Hay un acantilado por el que se
despeñan las miradas, hay una producción
exagerada de matanzas, un desistimiento
de la realidad. Las plantas se acercan a ver lo que ha pasado,
quién ha matado a quién. Hay una casualidad
en todo esto, la reencarnación
de sucesos aparentes, su
multiplicación inesperada. La fantasía no sustituye al milagro, por más que
necesaria;
sigue el camino y hallarás un Hada
vestida de blanco, su piel tan armoniosamente oscura,
sincera, extraordinaria como una
verdadera religión, un paso obligatorio hacia la santidad.
Es
Destiny, que mora en una especie de transición estacional, su habitáculo en la
parte
oculta de la ciudad, un lugar sin
nombre bajo ninguna estrella. Su boca ha confirmado la forma de la luz: hoy
ha amanecido un punto de coral, una
fragua detenida en el tiempo.
Vagabundos, marginados; hombres que se
ponen de rodillas, estatuas valientes. Hoy ha sonado un himno
sin país y era un espacio entre el
silencio y la música del agua, entre la algarabía de los chicos y el pesado
ciclo de la aurora. Por el camino, las
huellas del pasado semejaban cápsulas de aire,
fórmulas doradas de la historia, tras
ellas, la historia demandaba una explicación convincente, mostraba su esqueleto,
el probable andamiaje de su reino
infantil, el plano de su biblioteca.
Destiny forja un poderío inconfesable,
sus piernas obedecen a la noche, sus manos, al eco de la oscuridad; observa
el vuelo decidido de un ave exótica,
sus alas graban en el humo una silueta afilada del giro y su elegancia,
brindan la posibilidad de la ascensión
con sendas ráfagas de geometría; ah, ella es una estibadora de ángulos,
siempre atenta a la memoria del
paisaje, su volumen creativo, eidético.
El milagro ha sucedido en otra aparición
más
desinteresada, ha reincidido como un
delincuente de otro mundo. Y las chicas han salpicado el cielo
con los ojos revueltos, y dios se ha
desviado hacia la autoridad de la materia.
En este banco del Parque, un Ángel se
desvive, borda su llanto con agujas de plata, un dedal en cada lágrima,
un sendero en cada beso desterrado al
olvido, una sinrazón en cada párpado incendiado de esperanza. Las horas
terminan su batida, las hojas manan de
los árboles desordenadamente, como en un funeral las familias
se toman de la mano; oh, dulce ser
destinado al fracaso de la vida, su tentativa y su espectro, tú que obras
la inmensa felicidad de la sangre, no
mires a la luz.
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