Dulce el eco de la
civilización, máquinas de ideas fijas,
constructivas, altas
grúas esbeltas como maniquíes. Dulce la gramática
estructurada, letras inmóviles
como estiletes clavados en la ignorancia común,
púas en un tejado
invernal.
Qué gran autora, su obra
consta de: dos novelas. Empezamos por la última,
tan completa; sorprende
su manejo consistente de la fama –o de la trama–, su estilo refractario, qué
diferente
de la otra poseída por
el ansia, en deuda con la literatura, ah, esa necesidad de quedar bien:
miedo y glamour.
Párrafos brillantes, páginas
entintadas de argamasa instrumental,
gramos pesados de estricto
fundamento lírico,
líneas imperecederas y, sin embargo, esa pausa para mirarse en el espejo,
esa extravagancia del
adorno y el arreglo, frases tan arregladas como si fueran a salir –saturday
night–,
como invitadas al baile
pero con un palillo entre los dientes.
El Parque sale por ahí
en todas las novelas,
incluso en los
folletines decimonónicos y las historias por entregas, fascículos
lumbares, infinitos
capítulos de una saga de nombre
compulsivo. Si hay un
pájaro, hay. Si una brizna de hierba, una columna de humo, un rumor
de carcajadas abiertas,
si existe una sola nube formada y formidable,
disecada en el cielo,
desflecada –como dice Gainza–
en puro tránsito
celeste, ahí se encuentra, en su esplendor artístico,
dejando un rastro de
sangre ensangrentada, una relación de huellas, un despiste de pisadas
generales como rodadas
de un carro americano.
Y todo tiene que ver con
el primer espasmo,
la primera y anónima
premonición alimenticia, el sabroso conteo de los folios acabados, el ritmo
jazzy, innumerable de la
palabra que rebota contra los márgenes de la pantalla
como una pelota de
ping-pong, como una bola de billar, un lujo, un cambiado con efecto (siempre a
la izquierda),
el retroceso que examina
la cultura del taco, esa consistencia
usada de los adjetivos
pálidos.
Ahora mismo, por la
Avenida, un Ángel planea sin nada en la cabeza,
sus alas forjan una
corriente que se sacude el polvo de la gloria, acentúan la tristeza del aire,
mienten
como un semáforo en rojo
o una constelación a fin de mes,
cuentan la débil sonrisa
de la sombra equivocada.
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