viernes, 21 de febrero de 2014

delicada


Mira al frente sin dudas razonables, como si no fuera con ella
tanto amor.

Reinician su miseria los aparatos públicos, pero no hay más silencio que el suyo,
el vacío descrito en la pizarra. Tras el cristal, una paloma que representa algo.

La música viene del sur, síntoma de un flamenco recitado a conciencia,
sincopado, remasterizado y pasado por el filtro puro de una batería funk.
Bases soleadas y mesiánicas, una ración de genuino delirio. La palabra inconexa,
liberada del tedio macerado en los púlpitos. La palabra obrera que trabaja de noche
batiendo mermelada.

Se resigna a escuchar a otra persona (más impersonal). En qué sueños camina por el aire
levantado sonrisas como se entierra la semilla de un beso.

Alguien pregunta por los sonidos que acreditan el tiempo reinante. Nadie va. Ella se siente,
realiza ejercicios naturales de suerte que florece apenas. Rompe
la monotonía azulada y la transforma en un sendero gris (hacia la historia).

El sol está de buen humor,
las nubes baten palmas con sus manitas húmedas, el arco iris enuncia su protesta.
Pero los árboles echan humo, están que se derriten,
como mucho, manifiestan su ánimo a lo largo del río.

Ella consulta su reloj de madrugada. Se remonta a su espíritu, sin prisa. Representa un estadio
propio, una manera estimulante de no ser el ángel que parece.

Sucede que el recuerdo está de parte del futuro, interviene.

Ella sin nombre,
tan hermosa que viaja con su escenario a cuestas: dispone de una compañía estable. Sombras
que se agitan, sombras que frasean, balbucean gritos sin mecanismo sonoro.
En el acto principal se ensaya un beso. Turbio no, casi torpe
o demacrado.

El público sigue concentrado en sus aparatos funcionales y no presta atención.
Ella profetiza un mohín con gran seguridad en sí misma, y se absuelve.

(Nadie sabe por qué los gatos no son tratados como menores de edad.)

La muchacha que fue se desmorona sobre su pecho bruscamente.
Y es muy emocionante cuando suena la música
y a fuego lento inflama el poema culpable que acaricia su boca.



foto de Rocío Montoya


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