He aquí la canción. Trata del mundo. Es un objeto situado
en plena zona habitable del sol:
buena temperatura, agua. Precipitaciones de la atmósfera.
Atmósfera, biosfera. Radio. Órbita. Tal vez durante la era
glacial algún observador estelar se acercara y concluyese
que la vida era imposible aquí.
Oh, pero es que ahora sobra la belleza, a reventar las
costuras planetarias. Por todos lados asalta la verdad: hay hambre,
miseria, violencia, toda la verdad sobre la misma
historia de poder. Hay sangre que resbala, corre formando vanos
regueros, forma máscaras en la tierra, rictus alegres.
La canción es una vuelta al mundo, o una vuelta del sol
al núcleo de la galaxia, un garbeo de la galaxia por el grupo local.
En cúmulo, en tromba, como un ciclón de estrellas
cabreadas que abrasan el espacio, lo calcinan, pobres átomos.
Pobres átomos solos, nacientes, fluctuaciones de campos
que disimulan su embarazo. Está el vacío, que puede ser
falso, claramente artístico, proclive a la manifestación
genial de su genio y su mordaza (a saber: el vacío
verdadero es el que arrasa con todo).
La canción no trata de eso porque es un lugar común. La
cosmología está muy vista solo con mirar al cielo.
Es mejor ocuparse de la vida a ras, la que zangolotea. En
una acción descomunal, el superhéroe con la careta de Nixon
salva a un lindo gatito de las garras de una anciana
medio muerta.
Ah, esta es una función sin duda más actual, más walking
dead o, bien mirado, más trip-hop.
El poeta que se rompe la cabeza no va a intentar que K
ponga voz a su parodia. Esa Voz. Su Voz Carismática.
Su carisma. El poeta no negocia su artesanía ni monta el
tenderete en el mercado, ni llama de puerta en puerta.
K no se vende a radios ni televisiones. Ella es la
heroína que escribe lo que le dicta su alma pura (sin salvar gatitos).
Su alma es de una belleza interestelar; ya ha llegado al
nuevo mundo. Su nuevo orden es un canto a la entropía
civilizada, al rigor intelectual de los corazones. Su
corazón es El Álamo asediado, a punto de arder.
No ha de ser una canción de amor basada en un poema, una
balada con su pena gris, su perla gris.
El amor es bueno para más allá de la rotación, para una
traslación adecuada, una traducción literal: l'amour. Donde el amor
es bueno para el poema resulta nefasto nítidamente para
la melodía que busca su órgano o su cuerpo
lejos de la métrica, en la franja en que el ritmo se
independiza del oído, de la voz, y responde solo ante la música.
Ronda la música. Por el vacío ronda un espectáculo que no
debería continuar, pero lo hace, como una mosca de la fruta,
o una mosca ante el televisor. Keny no pondrá voz a la
sintonía del programa futuro de la cadena aeroespacial.
Reserva su material para un evento realmente innecesario.
Ya suena el tema en la frecuencia modulada y nadie sabe
de quién es, quién canta qué. Y cómo suena. Es un remix
de ACDC aderezado con un toque salvaje, cortesía de The
Roots. En la mejor versión la voz es de Azealia Banks. El poeta
se ha llevado un susto, se ha llevado un disgusto, se ha
llevado hasta la calle y deambula esperando una revelación, el cruce,
la ocasión, una aparición (el DJ de los Run D.M.C. / el
fantasma de Hank Williams), el milagro que desbroce la avenida.
Keny rapea frente a un micrófono al rojo, su carne en
carne viva, sus labios colorados bebiéndose el carmín a grandes sorbos.
Keny haciendo estragos en su mejor versión, arrasando la
galaxia con su acento en castellano, dosificándose.
Los ojos verificando el desarme definitivo del pop. Tan
indómita.
La pulcritud de su alma sobre el fondo iluminado de una
mirada sin freno.
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