Cernícalo se cierne ingrávido el arco
iris
sobre la teatralidad del parque. Espacio selvático en la jungla de asfalto,
rayas como caminos, sendas derrotadas hacia (seguramente)
una pequeña fuente onírica. La Fontana
hace aguas. Charcos sin renacuajo, manadas de insectos,
nubes bajas.
En el anfiteatro se masca la tragedia. Perros tras su
frisbee, amos sin bozal.
La vida se corrompe a toda prisa; la corrupción es la
marca registrada de la naturaleza.
También los hombres se contagian el virus y envejecen más
rápido,
cuentan canas nuevas por cada devaneo. Una música sutil
invade
y utiliza el parque para sus propósitos (es algo mental).
Los rappers provocan la admiración del gentío con su
destreza vocal y su autonomía poética.
El gentío está compuesto esta vez por dos personas y un
gato callejero.
Los espectadores observan con las manos a la espalda, mueven
los pies.
Hay quien se interna por las veredas románticas con una
novela de bolsillo.
La lluvia eleva una oración y se dispone a caer,
pero el cielo no tiene piedad
de la luz.
Cuando se abre el enrejado, ella irrumpe como si fuera
una apuesta, atropelladamente.
El aire puro se resiste, paraliza pulmones, fluye entre
los árboles
con superioridad y albura. La pureza rehuye las
oscuridades de modo atávico
teme a los que se transforman en sí mismos, bestias de
corte racional. Es una propiedad de la maleza
la de propiciar la mudanza emocional de los puristas, ególatras
de guante blanco.
Quién sabe cuántos criminales han hecho el recorrido a
través del jardín,
cómo les habrá afectado el aroma disuelto en la frescura
del crepúsculo. La novela no es de Bunker
ni de Dodge, tiene que ver más bien con la serenidad
recóndita de Dexter (es Amor Fraterno).
AZ no parece. Vestida para oír, nada cantante. Con el rap
en la mano en el bolsillo con el libro,
con el alma en la mano en el bolsillo con el rap.
El paseo es la representación.
No existe la sombra. Se sueña desde la habitación del
hotel, desde la terraza
del apartamento con vistas. Son diez mil dólares al mes
si está al principio
y solo ciento diez si está al final. La música parece ser
que no, pero comprende.
Se lleva la aguja al surco y suena Gary Clark Jr. (en
privado):
una guitarra llena de poder que atiza los zarzales con el
machete ensangrentado de su aurora.
Hacía tiempo que no leía nada tuyo, Esteban y me encuentro con este difícil fresco urbano lleno de recovecos que suscita el interés sobre la comunicación. Encantado de volver a tu universo poético, difícil a veces pero siempre sugerente y comprometido con el hombre.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola Enrique. Gracias por acercarte a mi poema y encantado también de volver a saludarte. Me fascina el mundillo del hip-hop y creo que es el escenario más adecuado para mis ensoñaciones. Un abrazo y gracias de nuevo por pasar.
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