Vosotros lo llamáis oscuridad, Nosotros, alma
Vosotros
lo llamáis terror, Nosotros, alma
Vosotros
lo llamáis dolor, Nosotros lo llamamos VIDA
Estas son las
explicaciones de los ángeles,
que están muertos, pero
no son espíritus,
están heridos, pero no
por un arma,
están solos, pero no por
AMOR.
Destiny® ha concluido su
jornada pastoral, vocacional, encaramada a un tejado cualquiera (…)
desde donde se divisa la cómica atalaya de la poesía. También el
cadillac plateado y reverencial del KRIT,
su auto milenario
tuneado de gris perla: anda con Mara, que despierta
la curiosidad y el ánimo
estilizado de la República.
A estas alturas, el
cielo debe ser republicano, los pequeños ángeles,
diletantes y osados,
ocupan la mirilla del observatorio, el telescopio de juguete,
el ojo ciego de la
cerradura del mundo.
Ni que fuera el Parque un
santuario de todos los colores, o un arrecife
encajado en la memoria como
un rompecabezas
(descubierta la parada
lírica, el ocultismo literario y sus inconfesables perfecciones).
Había que explicarse,
porque nadie lo hace; precipitarse por la escalera de la fama,
pasar de la página siguiente,
emborronar la noche y dejar de escribir.
El reverendo tira una
colilla. El humo es incensario, sagrado y urticante. D® aspira a una
reencarnación
pausada, similar a un
cortocircuito inefable. El verso
sitúa la acción en el
espejo de una alcoba fabulosa sujeta al fanatismo de un efecto óptico.
Pero le falta nervio.
Falta la crónica del
paraíso, el alma de la oscuridad, el miedo que anida
y se conmueve, el ogro
que se sueña después de leer cien veces el mismo poema de amor. No hay milagros
suficientes, ni
programas personales para dejar de fumar,
solo este deseo al que
llamamos vida y nos aguarda encogido en la sombra, apegado a la tierra,
increíble y real como
una flor tiznada de futuro.
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