Viajar. El cuerpo humano es un itinerario
marcado con cruces, desdibujado. Las aeronaves del
silencio modulan su tránsito, los insectos
aclaran su papel, desbrozan la realidad a golpe de
columna, golpe de antena, a correazos
metálicos y alas vírgenes.
las avenidas cruzan los brazos y se alejan. Vamos por la
calle y Destiny® hace un poco el tonto,
birla un par de carteras, canturrea una canción rusa del
verano, aprende
a conducir el camión de la basura.
hipodérmicas, bailoteamos el último hit de la navidad; en
el cuaderno las líneas se han vuelto a caer
como el ADSL, este fundido en negro parece
universal. Caminar por el barrio es un deporte de alto
riesgo, algo está
pasando que no se reconoce, los buitres ceden el paso,
las madres salen de paseo, los árboles se han empachado
de azul.
organizar un orgasmo. Tenemos el tiempo justo de dar la
vuelta y huir, nos queda el espejismo,
basta con un discreto agujero en el tronco, un estornudo
de felicidad. Somos
los últimos incomprendidos –Destiny® jura que no nos
comprende. Haría falta un diccionario
esporádico, la incorporación de la palabrería exacta.
y falsable. Un bloque interno con ramificaciones,
estatuas que remueven la mirada
(ese movimiento informativo). Visitamos el Amsterdam
estatuario; hemos aprendido el idioma
pero no nos acaban de entender, hemos bebido alcohol y la
gente se apartaba a nuestro paso, estábamos en vena.
esta mañana, la gente deambula procedente del futuro, los
aviones toman tierra
como cuerpos calientes. Hay un eco que avanza
de la boca al sagrado corazón.
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