El
ejército de dios ha sido derrotado. Hay tantos ángeles. Unos llevan su nombre
en el alado pecho,
sus
ojos detallan la verdad; mas no todos son bellos
como
estatuas griegas, algunos soportan la básica hondura de las tríadas, talleres a
la luz del mercurio,
otros
resplandecen sus labios agridulces, una serenidad
infantil
invade sus mejillas, cuidan la voz.
En la
batalla, la muerte ha declarado la paz; la brutalidad del cielo
ordena
sus legiones, derriba monasterios suspendidos por la magia. Este ángel pisa la
hierba
con la
mirada; sus piernas deben ser, sus dedos olfatean la memoria de los príncipes.
Este ángel
absorbe
metros cúbicos de luz, no se inclina.
Pecados
y cubas de vino, montículos ardientes en el coro, capitales en el mapa del
dolor
humano.
La creación fue una vulgaridad, tuvo su momento,
y
suficiente. El agujero era tan hondo como un verano entre dos mares, como un
saco de arena. El mundo sobre los hombros
de una
mujer encinta, su piel eléctrica y aquella vertical de su sonrisa. Fue cruel el
milagro,
triste
acaso; la noche seleccionaba espejos entre las gotas de su ligera lluvia.
Era
diáfano el ángel, tatuado hasta la espalda, doblado en un rictus
personal
como si impartiese justicia con el surco de su vientre. Oh, se defendía de la
fuerza del viento,
arrancaba
látigos de cuajo, tendía un alma larga bajo el sol de octubre.
Ha sido
encarcelado el ejército de dios, sus generales van dormidos al destierro,
sujetos
a un pesado estilo arquitectónico, un estigma que destruye planetas.
Sobre
el barro, el ángel pulveriza la forja, rebasa la frontera entre la tierra y el
infinito, se demora en el sueño como un ave.
La
fortuna procede del espacio, es lo único que falta: un lugar donde (caer), una
casilla en blanco
para sellar
el fracaso, para explicar su estrépito, su lógica cordial. La carne que parece
un pensamiento y produce
los
monstruos adecuados. La sangre que hace gárgaras de eternidad. Este ángel ha
contraído sus alas,
entiende
todos los idiomas menos el de la suerte, menos el de la muerte, que le ha
regalado su cetro. El campo de batalla
es un
campo por encima de todo, así que lo recorren trenes sin blancura,
como
recuenta sus árboles dorados cada tarde y, al terminar el día, recoge los
cadáveres
y
olvida.
la fin absolue du monde
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