Jordan,
con un libro entre las manos,
lee;
ella de piel negra, piel tan negra como la corteza del árbol, como la tormenta
que saluda
con una
inclinación del horizonte, lee, comete esa falta, lleva a cabo ese rapto
iniciático
ilegal; es una niña con las piernas color tierra caliente, una niña que lee
su
primer cuento de navidad.
Aunque
el verano acecha
recto
tras las matas de algodón, hiperbolizado en los azúcares,
rosado
en los lagares de venus, sus ríos increíbles. El piano suena lejos, en la
iglesia que arde, plata y firmamento;
la voz
destroza un clásico espiritual, pero no importa: las llamas ratifican el tropiezo.
Ahora
es preciso ocuparse del trabajo, su exotismo
descollante,
la novela que se cuece en su cocina del infierno. Un trabajo forzado, pura
fuerza en los brazos,
pura
sangre, túneles labrados en las sienes, venas que invaden
arrecifes,
corazones que golpean. El trabajo es el hábito de dios –que no trabaja. Aquí se
muerde los labios la literatura,
incapaz
de ralentizar el bombardeo acústico, la cadencia
ilusoria
del martillo que pulveriza huesos, templa los nervios de la acción.
Pues es
sabido que los ángeles no creen en milagros,
una
sombra gravita sobre las plantaciones, un punto mapeado sobre el campo, detenido
en la burbuja
antes
de su estallido. Y en las cabañas no existe el neón, ni acto de presencia del
mercado, la televisión
encuadra
solamente el pedazo de cielo intermitente por donde asoma el fieltro de la
luna.
Cuando
Jordan lee su canto de sirena troceando las letras en minúsculos asteroides de
viento
y
confirma un juramento de selvas estrelladas, las palabras
inducen
a la reserva y el pánico; ¡qué heroica decisión!, desentenderse del tiempo y la
memoria, superar el abismo, despellejarse el alma hasta los besos y observar el
hemiciclo de la noche.
El
poema habla de otra formación de pareceres, casi ilegible
a la
luz aplomada del crepúsculo, apenas el reflejo del agua corea sus lecciones;
acaso halle la fórmula
intocable,
el final de una épica de humo. Cómo rompe el silencio con su acento
encendido,
predice una nostalgia común en el pesado idioma de la carne, reza así:
“un fantasma
recorre Europa…”.
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