domingo, 4 de julio de 2021

pura rutina del amor

 

El amor ha muerto ―como la poesía y el hip-hop. Lo han deducido
algunos entendidos. En la plaza ya no se escuchan los versos irreductibles del silencio
culpable, ahora solo hay guitarras eléctricas, cargas de Tash Sultana (y ataques cardiacos). Ahora los anuncios
de detergente han suplantado a la mera compulsión artesanal.
 
Ni siquiera las flores.
 
Han resistido como alucinadas a la desertización
y el escaso refrigerio, la potestad indefinida de la densa y globulosa vegetación, esa Área
militarizada entre dos bloques consecutivos, esa taiga
venenosa y ardiente (haciéndose al clima)
varada en algún puerto mesetario.
 
Recientemente hemos buscado entre toneladas de basura indicios del amor
poético y se nos ha aparecido un Ángel victorioso pero mudo,
estático, oh, gesticulante y dominante, dirigiendo las operaciones desde su torre de control
astrológico con esa filosofía pura de los contrarios.
 
Se ha puesto ―se especula― de moda
no estar enamorado. Así como a desmano, desorientados, hechos un lío de manualidades que riman con la edad,
viendo pasar estorninos en vez de golondrinas; ah, y aquella estatua de Lenin
alzada todavía en el patio de la escuela.
 
Llevamos la genialidad del gremio ―marca impertérrita― debajo o cerca, milimétricamente, del bigote,
inclinada a cierto articulo redundante. Solo nos falta el ramo, un racimo
de uvas verdes, de esas que nunca se alcanzan por la pura
rutina del fracaso.



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