Está escrito en la valla con letras iniciales:
EL AMOR SE NOS HA IDO DE LAS MANOS.
¿Alguien pudo escribir esa montaña?,
¿quién ha podido escalar el verso?
Corazones del mundo, hundíos.
Mascarones de proa con forma de gigante atronador, cara de rabia.
El amor conoció tiempos mejores,
tiempos de brújula y ganancia, orbes cuajados
a millones, secadores de pelo.
Al alba, se calaron los versos; escoltados
hasta la puerta,
salieron por la puerta de la boca como
besos sólidos y hermanos,
otros seres humanos. Nadie se percató,
se persignó, organizó reverencias japonesas de noventa grados
ni reparó en gastos. Los motores se
pusieron en marcha,
simplemente.
Como el verso se había atrevido a
confesarse, sin miedo al terror
de repetir Amor, esa palabra roja,
mientras el pavimento mostraba su dibujo, la rayuela,
y el cielo se crecía en la manzana con
violencia.
Se nombraron unos ojos que miraban al
sol sin artificio. Y el sol era una trémula burbuja de espanto.
A raíz de una mirada, despertó la
sangre y el pálpito sumó
alma a la noche, región al cuerpo. Los
poetas se hacían: "éramos tan pobres", conversaban entre iguales
en un falso silencio parecido al rocío.
La luz forjó contornos en el rostro de la lluvia,
se desplazó al azul, turbia como un
sueño
y ella fantaseó su delicada planta, su
rosa monográfica, formateó su aspecto y su dulzura.
Acontecieron gestos, una muralla de
nombres
para disimular su encanto. Estaba
escrito: SE NOS HA IDO DE LAS MANOS.
Ella leía sobre el papel del ángel los
dorados, luminosos signos tan insignificantes cuando los árboles manejaban
su calma, los automóviles conservaban
la energía
y los poetas creían ser felices sin
motivo, así, sin horizonte.
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