Ángeles no tienen
sentimientos ([b]ellos
poetas). Surcan la memoria inscritos en la lumbre, su vuelo es germinal
y femenino, su
cumpleaños siempre es otro día. ¡Eh!, su belleza se mueve,
ondula como una llama
invisible, trama un sepulcro sin idea
de dios.
Ha verificado la noche;
Destiny® doblada sobre sí, contra sí misma, deportiva y maternal, íntegra. Sus
manos,
que tanto han
glorificado, sus ojos, que tanto se han girado
hacia su alma, su alma,
que tanto se ha medido
con la luz.
Destiny® sentimental, reina
de lágrimas y cicatrices,
segura de su falsa
humanidad. Rasga el corazón del mundo, su espada es la más fina, la más
dulce. Y la sangre que
forma ríos de sangre, caudales clandestinos,
y arroja gotas de oro a
la fuente de Castalia
(se contorsiona y hace subir
la temperatura del arte).
Tan emocional como una
fruta
madura, como el espíritu
que retoña en el recuerdo. Ahora el poeta fuma
y presiente, siente todo
el tiempo, no deja de confirmar su idolatría: olvida el trueno y escucha otro
reclamo
persuasivo, mira a
través de los cristales rotos, lee
un diario vivido a
dentelladas: amará a su prójimo la próxima vez.
En la segunda línea de
la Avenida,
donde el fuego se
resiste a perecer, crecen bibliotecas
enceradas, encerradas de
por vida en el futuro, su color es el propio de la rosa dentro de la tierra,
su oficio es el color
del río,
la efímera plata de la
noche insensible.
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