miércoles, 20 de diciembre de 2017

la rosa en rojo K


Montañas que tienen la manía de ser alguien,
cimas funiculares quizás en otro enclave planetario (singularmente Venus). Pero aquí se habla del campo
como si no hubiese otra altura a la altura del pozo infinito de los sueños,
su redondez original.

Nada mejor que el ascenso democrático,
la solidez del cielo, el beso de una estrella puesta en pie. La belleza de Jordan excede la de una cruz
cualquiera, nace de una constelación de aromas, un tratado
floral; y es tan apática la rosa
que muestra su frecuencia como una onda equitativa.

Venid con hierba entre los dedos, en el pelo,
cerca del alma que se contorsiona bajo el disfraz colmado de los ojos, su ápice de sangre
rojo Kubrick*.

Oh, la montaña permanece ajena,
invencible en su escalena juventud, presa de un dibujo a mano alzada,
dirigida al abismo de la repetición, pues todas las cumbres poseen un alma gemela al otro lado del mundo,
como todos los ríos se inundan
a la vez.

Pero cierta belleza que no repugna a la claridad del aire, ni facilita
el decoro a la lluvia que se precipita mansamente sobre el músculo de la fertilidad. Cierto
tono de piel entregado a la memoria, oscuro
hermano de la luz.

Jordan, como siempre está subiendo... Su nivel es un fármaco, un marco
curativo, así se define: buenas vistas, la ventana constante al nuevo paraíso del ayer,
una habitación sin fortuna, tránsito y color de hogar. Su vuelo significa una deportación del espíritu, el paisaje lunar
definitivo de otra línea fronteriza.

Claro que se puede acabar con la belleza, basta con la traza y el carácter,
la pura forma del crimen o una marca en el espacio entre el silencio y el eco prodigioso de su voz.

*’Mi vida en rojo Kubrick’ es una novela de Simon Roy.


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