lunes, 9 de marzo de 2015

noción del alma


Qué pena. Pasa la vida, la vida es un desierto y si hay alguien, si existe,
está en el cielo, lejos de todas partes. Está en el cielo, es invisible,
alma de quién. Se recrudecen las almas con todo su equipaje
de lágrimas, hacen sitio a todo el aire. Hablar de un alma en concreto
es difícil porque hay que saber de ella, para hablar hay que saberla,
para decir por qué tiene los ojos rojos de tanto llorar, los ojos
grises de tanto querer llorar, tiene los ojos negros de tanto eternizarse.
Otras almas han perdido la razón, revolotean sin sabiduría ni rostro
en torno a los chacales como cuerpos exangües, cuerpos exánimes,
delicados cuerpos deliciosos. También el arte está en el cielo, un espíritu
anima las circunvoluciones del pincel, el rastrillado de la pluma nueva
hacia la aurora, las manos en el bolso del genio apartado por la crítica.
Crea. He ahí el nexo, el eslabón perdido, el alma es creativa por imperativo
natal, va creando sus monstruos desiguales, sus obras de teatro,
esquelas y panteones, va construyendo arcas para todo género de cosas,
o construye diluvios por medio del humo y el aliento, la palabra.
Algo extraordinario es que un alma hable en francés y se la entienda;
que un alma salga de Alabama y marche, camine sin destino ni cansancio,
vuele como un ciclón a la deriva, se ilumine con una sonrisa preciosa.

Las almas vienen a decirlo todo en su francés, que es un idioma poético;
el castellano es para cadáveres con delirios de entereza, para los libros
escritos en la sombra, nunca escritos o escritos en inglés intraducible.
El castellano es un idioma descarnado, demasiado español para ser
un buen inglés. Por eso un alma sabe lo que sabe, chapurrea y se defiende,
conserva rasgos de cultura, rangos militares, la disciplina espartana
en casos de necesidad extrema, esa manera de desfilar mirando al frente,
a la frontera, allá donde no hay más que una franja de hielo, donde la vista
no alcanza: nubes y problemas. Pues un alma es dios en toda regla, nada
de sucedáneos místicos ni revelaciones ni últimas palabras, profecías
ni vuelos sin motor, es un ser increado y nativo, génesis y futuro, redención.

Ahora, su alma. Su alma ocupa un tremendo espacio (casi mínimo
en comparación). Despide un breve fulgor; todo en ella es mínimo y breve,
simpático, como el pequeño ser que nunca fue. Es una nota musical
y cada sinfonía del río, cualquier río, cada melodía tallada en la piedra,
cada recuerdo. Tiene los ojos negros, el pelo negro recogido, las manos
limpias, los pies de un pequeño lince recién nacido, el pecho de una madre.
Habla en su lengua rota, como recogiendo trozos de silencio por el suelo,
barriendo frases trascendentes que nadie habrá escuchado, dando fe
de una grata nostalgia, una franca compasión, un gran desvelo, repartiendo
rosas entre gotas de lluvia, entre la maleza o por el parque, siempre en acción,
siempre en movimiento con su solemnidad espiritual, su acento efímero
y sus vértebras, el tono del discurso que no deja de ser una aventura
en ciernes, un llamamiento a la calma de las interjecciones y los platos rotos.
En su regazo crecen flores que luego habrán de ser galaxias enfrentadas,
Andrómedas furiosas, misceláneas veloces bajo mil azules desbordantes.
El alma ante el espejo a la distancia media a la que claudica el sentido
y la belleza se muestra en su explícita inocencia, su moderado afán.

Ahora, el poeta. Menor que un verso herido. El poeta se aparta
de la vida. Engrosa los balcones que revientan de flores apagadas,
se oculta tras el fuego, una cortina de voces, luz que revolotea y llueve
como un signo de su propia conciencia. El poeta sin alma ni entusiasmo,
clavado en una cruz abandonada, dueño de su hermosa sangre,
abrazado a una rama, a un rayo, al rostro del amor que empapa las horas
enterradas y enjuga su llanto amargo en un pañuelo puesto al sol,
una llama dispuesta a despertar del sueño universal, a despertar elevadas
pasiones o levantar una muralla de besos sobre el terciopelo suave
de las mejillas, su femenino asombro, el colorido ardiente de la sed.





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