Jordan tiene complejo de sí (misma), un diseño caótico. Los altavoces
generan dimensión,
se pliegan sobre la forma del sonido, su temblor arrebata terreno
alrededor del alma, crea una soledad de pasos cortos.
Hay que beberse el ritmo a grandes tragos como en un proceso revelado,
escrito en el reverso de la fase incómoda del sueño, grabado en la
distancia.
Los versos compiten en rango y desprendimiento; su caída
es un espectáculo que nunca finaliza. Se matan. Se estrellan contra la
firmeza de la realidad y su sangre
dura un rato en la madera, algo en la piedra, una eternidad en el
espacio. Por el nombre
se empieza a decaer. El poema va firmado por una estribación o un río
célebre, su fama es la del árbol que convoca su paulatina sombra de
infinitas moradas. Esta es la cultura,
el fenómeno en toda su extensión: el poema se mata
bailando una canción desconocida y puesta en entredicho. Figúrate.
Alrededor de las almas una vegetación vacila, chapotea, racanea su
acento verdinegro, ese sorbo comestible que se le supone;
Jordan se aclimata a tanto cielo antes de que la acribillen a besos los
mendigos, a preguntas
los chicos de siempre. Nada que comer salvo la luz que arranca
pájaros a la maleza, mariposas al nervio del agua en los jarrones.
Hasta la rosa aguanta el pensamiento por no entregarse a la revolución.
Nada de plástico, hierba
sagrada y territorial, dioses que se revuelcan como caballos indios,
gritan
una verdad que nadie ha combatido todavía.
Existen damas que abortan portaaviones, gente sin vísceras aficionada
al teatro. Una paloma cruza el muro de la cárcel,
cumple condena durante un instante y es liberada por el viento. La
noche engendra
monstruos léxicos, tóxicos, dispares, genios de la palabra que presumen
de energía transitiva. Los chicos
solo preguntan por el mar, carecen de imaginación para entender el aire
que respiran,
su fantasmagoría combustible: viven su espanto ávidamente, reyes
envueltos en túnicas de olvido.
Pero ahora este mundo debe verbalizar la ausencia del poeta, su nombre
despintado en la pared
del alba, la compasión que yace a su espalda sobre la tierra yerma,
leve brisa que fecundara la mañana de ayer.
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