En la confusión, hay
luz. Todo es tan perfecto que asusta, las cosas
muestran su perfil de
cosa rara, los momentos muestran su perfil de tiempo detenido; se produce
una fusión y nacen los
pasatiempos. Destiny® pasa el tiempo
detenida en una rosa, la
escruta, la estudia, la mira con aquel ojo interior,
íntimo y maravilloso de
su nación oculta.
A veces es preciso
proyectar la luz sobre cualquier incendio,
arrojarla sobre
cualquier socavón inoperable. A simple vista: el haiku se acabó antes de
empezar,
era sumamente remiso,
pretendía algo convincente
y sórdido aspiraba a la
totalidad de la experiencia, pero se acabó
antes de empezar.
Esto para el haiku, que
no tiene vergüenza. El poema debe
avergonzarse de sus
montañas y sus ángeles modernos, de su automoción y su tráfico
pesado (y su tráfico de
estupefacientes); el poema debe ser el
estupefaciente, la conexión por excelencia,
su excelencia el jefe
del tinglado.
Destiny® como si mirase
por el ojo de la cerradura con ese nervio
óptico tan personal, esa
industria mítica de la naturaleza. La vemos pasear,
seguir la misma ruta, el
tramo respetable de South Presa, su polvorienta vía láctea, el recodo
involuntario donde la
vida
extraña como una forma
de vida y las chicas son fantasmas afanados a la literatura,
sacados de una novela
rosa dentro de una novela negra
dentro de un chicle de
mascar.
Dios se distrae con sus
pasatiempos: guerras de religión y otras secciones
que no fracturan su
índice de audiencia (cosas como la inexistencia de dios). El trabajo de los
ángeles
es un rato difícil, nada
fácil, es como hacer un haiku
de quinientas páginas y
luego seguir bailando
como si en la confusión
no hubiera luz
o se hiciera la luz por
debajo del aire.
artgoritmo |
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