La crisis es un sistema educativo. Los chicos están aprendiendo
su nostalgia, a echar de menos,
aprenden un currículo de cosas impactantes: un idioma en
inglés. El extranjero es parte de este mundo, comienza por ahí,
pasado el parque, donde se pierde la montaña vista desde
el cielo.
Los jóvenes llevan incorporada una memoria USB, la gente
mayor desborda información de sus disquetes antiguos,
olvida. Pasado el parque, el olvido se vuelve una
obsesión, se han de olvidar algunos árboles perfectos,
es necesario hacer borrón y cuenta nueva sobre la
pulcritud de la naturaleza, ensuciar un poco las inmediaciones, y el césped.
Los vampiros están saliendo esta noche, como todas las
noches. Los ogros se impacientan. Hay más realidades
de las imaginables; o existen quinientos billones de
universos posibles que se repiten hasta el infinito como por casualidad.
El infinito es un número que permite soñar: posee
propiedades. Si la existencia contempla todos los campos,
las diferentes series en su totalidad, multitud de
elecciones, bifurcaciones constantes. En una de ellas, que no tiene final,
Keny ha nacido al alcance de la mano, pasea por la acera
y se la ve venir con su pañuelo y una estrella en los ojos,
pero no se llama así. O es alguien como ella a quien han
abierto un expediente informativo. Por ejemplo.
Hay un espejo universal en el que se miran todos los
ojos, al que van a parar todas las miradas. Keny entonces es una chica
divertida que siempre está pensando en los demás. Canta
con su acento y su finura; escribe el poema
que le gusta, el que quiere escuchar por la mañana. Ella
tiene poder para detectar al poeta que hay en todas las ciudades:
solo uno por ciudad. Muchos escriben poesía, pero solo
uno es el poeta. Y no lo dice, ni se nombra ni se enreda,
no hace gala, más se oculta entre la niebla y las
palabras sueltas, usadas por doquier, escupidas y pisadas por la gente
como sombras ajenas. El poeta real no se concibe, no se
atiene, se detesta por esa debilidad apabullante
de escribir a todas horas el poema, y sus anexos, estrofas
adyacentes, sus páginas de sobra:
la detestable verdad. ¡Ah!, pero ella lo tiene entre sus
manos, lo acaricia con los ojos vírgenes, con sus manos tímidas lo toma
y lo protege. No hay un golpe, solo voz. Le ofrece su voz
dulce y ecuánime, extrañamente limpia,
y su canción asciende como un globo, flota como un astronauta
en el espacio.
Keny es un milagro que vive y obra en un sinfín de
contactos, es el gran estreno del fin de semana, la película de amor.
Protagoniza una historia de amor con el poeta de
cualquier ciudad (que siempre es él, en la distancia).
Es la norma que olvide sus diálogos y redacte de urgencia
una proposición teatral imprevisible. La norma dicta
el significado que suele ser cálido e ir acompañado de un
verso en francés, un versículo tremendo y sin interrupciones.
La obra debe ser en francés, pero el milagro se entiende
mejor hacia el futuro en una lengua apátrida, se extiende
hacia el futuro en nuevos signos, letras minúsculas y
gramática parda remasterizada en el laberinto urbano.
Luego están los viajes hacia ninguna casa, que son viajes
de trabajo, estrictamente,
y suponen un volcarse y revolcarse nada más. Así, el
poeta en su ciudad finge un conocimiento
que no es suyo, trabaja una materia que le huye, desafía
a los dioses con ferocidad impostada. Habla de amor
y no lo sabe oír, se expresa con triste inconveniencia y
sus palabras huecas logran un eco desolado y sus palabras fluyen
a través de una tela de araña. Es el amor, que ha tardado
en salir, que llega tarde al deseo como un tren sin espuelas.
En el universo, Keny se encuentra con dios, que es un
albañil en paro. Va vestida en parte de princesa con su vestido blanco
y sus zapatos rojos. Aniquila seres oscuros como una
heroína del cómic, con una superalma entre los labios
y un supercorazón en la mirada.
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