lunes, 22 de agosto de 2016

nuestra milagrosa hermana


Nuestra hermana no tiene que dinamitar el arte,
ni decidir las flores más escasas, el color dominante de una puesta de sol; no está obligada
a ser dueña de una sombra infinita, ni a quitarse en el baile los dichosos tacones de la fe.

Ella es el carmen de sus ojos lejanos, no necesita alzarse en la tibia mañana
sobre el aire tejido de silencio; significa la línea
que previenen sus labios (autorizados a morir de un beso). Como una madre
desnuda, orgullosa como el tiempo, indiferente al peligro de arrojarse despierta bajo el tren del olvido.

Ha sometido imperios con tal metáfora débil o solemne,
tal distinción cultivada en su espina, fatigada columna, dócil nervio, noble arteria
prometida a la rosa.

Sus piernas asilan el secreto, su continuidad
se advierte, no asumen la culpa de serenarse o remozar su trono, remiten a la selva frutal y el sentimiento. En mitad
de la noche han recogido una copia trágica del verbo entre la marca de la naturaleza,
peso y estribo. Darse es –contra relámpago– la obsesión por el sonido que destruye
el poema con su mazo de frecuencias,
su falsa conmoción.

Este fervor por los espejos. ¡Ah, consecutivamente hermosa! Bella en la criba ciega de los cultos profetas.
Sale de la niebla por un claro de tristeza, tímida irrumpe en el espacio
entero, mariposa reciente, ruiseñor de Marte y sus canales, sus cabellos
orlados de maleza y virtud. Como una nueva virgen ajustada a la historia. Plena y terrible,
carne y rendición sin réplica.

Del espeso color de la granada, esa eterna sinfonía oscura que mece sus caderas,
cruel con el tablero blando del estanque, la nieve propietaria de las cumbres airosas. Su palabra es oxígeno común,
el eco no se vuelca en su memoria, apenas el agua de su boca crece como delirio,
funda escuelas de realidad en una estribación del sueño.
Finge el arcángel de sus manos ausentes. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores