Llueve misericordia, viene, pues, un domingo pasado por alma.
Durante el funeral del jefe de departamento, el director de recursos
humanos
recurre –sin éxito– a la
humanidad del difunto, los empleados murmuran, esto se alarga,
el tiempo se estira relativamente como en la cola de la mesa electoral,
ante el semáforo en rojo, como en el entierro
de otro don nadie con escrúpulos.
Es intrincada la senda de la realidad; que se conjuga en sus términos
opacos,
linda con el recelo. Una pareja de biks escolta al viejo, que se
tambalea pero manda, no necesita escuchar.
Con el tiempo, todo se va impidiendo, todo se persigue. El humo ha
revolucionado la manera de pensar de los poetas;
ahora, suman con los dedos y llevan en la mochila una bombona de oxígeno.
Fuma. Jordan. Fuma como si no hubiera un mañana, expulsa el demonio de
sí, se expulsa
de sí como una broma y vuela trastornada por la música del piano; algo
eléctrico tiene lugar en su memoria,
se disputa su aliento. La parte del amor ha permanecido tras el góspel
y la troupe
consiguiente. Aparca su novela formal –es Michael Chabon– y se pregunta
por el crudo exilio,
la vecindad y el teorema del miedo. Ha conseguido una plantación bien a
resguardo del motor legal y su trastienda,
protegida por un ser supremo congelado en su imagen del mundo con un
trago de vodka
en la garganta.
Pasa el domingo y se aburre la sombra; uno se dice:
he leído ya el periódico de hoy, he desayunado y tengo el estómago revuelto
de tanto caminar hacia la luz.
Los perros tienen la respuesta, nos triplican en número, son dóberman
de Bucarest; este Gris,
mezcla de Cerbero y Mason-Dixon Line, materia prima, orco amable, tiene
arrepentidos a los ganefs del barrio,
que vuelven la vista cuando llega gruñendo (nada personal).
Lluvia contradictoria, vamos a contar las cruces; en la radio de ayer Rhiannon
interpreta su intensa
balada, ha resultado ilesa de tanto coleccionar fantasmas, acaso
fantasea esdrújulas de hielo
natural. Nubes en masa y críticas acerbas, lúpulo y carmín, ascetas de
calendario, la fauna del pesebre
ocupada en su hacienda. Terminales de pánico y habitaciones vacías: así
se pronuncia el entusiasmo, de una vez.
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