El amor ha muerto ―como la poesía y el hip-hop. Lo
han deducido
algunos entendidos. En la plaza ya no se escuchan
los versos irreductibles del silencio
culpable, ahora solo hay guitarras eléctricas, cargas
de Tash Sultana (y ataques cardiacos). Ahora los anuncios
de detergente han suplantado a la mera compulsión
artesanal.
y el escaso refrigerio, la potestad indefinida de
la densa y globulosa vegetación, esa Área
militarizada entre dos bloques consecutivos, esa
taiga
venenosa y ardiente (haciéndose al clima)
varada en algún puerto mesetario.
poético y se nos ha aparecido un Ángel victorioso
pero mudo,
estático, oh, gesticulante y dominante, dirigiendo
las operaciones desde su torre de control
astrológico con esa filosofía pura de los
contrarios.
no estar enamorado. Así como a desmano,
desorientados, hechos un lío de manualidades que riman con la edad,
viendo pasar estorninos en vez de golondrinas; ah,
y aquella estatua de Lenin
alzada todavía en el patio de la escuela.
inclinada a cierto articulo redundante. Solo nos
falta el ramo, un racimo
de uvas verdes, de esas que nunca se alcanzan por
la pura
rutina del fracaso.
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