Sobrevivir a la metáfora
mediante una rigurosa afectación, un puntilloso egoísmo
natural. Todo en su lugar, mañanas, por la mañana, noches
infalibles. Comidas rápidas
precocinadas en la olla comunitaria con prisa y devoción,
el tibio
espacio público de la música arremangándose las horas,
jibarizando el pánico.
de la simetría. Aventurarse en la jungla ascética del
Arte sin otra guía que el reflejo
pardusco de las alas de un Ángel, seguir su huella
andrógina, su apriorismo
nativo, trastabillar borracho de fe, ahíto de licor antipoético.
Dando
vueltas al claustro en un triciclo que salta quedamente a
través del empedrado; ah, mirar al cielo
desde la aurora máxima emancipadora y descubrir un relieve,
un fresco colosal apoyado en el vacío.
disolver una reunión no autorizada, ponerse una pajarita
de lunares y sorprender a la máquina del millón. Hemos de
romper con la rutina –tan compatible–
espesa de las necesidades, evangelizaremos los puestos
del mercado,
los segundos puestos, las medallas de bronce; nuestra
escritura será el párvulo sinsentido del mesías pasado
por la batidora de la sobreactuación.
damos vueltas en la rueda hamsteriana como personajes
trágicos
esperando el bendito momento de dejarnos atrapar por el musculoso
brazo de la corrupción.
invidente, el rescoldo imaginario de un fuego interior.
Pero contiene un mundo a rebosar de ingenio, a reventar
de plantas carnívoras, peces sabios, puertas que se
cierran dentro del futuro. Poseemos el don de la insistencia,
porfiamos en la letra minúscula del abecedario
que nos saca del lío, somos una especie en peligro de
ficción, un cubo de rubik
hecho de cubos de rubik hechos de… Un agujero negro en la
mandíbula de dios.
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