El ferrari rojo sangre
de Sharon ha sido visto en la Avenida, a la altura del cielo,
en esa curva caliente
donde aguardan los
profetas la reencarnación del polvo y el olvido, los fantasmas apuran su copa
de sucia claridad.
Iba a toda prisa sin
dejar huella,
más rápido que el
cadillac del hampa, más rápido que el eco de una voz
prohibida.
Este suceso posible,
objeto de esperanza, este relato
creado a partir de una
colección de palabras rotas con un ala rota. Dicen que el profeta ha entrado en
shock.
Destiny® ha cometido un exceso
o ha trasteado con la realidad,
ah, su inexperiencia, el
mundanal fluido que recorre sus conductos celestiales. A la vista
del mundo, ella jugaba
fuerte, abría alto cuando…,
dividido en el aire, el
juego parecía ascender y retenerse, virar hacia una condición desconocida.
No estamos para milagros. A ciertas horas de la noche
el alcohol arroja un
conteo estrafalario de miligramos y afrentas. Ahora
aseguran que el verso ha
tenido la culpa. Pero el poeta solo se divertía un rato, sonreía parapetado
tras una rosa de
invierno.
Resulta que el poema
dice la verdad. Es de una condenada
extravagancia; ni que
floreciese la misericordia, la calima arañando el deliberado trascurso del
tiempo,
tan rígido en sus
tiempos y sus determinaciones.
La calma cerebral del
camposanto ha sido
dinamitada; el campo ha
ampliado su repertorio clásico de ruedas y manojos,
detectives y pruebas
materiales. ¡Tanto material para la nada! El verso se muere o lo han asesinado;
nadie sabe por qué los
ángeles han tornado a su hábito de nubes, los sueños
han vuelto a la mente
subliminal del arte
y solo hay un espacio
oscuro que derrapa en el espejo, una gota de sangre
disuelta en la lluvia
que rompe el silencio
con voz de multitudes.
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