Veloz, la poesía llega como un disparo al corazón. Pero no es poesía,
es un disparo al corazón. Todas las mañanas sale el sol para las
minorías. Jordan vive en un país de minorías
(la mayoría ha muerto), un estado de embriaguez. Todos los días sale a
la calle y deja que el sol
broncee su memoria, alumbre sus vagos recuerdos
como una madre. Y allí está su madre estrafalaria, con sus documentos
bajo el brazo,
justo antes de morir.
La poesía dispara desde la copa del árbol acertando en el pecho a los
viandantes, pero no es la poesía,
sino un francotirador. Ah, una ligera contracción semántica: es la
policía
desde un balcón acondicionado, una esquina sorda de la mente social.
La sociedad se mentaliza, discierne. Mientras entierra a sus muertos.
Jordan se aburre y pone cara de funeral; sucede que su madre
ha muerto en un distrito irregular (del parque), un día cualquiera. Y
su entierro fue un reguero de jazz,
chisteras y baile sincopado, la conmoción del ritmo que abate imágenes
y desinfecta surcos
cerebrales, se mueve por el río Mekong del pensamiento en una lancha
rápida.
En el piso franco, el poeta no quiere delatar a nadie (por eso escribe
con letra invisible un poema invisible
que no se debe leer). El inconsciente colectivo se ha compaginado y
anda
tomando birras hasta las tantas, internándose por tramos prohibidos,
lenguas de fuego. Vuelan libros abiertos que vienen
a caer del lado interesante. Y se entienden las cosas del revés. En un
lugar de Shakespeare: “el mal que hacemos
nos sobrevive”. Es el esquema y hay que ceñirse
a él.
Jordan no hace ningún mal, y está descalza doblando las manitas en sus
puños de oro. Vibra
como una radio-fórmula atiplada, su antena fija en una voz del espacio
que no habla de amor. El amor
ha respetado su cara de ángel, esa forma de mirar a las estrellas sin
término medio.
Parece que las almas matan más que la belleza, son preciosas hasta
cierto punto. El p(r)o(f)eta ha perdido la razón:
cree que no hay vida para la rosa más allá de los idus de marzo. Las
balas sobrevuelan el verso, ¡oh! y la resistencia
es dulce, adquiere un significado pleno ante la fuerza
de la sangre, frente a la realidad que se compacta en el tiempo como si
obrase un milagro cualquiera,
como si no fuese un día especialmente propicio para intervenir.
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