Ved al tipo del bigote nietzscheano que, sin embargo,
rebaña el plato de arroz con secreto
deleite. Una vez has nacido, resuena la vida, cada día
resucitas sin motivo; descubres una fábrica en tu camino
y allá que te diriges. Las máquinas
son epítome del compañerismo perfecto. Hay horarios
porque la vida
impone una cronología, el tiempo pasa para bien o para
mal,
la actitud es irrelevante,
solo el dolor importa.
hemos alquilado un pájaro cantor para que nos acompañe
durante la travesía, ahora
mismo está interpretando Kak molody my byli, ya le sale el barítono que lleva
dentro. Volar está sobrevalorado, dice.
sin darse importancia: el ciego que vendía el cupón ha
sido agraciado con un premio
gordo, sigue sin ver. La belleza obra sus espectáculos,
es una esperanza en sí,
ilusiona con serpentinas y bailes, convoca las arcas de Mircea
(pero luego se echa para atrás).
modos del presente (en dos de ellos late la fibra de la
inexistencia). Solo la literatura puede
salvarnos. En ella arde la vida más afortunada, se acepta
el sufrimiento; el verso resulta el soporte ideal para la
naturaleza, rango propicio para todas las cosas, espacio
abierto para la inopia y la consternación, el juego de
ender y el monopoly de la revolución permanente.
unánime, palabras en tensión, diseminadas a voleo,
inseminadas
también de un alegro
ma non troppo reiterativo y feliz. Dios ha muerto en la cama como un sátrapa
o un juez, lo dicen los poemas, así lo corrobora
nuestro pájaro enjaulado: todavía no sabemos por qué
canta y eso es todo
cuanto necesitamos saber.
Geneva Bowers |
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