor así.
El tendero la saluda con una sonrisa no evasiva ya que viene a alegrar su economía, a mejorarle la fama.
Cuando ella se mueve no hay hurtos en el barrio, los chavales ofrecen su versión más estoica
y se muestran conmovidos, ciegos de sueño americano y hierba del montón.

Con el tiempo se echa encima la noche y AZ tararea a su estilo real.
Su séquito comercializa la proximidad geográfica de su pelo trenzado ,
la insolente rectitud de su mirada. Los animales se apartan, las farolas lucen con enjundia
y los espectros llaman sin éxito a la rebelión de las almas. Todo paisaje es una provocación,
pues se escuchan los disparos de las armas de fuego, la canción de un alcohólico rehabilitado por alguna vez.

¡Ah, el peso de la púrpura! El metro se ha estancado con el agua hasta el cuello. Toca desandar,
abrirse paso entre la lluvia, toca hundirse en el barro, chapotear en la sustancia inspiradora.

La Princesa ha pisado su corona. Las palabras giran como satélites en torno a su palacio,
forman noticias de última hora, letras hermosas para la música rebelde (una devoción Arkana).
En esencia, el hip-hop realiza maniobras para apoderarse del mundo y ella las filma con su cámara oscura.
Su juventud está en primera línea, sale a la calle y no vuelve a dormir, sale de casa con lo puesto,
sin dinero ni sonrisa de artista, solo con un vacío entre las manos (si ha de caer rendida la belleza)
y un espacio entre los labios donde acunar el silencio clamoroso de un beso.




viernes, 5 de septiembre de 2014

cernícalo se cierne


Cernícalo se cierne ingrávido el arco
                iris sobre la teatralidad del parque. Espacio selvático en la jungla de asfalto,
rayas como caminos, sendas derrotadas hacia (seguramente)
una pequeña fuente onírica. La Fontana
hace aguas. Charcos sin renacuajo, manadas de insectos, nubes bajas.

En el anfiteatro se masca la tragedia. Perros tras su frisbee, amos sin bozal.
La vida se corrompe a toda prisa; la corrupción es la marca registrada de la naturaleza.
También los hombres se contagian el virus y envejecen más rápido,
cuentan canas nuevas por cada devaneo. Una música sutil invade
y utiliza el parque para sus propósitos (es algo mental).

Los rappers provocan la admiración del gentío con su destreza vocal y su autonomía poética.
El gentío está compuesto esta vez por dos personas y un gato callejero.
Los espectadores observan con las manos a la espalda, mueven los pies.

Hay quien se interna por las veredas románticas con una novela de bolsillo.
La lluvia eleva una oración y se dispone a caer,
pero el cielo no tiene piedad
de la luz.

Cuando se abre el enrejado, ella irrumpe como si fuera una apuesta, atropelladamente.
El aire puro se resiste, paraliza pulmones, fluye entre los árboles
con superioridad y albura. La pureza rehuye las oscuridades de modo atávico
teme a los que se transforman en sí mismos, bestias de corte racional. Es una propiedad de la maleza
la de propiciar la mudanza emocional de los puristas, ególatras de guante blanco.

Quién sabe cuántos criminales han hecho el recorrido a través del jardín,
cómo les habrá afectado el aroma disuelto en la frescura del crepúsculo. La novela no es de Bunker
ni de Dodge, tiene que ver más bien con la serenidad recóndita de Dexter (es Amor Fraterno).
AZ no parece. Vestida para oír, nada cantante. Con el rap en la mano en el bolsillo con el libro,
con el alma en la mano en el bolsillo con el rap.

El paseo es la representación.
No existe la sombra. Se sueña desde la habitación del hotel, desde la terraza
del apartamento con vistas. Son diez mil dólares al mes si está al principio
y solo ciento diez si está al final. La música parece ser que no, pero comprende.
Se lleva la aguja al surco y suena Gary Clark Jr. (en privado):
una guitarra llena de poder que atiza los zarzales con el machete ensangrentado de su aurora.


miércoles, 3 de septiembre de 2014

exuberante amor


Musgo: en tal dirección. Por su camino al rosal, musgo. Proliferación de hongos,
algo barato. En la viñeta un pelo largo como el de Rapunxel, flexible y consistente.
Hay algo pero que no es nada exclusivo. Un misterio de andar por casa.

Esta música infecta los sentidos, es cárnica. Huele a carne podrida, como en el matadero cinco,
toriles, sangre y arena, como a océano. El arte está ocultándose en las cuevas igual que antes,
cuando los hombres nadaban entre dos aguas y no violentaban la naturaleza.

La Princesa cansada de fumar. Cansada del Amor. El musgo invade el pensamiento
y llega hasta la Luna, frecuenta este espacio interplanetario plagado de chatarra y restos de cometa,
cubitos de hielo y antenas hiperbólicas que sintonizan una FM fósil.
Por el aire, humo a reacción, sabor a chocolate. Reguero de esporas y enjambre frutal.

Se sabe que el amor se acuerda de después, se acuerda de mañana porque ya está de vuelta
y ha vivido ya todos los recuerdos. Azealia ha experimentado un sincero retorno (secreto):
a un pasado a punto de suceder. En el pasado estaba enamorada de un Profeta sin nombre,
eso dicen los archivos del distrito. Y todo Harlem sabía que un aroma frutal cortaba las auroras
y pronosticaba audaces episodios, escenas memorables de besos a contraluz.

Especias para cocinar. Especias para chicas especiales. Una cocina andrógina.
El cuerpo hecho a conciencia, dando de sí el alma reventando las costuras de la melancolía.
Por los ojos, la superheroína en el acto de prodigar otro acto heroico: y el gatito en el árbol encorvado.
Los árboles del barrio se secan a manzanas y adoptan el tormento del olivar, su caracterización malsana.

                Y Azealia no va al parque desde que el parque le propuso relaciones.

En la ciudad cabe un poco más de aire, incluso por debajo del ambiente. Las muchachas deconstruyen sus trenzas
a golpe de serial, quieren un cabello cuidadoso, sedoso y títere. Desconocen la insuperable potencia
de su aspecto. ¡Oh!, tan exuberante su formato original.  Pero la Princesa se debe al universo,
ha de resignarse; la masa exige sacrificios, pone focos, impone sus reglas demográficas.
En la cúspide no es posible la soledad, todo son alabanzas, todo dádivas,
bailes que no terminan de empezar a las doce de la noche, calabazas y carrozas, de Halloween y sin mirar atrás.

Azealia es reconocida en el mercado, en la tienda de discos, en el drugstore.
Se arrojan a sus pies, besan la tierra que ha pisado, quieren besarla a ella, quieren amarla los que aún no la aman.
La gente se aglomera aunque ella no canta, ajena al bullicio: en su forma de ser.
Es algo virtual, algo instantáneo.

También se rumorea que un androide casi perfecto como Cindi Mayweather se pasó de rodada
y terminó apiolado en un solar desierto del Bronx.





lunes, 1 de septiembre de 2014

all in


Arquitectura de carretera. Este románico enladrillado (y fatal).
Prostíbulo cerrado. Se vende.
Una línea directa. Su esplendor es un término fijo de potencia. Un endecasílabo pelado.

El reino por un grano de belleza. Se vende obra de arte demasiado profunda para ser contemplada al natural.
La belleza hace la esquina entre sus libros. El colorido se tambalea y deja escapar un suspiro conjunto.

Donde esté la belleza. Tanta masificación es indiscutible, camufla y debilita, dificulta el rastreo,
la unanimidad. Es un trabajo obsceno de tan duro: caminar y ver. Solo.
Solamente un vistazo. Luego se mira al futuro que es mirar un paso adelante, es mirar el fin del camino.
La belleza es una larga historia; su belleza es el final de la historia.

Su belleza no aparece en el mapa. No figura entre las efemérides su nacimiento. Podría haberse muerto,
pero vive. Se vende obra de arte: el poema. Todos sabían escribirle poemas, rimaban con la a, en ara,
escribían: ¡quién amara! Hay que fijarse en la composición: sobrios versos hartos de poder,
muchos esdrújulos y finos. Todos escribían el poema, el mismo poema de amor.

Se combaba la vida. Las colegialas jugaban su rayuela moderna, a la comba, tal vez online con el dinero de papá
una partida a muerte al texasholdemnolimit; la muerte súbita: all in. Precocidad. Las chicas mayores
andaban con los zombis entre polvaredas o nubes de humo, y ellas mismas ya mordían un poco
la carne fresca, ya tenían ese tipo de sed.

Espejismos aparte, la belleza sucumbió a la primera escaramuza, digamos que fue herida en el muslo
-que es una herida sexy-, de refilón; tampoco hubo demasiada sangre, fue como un rasguño,
un arañazo que precisaba atención médica: en el muslo. No se resintió su belleza, su hermosura
quedó intacta, nítida, proclive a despertar sensaciones ocultas, absurdas,
mímicas, místicas, abundantes emociones sensacionales.

Es sabido que el poema podía haber terminado en este momento. Un poco más adelante,
mirando a su porvenir de estrellas, la distancia y el éxtasis. Un verso más y basta, corto, largo,
pero no se termina, no tiene tiempo de escribir su fin sin haber hablado de ella en realidad.

Y hasta aquí el prefacio, la sombra que se extiende piadosa, sábana santa.
Hasta aquí el balbuceo del poeta sin sueldo.


El Poema

El poeta gana el salario del hambre por mirar por un hueco en la pared: es su trabajo.
Desde el agujero se ve un prostíbulo cerrado y cierto corredor de tránsito. La belleza derrama su caudal
devastador cada segundo del día, incluso cuando no está a la vista y permanece acaso su nostalgia
posada en el recodo, una sombra tendida en el suelo.

Los héroes fuman y esperan: es su trabajo, o su menú.
Uno viste una capa retórica y farfulla el verso. Otro rebusca en el contenedor con afán de perfección.
La bazofia es devorada, devorable, sabe bien, tiene buen gusto, es casi artística y merece reconocimiento.
Ciertos artistas reproducen calderos de inmundicia en sus ceremonias y arman monstruos de papel reciclado,
obras orgánicas que se replican a su vez y crean cubos de basura para la abstracción.

Ahora la belleza debe estar por aquí: groso modo.
El arte debe tenerla acorralada contra algún muro sencillamente grueso. Los y las poetas se disputan el fraude,
verbalizan un estado de ánimo fuera de control. Mienten sobre ella con demasiada felicidad.




sábado, 30 de agosto de 2014

un amor a la medida para Jane


Parecía distante. Junto al micrófono dorado, las manos crispadas en un ademán curioso (nada cruel).
No había frialdad en su mirada, por más que de sus ojos surgiesen témpanos de hielo, mariposas de plata.
Sus manos aplaudían el salto y volvían a encogerse, trataban de abarcar más de lo imposible,
su imagen redondeaba el pálido reflejo de la luna. En equilibrio perpetuo, datos y más datos procesados
en sus zapatillas de ballet, clásicas terminales del ritmo: estereotipos musicales, sinfonías sin orden ni concierto.

Janelle bendecía su cabello y lo elevaba como una súplica, una plegaria dirigida a las estrellas.
El bello cosmos estaba de su parte, de acuerdo con su forma de girar en este mundo. Ella y su comportamiento.
En general, Janelle se comportaba como un sol en su caldera, su interior era demasiado hermoso
para ser descrito, divagaba en la corriente principal, quemando etapas con modesta parsimonia.
Todo a su tiempo.

El primer paso de baile fue un acontecimiento cósmico, pues. Bajo su huella, una delicada explosión,
la tormenta sin perder el compás ni la sonrisa. Un paso tras otro componían la escena, la secuencia
que siempre comenzaba con un ágil pestañeo y un movimiento de cadera, ambos imperceptibles, ambos líquidos.
Entonces, ya no importaba la música, la cadencia era uniforme a pesar de las grandes dimensiones
del silencio que se rompía una y otra vez contra el espejo del agua.

Mas..., quién iba a decirle que el amor... Ella no lo comprendía bien. No es que fuese tan apática, analítica,
no es que calculase su pasión. No es que alzase su peinado en un estilo apocalíptico
para desconfigurar los afectos, simplemente era un ser demasiado perfecto (para amar). Y, no obstante...

El poema comenzaba a entrarle por los ojos como un pequeño cuerpo cálido y sensible, un cachorro
con sus patitas cortas y adorables, sus orejas de miel. El poema era un cable tendido a gran altura para el espectáculo
(o un pasillo de hospital). Siempre había estado ahí. No fue escrito, ni pensado. No había sido escrito ni pensado,
ni corregido con sangre, ni era resultado del tímido proceso creativo ni actuaba conforme a un estilo concreto.
Era un apestado, el  poema, sin relación con sus pares, sin nexo de unión con la costumbre ni el arte.
El poema era un pozo por el que se te caía la mirada, una masacre en la tierra prometida. Era desagradable
como un festín.

Y, sin embargo...  Janelle fruncía el ceño, se enfadaba por no sonreír despacio, por no prestar el alma al contacto
de la brisa, el soplo magnético de las palabras conscientes de su esencia, articuladas
en múltiples significados, niveles distintos de representación. El poema hacía rap tan básico como de milagro,
mezclaba profundas sensaciones irreales, ajeno a la materia. El amor se hallaba dentro del poema y lejos de la pluma,
de la mano aérea, del músculo y el talento, pleno de irresistible autonomía.

Prodigiosa exaltación; hubo una plegaria que no era una plegaria, era un grito de alegría más que un ruego
que relampagueaba inédito y sin sonido entre los versos, brincaba de metáfora en metáfora: realizándose.
Y una lámpara de orgullo que alumbraba en los ojos, y un extraño dulzor preludio intacto del estremecimiento,
una tragedia que hacía asomar las lágrimas sin lágrimas, la luz oscura del amor que todo lo anegaba con su manto.




jueves, 28 de agosto de 2014

donde empieza a morir la eternidad


Unos la critican por su procacidad, subrayan la plática obscena, la palabra convicta. Ah, y el escote demasiado
pronunciado, tanto como un acento en la quinta sílaba del cuerpo. Censuran. Hacen ciertas cábalas sobre su cabello,
repasan su libro de familia y hablan mal de su cariño, cargan contra su felicidad a galope tendido.

Otros la conocen poco y se dejan llevar por la emoción, corroboran el drama e instauran un régimen de soledad
entre sus labios (se dedican a oírla en la distancia).

Solo el poeta está solo con ella cuando nadie la absuelve. Solo el poeta calla y advierte. Solo el poeta
vive para ella cada segundo de duelo. El poeta se muere y es un acto de amor. Las palabras ya nacen
enviudadas, el luto enmarca sus gestos, sus cejas que se elevan y sus ojos cerrados a la única verdad
del universo.

Todos la juzgan por su moda y su manera, su modo y su espalda, sus tatuajes líricos, el corazón que lleva
donde está el corazón. Solo el poeta absorbe su pecado, encuentra la palabra exacta musicalizada.
Los críticos son duros y aceptan sobornos. El disco está en la calle, los escépticos lo buscan
y algunos ortodoxos lo queman en su casa. Es real. La gente más real ya lo recuerda,
se deja embaucar. Las rimas amanecen como soles apañados, evitan el fogonazo triste de la noche.

Tanta música funciona, tiene que funcionar a ser posible: su pobreza es su fuerza, su origen, su tesoro.

Solo el poeta es capaz de reunir la historia. Solo él confía en el ocaso y se despierta con la fiebre justa
que dimana del ansia y es reflejo estático del fuego. Él, de mañana, ha encendido un cigarrillo y ha incendiado los campos,
ha volcado las cestas y ha roído los huesos del hambre; ha contado las sombras que rodean el bosque.
Solo él ha besado.

Ella quiso esconder en el monte un pedazo de infancia, pero el monte vivía al otro lado del mundo.
Quiso salir, conmoverse, mirar en los escaparates con probada ilusión, con la mínima certeza
exigible al destino, pero sus ojos tenían que anegarse como tibias lagunas, su garganta debía consentir una soga,
su voz había nacido para el salmo y la reforma. Su voz.

Solo el poeta tiene una voz para ella, grande como una ópera prima, como el silencio del vacío al concentrarse en un punto;
el himno en las escuelas, la canción de todos los inviernos, la balada más honda que han reconocido las estrellas,
son señales que denotan la sonada aparición del ángel. Solo el poeta ha conseguido pronunciar su alma
con la autoridad que confiere el fracaso, su verdadero nombre con la piedad que el verbo se reserva
para designar la última función del arte o el peso aproximado del amor.

Algunos la critican. El poeta cree que dios es el espíritu de un verso,
su poema, la viva imagen de la belleza al borde del instante terrible en que comienza a morir de eternidad. 





domingo, 24 de agosto de 2014

el mundo y todo lo demás


La poesía no es un mundo aparte. La poesía es el mundo.

Hay un incendio que ofusca la mañana; las nubes arden pero cogen naranjas y burlan el océano.
La música está que quema, arde la música entre las manos del viento, espigas hartas de sol;
nada más que una cuerda en el espacio. Echar a suertes esta suerte del mundo. Los poemas salen de un corazón
que apunta alto, uno agnóstico y brillante que se ha quemado ya.

En la montaña se agita una ciudad de espuma. Fuerte, la poesía golpea
en las murallas altas con sus torres clavadas al tornado, sus nerviosas puertas. Corretean los niños que no están
y las muchachas aciertan con el color asfalto de sus zapatos nuevos.

La luz del sol zigzaguea como un rayo lunar de menor envergadura, de tamaño ambiguo y categoría incompleta,
como una fórmula enamoradiza que no se puede sofocar a besos.

Es sabido que los versos traquetean. Son un remedo que alcanza tintes ferroviarios, vías de penetración.
Nadie espera en el andén. Pero los versos llegan y se apean con sus bufandas de lana
y sus maletas vacías colmadas de pureza. La poesía no es un mundo aparte: viaja. La poesía
es socialista; es bien sabido que los versos tienen hambre de revolución, que fuman
tabaco y mezcla, que cantan a ciertas horas de la noche.

Los árboles se han cansado de arder. La ciudad se ha cansado de crecer hacia el puro firmamento,
fatiga y más fatiga. Parece que el campo espera una pisada concreta, su romance alternativo,
una flor con su belleza más larga, una flor con sangre corriendo por las venas, su cabello también ensangrentado.

La poesía vive en una isla sin nombre azotada por las olas del olvido. La poesía es carne de cañón y tiene
la piel morena, como luciendo el color brown de la madera, el color negro de la esencia. No es que sea africana,
es que es hermosa. Y baila con todo el vértigo del planeta cosido a su cintura,
grita con una voz que es la suma del eco y la nostalgia: sombra y clamor.

Cuando el silencio investiga su forma, descubre un poema de amor colgado del futuro.
Si el futuro es un poema, el pasado lo fue; tiempo hecho de ritmo, recitado, aprendido, copiado en la pizarra, corregido
y criticado por los jóvenes ariscos, abandonado en una calle solitaria como un perro sin gracia.

Los hay que vienen con su metrónomo fascista incrustado en la frente. Hay que leerles, no a Neruda,
no a Hernández, no a Keats, ni siquiera a Cavafis (a quien hay que leer), hay que leerles el cuento escrito por un niño chico
que no sabe aún lo que es un verso, porque ésa es la auténtica poesía. Y lo demás es el mundo.





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