Junto a la Biblioteca, la señalización auxiliadora: PRECAUCIÓN, OBRAS,
también: PROHIBIDO EL PASO A TODA PERSONA AJENA A ESTAS OBRAS.
Es la cultura que se defiende con los puños, suelta
patadas
soñadoras. La Biblioteca ha sido enladrillada. La
cultura es un monstruo proactivo,
practica su apartheid, tan progresista.
Lívidos engranajes constituyen la maquinaria superficial
de la academia, adornan la violencia natural de la especie
con una tradición de soles blancos; han percibido la
penuria del amor y ya no aman. Y el cielo
yace lleno de moratones. Es curiosa esa actividad
profunda de la nuda materia, el mecanismo
insólito de la reproducción que implora un gesto y
acaba
reanimado en un penoso impulso, en una llama de
terciopelo color fucsia.
Qué cerebros fulgurantes –bien alimentados– amenizan
la celada con sus llamamientos a la reestructuración
ordenada de la sentimentalidad; saben cómo agarrar
la taza del té de las cinco sin denotar procedencia ni ánimo,
saben figurar en la orla del retablo con el rostro
impertérrito del cazador.
En el libro se lee la reforma, está planificado el
mérito. Los milagros
arrecian como en una granizada feliz;
y la maldad ha sucumbido al silencio. El terror
discurre por su cauce de lágrimas, su avenida de sangre,
pero hay una sonrisa triste al final del sendero que
forma una muralla decadente.
Gruesos tomos encuadernados al aire,
cosidos a la textura formal de la ignorancia. Aquel
anciano, aferrado a las probabilidades de su lógica
antipoética, posee más autoridad que un príncipe estelado,
su lírica
fracasa hasta llenarse de vida, luce como una venerable
maldición.
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