No olvidar resulta una bendición.
La memoria debe ser obra de un dios
sin palabras; es un hueco,
la memoria.
Nada en que creer fuera del alma.
Se desfiguran los cuerpos, la sangre
corre por la cara del tiempo en lágrimas o ríos,
ríos de sangre, ríos de lava, agua que
no hay. No puede olvidarse la maldad, el amor, el daño. El terror
se revive una y otra vez, el amor sabe
a desierto, sabe a hierba,
como la verdad.
Oh, hay un rostro que no puede
olvidarse. Jamás. Nunca podrá olvidarse.
Por más que lo destierren y lo
entierren, y lo fotografíen después.
Hay un rostro que no se sabe dónde ni
por qué, que está enterrado y muerto y ya desfigurado
y desarticulado, sus músculos dados
por muertos, dados por muertos sus sentidos, su voz. Hay una voz
que no pregunta por su eco,
que no pregunta por sus besos -¡tiene
tantos!-, una mano que es de todos.
Su cuello es un deber, un tratado de
anatomía. Y de política. Su entereza, ¡qué estatura!,
ciclópea, de edifico; ese porte real,
mayestático, más aún y todavía más que una Reina. Algo diferente
a llevar una corona, diferente a una
diadema
y a un ramo de rosas. Una rosa quizás,
apenas negra, quizá.
En la marquesina, su nombre. En el
teatro, en el letrero de la tienda,
en la cabecera del periódico, en los
anuncios por palabras, su nombre. En los libros que se leen en el metro,
en los libros que se leen en las aulas,
en las librerías, en los andenes
-tan pesados-, en las cafeterías y en
los bares que encienden la televisión. Su nombre.
Escrito en el espacio del arte.
Es una obligación. Este recuerdo no es una forma
de sacudirse el miedo como quien se
mira en el espejo y deja atrás
una imagen -que se queda flotando en el
centro del estanque- y sigue conspirando contra la realidad.
No. Este recuerdo es un mantra de precisión,
la exactitud de unos ojos y una boca
reales, de un llanto que repite la
infamia, que grita su dolor, todo el dolor.
Porque su nombre se remonta, es un
satélite. Su nombre está al principio
de las canciones y los versos,
pintado en las aceras con carmín, pintado en la puerta de la casa, grabado
junto a un millón de corazones en el
corazón del parque.
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