Una columna de Monsu Desiderio sostiene el mundo. Un
mundo de atrezo. Cómo representarlo,
cómo representar la derrota incondicional
sino mediante la conmoción moral de la poesía (¿?).
Nuestro
púlpito se desmorona
en un maremágnum de signos y serigrafías, una progresión
de números
infinitesimales.
la zancadilla del vacío verdadero, la bolita que oscila,
oscilatoria como una manecilla o una cabeza
nuclear. Sobre la columna –o columnata, claustro
neorromántico–,
el becerro de oro luce su calcomanía, su rojo visceral y altisonante.
bajas; bajo tierra o bajo las aguas transparentes y sin
contaminación
acústica, repletas de delfines y tortugas
gigantes, restos del jurásico y icebergs de pequeño
calado. El poema se rebela
contra su pacifismo estructural, quiere sangre en los
nudillos –como si quisiera
sangrar por cada nombre común.
desprende un calor sobrenatural, registra su máximo valor
en según qué coordenadas
biográficas; es su naturaleza
claudicante, su vasallaje, epifanía nativa que reaparece
como espíritu
célebre.
la guerra con todas las de la ley, arriamos banderas, fundimos
cañones de plomo macizo, inutilizamos nuestras armas antológicas
y nos quedamos con la navaja
mellada del pastor. Qué arrebatado sino, la nube glacial
que acompaña al sonido de la rendición. Somos
artífices de nuestro fracaso, legisladores infames de nuestra
conmovedora pena capital.
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