lunes, 8 de agosto de 2011

sin éxtasis


Un salto en el decálogo.
Los hombres caen como las hojas del álamo,
como castañas pilongas con chaleco antibalas,
como las hojas del álamo al llegar el otoño.

Algunos hombres deben decir muchas verdades para ocultar una sola mentira;
así que se persignan y dicen la verdad: en otoño caen las hojas de los árboles.

La vida es una estafa, desde que somos fruto
de un ajuste preciso de las constantes universales
que no responde al designio divino sino a la mera probabilidad.

Lo nuestro es el vacío verdadero.
Venimos de la nada.

De la nada venimos y vamos a su encuentro,
lo que significa que, en realidad, no somos nadie.

No somos nadie, y esa insólita carencia nos aboca a una farsa permanente.
Mentimos siempre, en el amor y el odio, en la entrevista personal,
en el confesionario y en el púlpito.
Y debutamos pronto. Somos enfermos imaginarios de nacimiento.

Proferimos verdades en cascada porque la gente sabe que mentimos siempre,
el mundo sabe que mentimos siempre, incluso cuando ceden las hojas de los árboles.

A menudo todo nos parece ridículo. Lo es.
No hay que darle más vueltas, bastante giran las estrellas, los planetas y la sangre.
El problema es la felicidad, es decir, la cantidad de sufrimiento.
Tampoco el sufrimiento es real, pero acontece.
La felicidad se define por la ausencia de sufrimiento, sin pluses,
sin éxtasis. El nirvana es el mínimo dolor.

Oh, la vida es extraterrestre. No nos pertenece.
Pasamos por ella como ovejitas del sueño,
como pasan las nubes casi todas las tardes.
La vida es insuficiente.
En alguna parte hay otra vida que desconoce la felicidad.

lunes, 25 de julio de 2011

Kajol




Feliz, el nuevo enamorado observa una realidad feliz.
Ha visto una película de hermosa música
(y era tan hermosa la pena de Kajol,
en nombre del amor, era tan perfecta su desgracia...).

Kajol es una bella muchacha hindú, guapa como una pantera negra.
Su rostro sentimental rezuma intensidad,
su sonrisa es la de todas las mujeres,
¡parece tan sencillo enamorarse de ella!

Y él necesita un nuevo amor en su discreta vida.
Una chica pantera que haga explotar los ojos de los príncipes,

Yendo al trabajo, en su realidad feroz, necesita un amor imaginario,
mejor que el suyo, tan feroz. Tan feroz que le ama como se ama a una hipoteca.

Kajol sonríe o así se llama una estrella más bonita que el Sol,
sonríe en los periódicos deportivos y la felicidad se mueve,
sonríe al aire libre, traza circunferencias con las manos abiertas,
sonríe por los escaparates vacíos de los negocios vacantes
y en las alfombras rojas que los grandes hoteles extienden sobre el fango.

Lo suyo es una bocanada de honestidad, una fragilidad en el misterio.
Ella soporta una realidad distinta, una ética dulce:
arte, pero no en la sonrisa, sino más bien de la serena frente, el animado cabello.

Urge amarla solo por la sobriedad de su despliegue físico,
por la redondez que solapa con rectas de autopista,
por las canciones alegres, por el baile, por su pena candente, tan perfecta.

La ama hasta la hora de fichar.

jueves, 14 de julio de 2011

cada blanca primavera


Llega la primavera cada año
y el cielo cuerpo a tierra del invierno
asciende de región, sube un peldaño
por la escalera del espacio eterno.

Tú llegas, cada blanca primavera,
con un vestido nuevo en la mirada,
un nuevo movimiento de cadera
y la misma belleza desalmada.

Están los blandos pájaros a punto
de subyugar la vida con su canto
y zumban las abejas en conjunto
y los sauces se vuelcan en su llanto.

Tú llegas, con el sol en las mejillas
y un espejo de lunas en el pelo,
y vuelves a ponerte de puntillas
con la esperanza de tocar el cielo.

Los árboles abrazan una idea
de planta circular, casi redonda;
se aferran a la luz que les rodea,
como a la tierra su raíz más honda.

Tú llegas en el canto de una nube,
abrazada a tu lógico destino,
y tanto amor a recibirte sube
que no cabe más cielo en tu camino.

Ya se mueren las rosas por ser bellas,
convencidas del fuego que las mata;
ya comulgan con fuego las estrellas,
que se mueren por ser rosas de plata.

Tú llegas sin edad, creando espacio,
atenta al desaliento de las flores,
y el bosque se transforma en un palacio,
para que no lo sientas y no llores.

La hierba precipita su frescura
sobre el cuerpo presente de la tierra,
cuerpo insepulto de osamenta dura
que un mar de sangre derramada encierra.

Tú llegas al azar -es tu costumbre-
y viertes una lágrima fortuita,
como una chispa salta de la lumbre
o al abismo una flor se precipita.

Amaina el vendaval, pierde coraje;
muda el aire su tono ceniciento
en un tono vernal de camuflaje
y se remansa en la quietud del viento.

Tú llegas en el centro de una sombra,
en el hueco del centro de la llama,
y es tan falso el vacío que te nombra
como cierta la luz que te reclama.

De carne y hueso el sol, de carne y hueso
las burbujas de tímido rocío,
el sueño del calor y hasta el exceso
de la lluvia cayendo sobre el río.

Tú llegas, alma errante, agua de mayo,
sin un solo rasguño, más completa,
igual que va a parar al suelo el rayo,
con todo el horizonte en la maleta.

La nieve atrincherada en la montaña
saluda a la que escala por el monte;
un ciervo resucita en tierra extraña,
después de haber saltado el horizonte.

Tú llegas cuando el hielo se desvive
por liquidar su deuda cristalina,
cuando el invierno muestra su declive
y la primera sombra se ilumina.

Acuden esforzadas mariposas
al rescate dialéctico del arte,
pero resultan demasiado hermosas
para lucir tan trémulo estandarte.

Tú llegas al final, décima Musa,
en auxilio del último poema,
pues concibes el verso que lo acusa
y el que luego lo salva de la quema.

Llega la primavera cada año
con su miel laboriosa y su diluvio,
un ojo azul celeste, otro castaño,
el pelo milagrosamente rubio.

Tú llegas, cada blanca primavera,
vestida con la misma rebeldía,
el halo de tu rubia cabellera
de un color diferente cada día.

viernes, 24 de junio de 2011

las cosas por su nombre

Bajo una estrella sin nombre.
Imaginando el nombre verdadero de la estrella.
Un nombre largo como un gúgol, una enciclopedia británica de nombre,
el íntegro universo de nombre natural.

Su descripción no es lo de menos. Es una estrella joven y arrogante.
Un lucero que pasa contoneándose por la gran Vía Láctea
que hasta las singularidades rememoran su furioso pasado
y los púlsares laten con indebida parsimonia.

Esto es importante:
podemos afinar los antiguos instrumentos (el lenguaje), no nombrarla.
No podemos llamarla como se llama a una persona,
ni siquiera como se llama a un dios.
Su nombre es una historia que desafía a los poetas elegidos,
es una trayectoria descrita en el océano del tiempo.

Por cierto que la estrella tiene nombre,
un nombre utilitario (el bautizo ya fue; no asistió nadie, de hecho).
Simplemente, una estrella no se llama Rigel o Bellatrix.

El nombre de una estrella excede cualquier ambición fonética imprudente.
El nombre de una estrella comienza en un instante nada antrópico
(pues, al principio, su nombre fluctúa en el falso vacío y es difícil aprehenderlo).

Conocemos su masa, su velocidad, su brillo y temperatura, su composición;
también hemos calculado la distancia que nos separa de ella, la tenemos catalogada.

En suma, hemos vuelto a tomarnos demasiadas confianzas.

Decimos Sirio -es un decir- y estamos definiendo un punto en el espacio,
poniendo un mote, lejos de la mera evocación de los infiernos absolutos.

¡Tanto Sol y es una mota de polvo en la galaxia!
El Sol es el infierno y sus hermanas son ángeles caídos,

Bajo una estrella sin nombre.
Imaginando el nombre verdadero de la estrella
(que debe ser el de cada una de sus partículas elementales y nos quedamos cortos).

sábado, 18 de junio de 2011

bandera roja

Antes de ser poetas, fuimos bandera roja
y asolamos las calles asoladas,
fuimos jóvenes durante un gesto soez de las estrellas
y arrancamos historias al vacío.

Luego, desembocamos, como un río de tez angelical,
junto a una playa ahíta de cangrejos biempensantes.
Incluso aquella noche,
nuestras almas brotaron para volver a morir.

Caímos -de espaldas al futuro-  
en una de esas trampas que fabrican los sueños con un poco de vida.

Antes de ser hermanos, teníamos algunos animales -no una granja-
e íbamos al cine a catar enojosas novedades,
leíamos la prensa con gafas atrevidas
o jugábamos al fútbol, con asiático empeño, en la turbia pantalla del pecé.

Con el tiempo, dejamos de ser comunistas
para hacernos, como Marx, socialdemócratas
y cambiamos la fiesta del primero de mayo por un festín de soledad privada.

Pero un viento de clase sopló simultáneamente en varias direcciones
y acudimos entonces a las plazas a convencer a dios de nuestro talento,
llegamos a creer en la piedad del verbo.

Ahora estamos solos, como antes, en otra encrucijada.
Nos basta la tristeza para iniciar el baile.

sábado, 28 de mayo de 2011

el terror según Lucien Segura

La bestia es el perro rabioso que dejó tuerto a Lucien Segura.
La bestia es el perro peligroso
que masticó las manitas tiernas del bebé en medio del jardín.

Sin comentarios. Nada de perros.
En general la bestia no tiene nada de perro,
es una leyenda urbana que habla de mastines adiestrados para el baile.

La cosa que es la bestia se acurruca, des-descomunalizando su cuerpo generoso,
al abrigo del cierzo en la cueva más lobuna.
Una continua digestión la suya, un sopor anterior a la masacre.

A veces, mira la televisión (en el ipod escucha a The Raconteurs)
y se hace llamar La Vestia en un rapto de lujuria.

Disfruta sombreando las tardes luminosas,
presagio de sí misma, augurio de violentas tempestades.

Tampoco el cuervo se le acerca.

El perro que atacó a Lucien Segura parecía una bestia constante
y era, asimismo, un engendro integral, mas defraudaba en furia genuina,
adolecía de cierto instinto benévolo, cierta compasiva inclinación.
El que trituró la inocencia llevaba una estampita en los colmillos.

Nada de perros. La bestia es un espejo donde no se refleja ningún tiempo.
Puede estar donde haya diez o más árboles.
Está en el parque, está en el bosque.
Y en la callecita del barrio, en el banco delante de la iglesia,
leyendo su novela de Edward Bunker.

Por las tardes persigue a una chica morena,
chica de especial naturaleza cósmica,
y, en su busca y captura, antes recorre laberintos que terrazas de moda.

La bestia habla en inglés, pero hinca el diente en una lengua muerta.

domingo, 3 de abril de 2011

y recorrer

Bestias de claxon fácil hacen converger mil sombras
en el punto caliente del atasco.
Los ancianos se escudan en sus gafas de cerca
y salen a respirar como astronautas noqueados,
los niños bailan por dentro de su espíritu.

Nadie grita, nadie sale de su asombro,
ningún motor aúlla ensimismado,
nadie imagina una banda de jazz desorbitando el ritmo,
ni siquiera los jóvenes que agarrotan la espalda sin pizca de emoción.
Un concierto de bocinas elevándose al cielo -acústica plegaria-
y una pelota roja arrumbada en el arcén de la carretera
que gimotea en busca de su dueño como un pobre animal abandonado
dominan la situación con aseidad.

Nada por aquí, nada por allá.

El túnel multiplica las heridas:
un hombre se granjea el favor popular gracias a su mercedes elegante
-icono de su meteórica carrera-,
las personas de nombre utilitario se apartan de su paso.

La luz tiene motivos para huir a través de las horas de lujuria
que suceden al pie de cada coche,
maneja un cargamento de razones para obrar su milagro imperceptible
(la luz sólo es la rúbrica del fuego,
pero se afianza en la penumbra de su viaje más largo).

El bochorno se adueña de los retrovisores. Por ejemplo:

          un vehículo inmóvil asesta un golpe trágico a su reacio conductor
          que la palma entre excepcionales medidas de seguridad,
          después de recibir algunos sacramentos;
                  
          un niño tranquilo saca a su mascota a estirar las patas,
          sólo estira una y fenece embestida por un minotauro en celo...

Por suerte, nadie muere, apenas expira el tiempo edificante,
incluso las motas de polvo renacen con suficiente estética
y hasta los objetos regeneran sus hábitos sutiles
(la cosa asciende a cosa y, así cosificada, restablece el silencio entre las formas,
introduce un ahora en la línea probable de los acontecimientos).

¡Cuánta piedad se ahorran los espejos desde que el mundo es sueño!

Se reanuda el flujo.

Millones de automovilistas hacen las maletas
o prefieren otra ruta menos clandestina para mirar al frente y recorrer.

sábado, 26 de febrero de 2011

epístola a los perdidos

Entre los edificios, rabia el espacio limitado al frío,
un espacio caracterizado de vacío interestelar, un matto grosso cósmico,
con sus gotas de lluvia invisibles al tacto de los álamos
y su fina cartera de acciones de la compañía del gas.

Entre los rascacielos, cunde un volumen de ampuloso esfuerzo,
proclive a la exosfera, hostil a los insectos con excesivo afán de superación,
a los flamantes cuervos y su vuelo enjuto,
a la paloma mensajera que alardea de manso recorrido,
un volumen inquieto convertido en histeria,
el globo que se hincha hasta engullir la forma,
la frontera que suple el coraje oceánico,
el festival de una nación oculta.

En primavera, crecen las rosas en las medianas de la avenida,
en los amargos parques industriales
donde las nenas coquetean con el rap y los caimanes disimulan sus fauces cotidianas.
De pronto, surge la rosa con un escalofrío de vergüenza en la ventana del amor,
brota en los púlpitos y asciende a los retablos,
dicta las frases hechas del poeta jovial.

Los chicos pasan de arrancar las flores por puro vandalismo,
lo hacen porque no son de este mundo,
porque no vierten mácula en su fuero interno ni desacreditan su razón
y porque son hermosas como billetes de cincuenta.

Entre los edificios, rabia el espacio sustraído al sueño,
un espacio alquimista, de ligeros vértices y urdimbre cochambrosa,
que manosea el culo de las nubes;
el espacio es el eje y en torno suyo vaga el pensamiento,
es la columna madre del incrédulo, el párrafo que agita la sopa primordial,
la curva que pronuncia completo nuestro nombre.

El espacio es el árbol cuyo fruto es el hambre de los desposeídos,
la pistola cargada en la taquilla, el final de la historia,
la hipótesis trivial que formula la hierba en días memorables.

jueves, 27 de enero de 2011

dos sonetos

Soneto Incómodo

Harto de ser tan rico y ser tan pobre.
Harto de ser tan feo y ser tan guapo.
Harto de ser el príncipe y el sapo.
Harto de que me falte y que me sobre.

Harto de holgar y de batirme el cobre.
Harto de estar a gusto y hecho un trapo.
Harto de ser el poli en vez del capo.
Harto de que el milagro no se obre.

Harto del cielo y de que dios me guarde.
Harto de ser intrépido y cobarde.
Harto de no tener pies ni cabeza.

Harto de ser estrofa y verso suelto.
Harto de haberme ido y de haber vuelto.
Harto de la verdad y la belleza.



Lejos del céfiro y la flor de Gnido

Yo, que todo lo he dado por el arte,
lejos del céfiro y la flor de Gnido,
a la prosa me veo reducido
por puro y matemático descarte.

A mí, que llevo en alto su estandarte,
de penitencia por tocar de oído
-o sea, por comer haciendo ruido-,
me echan Las Musas de comer aparte.

Mas su desdén olímpico no frena
mi ansia de tener la tripa llena,
y me zampo su guiso tan contento,

masticando el tocino -que es en prosa
lo que en verso es la médula gloriosa-
con tal de hacer del arte mi sustento.

convivencia (con el gato de Schrödinger)


Sin embargo los gatos y su instantáneo glamour, su esencia ciudadana.

Un gato viejo pasa la noche bajo los coches;
es del tipo atigrado, de pelaje claro, blanco y naranja,
y flamantes bigotes que disfrazan cicatrices de mil contiendas infrahumanas,
de un tipo agradable, fotogénico, guapo;
se acurruca al calor mortecino de los motores apagados
y los pocos que advierten su coloquial figura
mientras se apresuran camino del trabajo
lo miran con envidia no exenta de fatal resignación

(es el gato de Schrödinger, que a veces nunca está cuando miramos).

En la ciudad conviven los seres que lo son
y las almas perdidas de los que fueron alguien:
los gatos con los peces y las personas níveas, también las máquinas.
Olores que se mezclan con aromas y dan como resultado atávicos perfumes,
sonidos ingredientes y sonidos básicos forjando un exquisito pandemónium,
líneas gruesas que fluyen y líneas indecisas que refrendan un estilo vulgar.

El pobre pide limosna al lado del estanco con un moretón en la cara;
los clientes entran y salen con urgencia del establecimiento,
ajenos por completo a la desoladora estampa,
solo algunos viandantes animan con deportividad su escuálido balance
y casi aplauden su hermosa representación del éxito;
él da las gracias con urbanidad cuando escucha el tintineo de los céntimos
y, al hacerlo, levanta la cabeza exhibiendo su marca de campo de concentración.

La herida es fea y prevalece en el tiempo,
como si alguien se dedicara a pegarle un puñetazo todos los días en el mismo sitio
(los no fumadores cambian de acera,
las madres porque interrumpe el paso del cochecito del niño,
los niños porque da miedo verle,
en general, la gente se describe en la trayectoria de su paso).

Sin embargo, el gato araña un papel de periódico, se come un titular incandescente,
y una paloma gris desciende de su tejado favorito parafraseando el cielo.

jueves, 6 de enero de 2011

mecánica electoral

Torquemada improvisa discurso electoral:
¡Votadme, hijos de puta, malnacidos!,
y los feligreses ponen de inmediato a sus santas madres en remojo,
tal es su sintonía con el líder.

Así bufan los transistores de la mañana vernal
desencadenando un niágara de ondas jorobadas
sobre la flota de taxis y las paradas del bus.

Contra las farolas, pugna un pedazo de luna entrometida.
Los trabajadores acarrean su pesada mecánica por las calles
imbuidos aún de la mentalidad del sueño,
ese factor de irrealidad donde pobreza y dolor se difuminan.

El candidato raya el disco por enésima vez;
roza la virtud con una palabra discreta y la niega de súbito con otra más precisa,
suplica profundidad y apenas chapotea en los peores charcos de la historia.

Diversas percusiones intoxican los tímpanos.
La sociedad se agita en sus elevadas catacumbas
con la zarabanda que parece un círculo vicioso
o un circo americano de fieras y payaso aterrador.

Los primeros perros esparcen su alivio
por el escenario milimétrico de las humanidades,
con sus amos, tan serios, intentando eludir la vigilancia ciudadana.

Hay un espasmo de fecundidad en cada oscura roca.
Una frecuencia literaria invade con sus grandes sentimientos el paisaje común.

Entonces, todo el apocalipsis baja en piadosa manifestación
acaparando el ancho de la vía láctea.

Falsos aquelarres tienen lugar.

domingo, 19 de diciembre de 2010

noches

que ominosas se ciernen sobre el tamaño gris de la ciudad;
noches en que las estrellas son flashes en la mente podrida de los yonquis,
los chavales aprovechan para cometer sus primeros delitos
y nadie tiene la suerte de llevarse diez mil euros en una partida de póquer.
En la ciudad, hay noches de penumbra travestida y formidable espíritu de revancha
en que levitan las hojas de los árboles y los caminos conducen al destierro.

Arrancan y derrapan los vehículos policiales, las ambulancias, los taxis,
todo se funde en un motor gigante, incluidos los pájaros,
incluidos los cuerpos ligeros de equipaje
que abandonan la calma para descansar a voces,
incluidas las almas que arrastran su joroba de oraciones y salmos
por el suelo tiznado de alquitrán.
Todo avanza con el tiempo y el tiempo es como un jugador de rugby
que atropella las ganas de vivir.

El chico suelta el destornillador con expresión de pánico en el rostro
al verse sorprendido por el terso charol de la linterna mágica;
los agentes del orden vociferan consignas infernales,
él acaricia su condición de paria, se admira de soslayo
y mira de reojo el subfusil que apunta a su cabeza:
digamos que sucumbe,
digamos que fracasa a eso de las tres de la mañana.

Peligrosa, la noche se adentra en el coraje de los fuertes
destrozando manteles y bebiéndose el viento por los barrios callados,
vuela con intratable mecanismo de altura, a ras de agua,
y concibe un fantasma para cada sombra.

De noche, en la ciudad, las sirenas investigan la apnea del sueño
y las reyertas nunca son multitudinarias.

domingo, 21 de noviembre de 2010

ya veremos...

Hace un frío reumático en la calle.
El mercurio formula vacuidades y divulga humedad por campos y ateneos.

En la cola del paro, las manos están crudas y los ojos abarcan una estepa glacial.
En casa, la familia languidece.

Los trabajadores salen de la fábrica al paso que se sale de la cárcel,
aceleran sus férreas partículas y se estrellan los unos con los otros
en el grosero vientre de las viejas colonias que forjan la leyenda del suburbio.

El crío admira el esfuerzo titánico con que se pone el pan encima de la mesa,
ovaciona el estruendo radial que emite la cadena productiva,
aprecia el ciclo voluptuoso del fuego y los metales.

Gélidamente, una manzana trota al encuentro del crepúsculo.

A la madre le duele la cabeza y golpea las sombras que murmuran su nombre.
El padre, el obrero soviético, campeón del torno y fresador epónimo,
escucha a Falsalarma tirado en el sofá
("¿Recuerdas cuando dije que jamás me vendería?..."*)
y se lía un canuto de polen al infeccioso ritmo del reggae.

De súbito, la nieve se pronuncia con un hilo de voz

El niño ama la mole de la fábrica,
la esbeltez de su anómala silueta, sus chimeneas turbias,
el continuo trasiego de camiones repartidores de la quinta esencia
que exterioriza la frenética actividad instalada en las naves.
Ama los días de paga, cuando los jóvenes asalariados
se disputan la flor de la miseria abarrotando sórdidos garitos
y el nudo consanguíneo relaja su compacta pesadumbre.

Hace un frío diamante, bajo cero, bajo sospecha y bajo juramento,
un frío a domicilio que envilece los fines de semana.

Una facción subversiva del proletariado elabora estrategias sindicales
asesorada por un experto en marketing
(el nuevo enamorado toma la palabra en la asamblea:
- ¡Compañeros!, no hay salvación fuera del convenio colectivo...).

La vida descerraja momentos inasibles -uno detrás de otro-,
y rescinde contratos de larga duración.
La muerte se pasea por los ojos del perro.

Tumbado en el sofá, el padre de familia languidece:
- ¿Vas a dejar de fumar esa porquería de una puta vez?
- ... Ya veremos...



* Este poema contiene un sample del tema de Falsalarma (con Morodo), "Fieles a lo vivido", del disco de Falsalarma, "Ley de vida"(2008).

martes, 16 de noviembre de 2010

ella no es vertiginosa

Ella no entiende el idioma masculino de los automóviles.
En vano trata de encontrar entre el maremágnum de signos una vena poética
que afirme la miseria de los sagrados viajes a ninguna parte:
la columna es sólida, el templo, confortable.

El Hotel es un punto de retorno, el agujero negro que escupe sinsustancia.
Los viajeros agitan sus folletos artísticos resoplando como caballerizas,
sudan profusamente su conocimiento,
creen ver, pero sólo son vistos.

La discreta muchacha alardea de rumbo,
funciona sus caderas con mayestática humildad, festonea el ambiente,
asalta las conciencias con una solución innovadora.
Cruza la calle a diez metros del paso de cebra
y los toyotas crujen sus sistemas de freno

-desde su burladero alicatado, la clac peatonal
investiga el periplo de la intrusa con relativa felicidad:
sólo la brisa atrapa su genuino flow-.

En la estación del Metro el mundo es socialista y el vagón es el mensaje.
Se hace la luz. Hay una luz que muerde la elipse de los túneles,
otra que purifica el cuello de los ángeles
y, un poco más allá, flamea el resplandor que dinamita las tinieblas.
Ella conoce el truco, y se deja llevar.
La soledad es un producto del destino.

sábado, 30 de octubre de 2010

rojo / blanco

ROJO


Rojo es un poco de color rojo
(los mocasines élficos del Papa).
Rojo es un pozo del color que sea
(la oscuridad, que idolatra la sangre).
Rojo es el corazón que suma y sigue
(ética para el nuevo enamorado).
Rojo que siempre es una llama de oxidados rubíes
(arde la carne al contacto flexible de la luz).
Rojo también la curva de los astros
(también hay una velocidad que no se siente).
Rojo como una isla
(¿sueña la muerte con acantilados?).
Rojo por la mañana con lunares apenas
(si está de fiesta el sol arrojando centellas a su prole).
Rojo por encima de la rodilla
(por debajo una suerte de perfección extrema).
Rojo desnudo en contra de su desnudez
(y a favor de todo lo demás).
Rojo frente al profundo desánimo del rojo
(un ritmo desangelado que no es jazz).
Rojo suicida verificando el miedo a las alturas
(como una cuenta atrás del infinito).
Rojo es el perro que traduce la rabia a nuestro argot
(los animales llevan una vida deshonesta).
Rojo es el labio que arrebata al tiempo los besos prometidos
(no existe el beso azul, por más que lo aseguren las estatuas).
Rojo es Ali machacando la mandíbula de Frazier
(noqueando al espectro de la guerra).
Rojo es Nixon mintiendo en la televisión
(asesorado por un feto).
Rojo por rojo igual a casi negro
(hacedle hueco en vuestras tablas).
Rojo entre rojo igual a casi nada
(dirigid al cociente vuestro santo microscopio).
Rojo es la noche
(cuando la luna llena se deprime).
Rojo un río cualquiera
(siempre que sea un río salvaje).
Rojo fundido en gris por una sola mosca
(con dos ya funde en negro y se evapora).
Rojo el perfume que desprenden los ávidos jardines
(o el aroma hipotético que plantea la hierba).
Rojo fantasma que burla los espejos
(diríase que lucha por zafarse del cuerpo).
Rojo diamante en la quietud del arpa
(folklore para bestias cultivadas).
Rojo partido en dos mitades rojas
(hinchado como el globo primordial).
Rojo chiquito con zapatos de charol
(la piedrecita en el zapato de charol).
Rojo perverso pero rojo en ciernes
(a la virtud se la conoce así).
Rojo como dios manda
(sólo negocios, nada personal).
Rojo que no se puede ser más blanco
(viene ocurriendo).
Rojo es el aire infiltrado en la sombra
(un detective aficionado al vértigo).
Rojo el latido desplazado al azul
(aquí lo más sensato es escuchar).
Rojo privado
(prohibido el paso a los poetas ajenos a La Obra).
Rojo elevado al cubo
(que os dará la potencia de la rosa).
Rojo el silencio del Comité Central
(el que inspira a Mo Yan sus agridulces fábulas).
Rojo de cuando había muchas menos cosas
(¿...en qué universo?).
Rojo para la novia
(y un repique de campanas para empezar el día).
Rojo distinto y ya distinto al fuego
(en el mejor deseo, ¿acaso no se extingue un pequeño fulgor?).
Rojo apacible en un lugar del mundo
(eso sí, que no se sabe dónde).
Rojo es el pájaro de pluma ígnea
(¡Ícaro electo!).
Rojo en los fríos ojos de Max Dembo
(deshojando la prueba de la nalorfina).
Rojo directo es el exilio
(todos viajamos en el mismo barco).
Rojo sin boca para solaz del espíritu
(¡así se habla!).
Rojo según las escrituras
(de los falsos profetas que cultivan un palmo de horizonte).
Rojo en la húmeda lengua que describen las nubes
(que no tiene sentido, pero llueve).
Rojo por fin el verbo como una soledad adolescente.
Rojo hasta aquí en el verso sentido con suficiente dolor.



BLANCO


Cuando el ángel del hambre -que tomo prestado de Herta Müller-
recorría Europa con supersónicas alas
desde la Península Ibérica hasta el ignoto límite estepario,
se produjo en el bosque de los cuentos una persecución entre la nieve:
un niño cazador y un cazador de niños (44).
El niño era consciente de su fragilidad,
el cazador necesitaba comer,
los animales corrían demasiado y encontraban escondites inusuales.
El miedo se mascaba en el ambiente y el niño lo mordía en famélico silencio
(así, el drama necesita del frío, lo crea, lo potencia,
se revuelca en lo gélido como un hierro candente;
hay algo más trágico, especialmente, en el rostro aterido
que absorbe la debacle de la temperatura sin conseguir la salvación del hueso).
Hubo, quizás, un sacrificio, porque dios también estaba en los fogones aquel día.

El frío hace buenas migas con el hambre,
la escarcha alienta un género de sed encapsulada.
Contra el hielo crecido, tampoco es útil la llama intrínseca del odio.

Hacia mil novecientos treinta y tres,
enfrascados los ojos en el indigente torbellino de la paz,
nadie, en ningún sitio, señalaba las nubes que asombraban el cielo.
ni la espuma oceánica era descrita en los cuadernos.
Un ejército de almas extendía sus túnicas sobre el gesto de la noche
-ráfaga de palomas-,
meteoros de estirpe lunar anegaban los campos
y la hueste corvina declaraba en la espesura su armisticio.

Es decir,
aún el ciervo se movía con rapidez en sus tacones de aguja
cuando la muerte obró su discreto milagro.

martes, 12 de octubre de 2010

bright star

Keats ha vuelto a morir -no en solitario- en una calle mínima de Roma.

El familiar repique de campanas -apenas claudicante- bajaba de las torres,
con extraordinaria lentitud, empañando la urna meticulosamente pálida.
Las muchachas romanas cepillaban sin tregua sus acharolados cabellos,
mientras perseguían sombras en carruajes oscuros,
y los poetas dedicaban compasivas miradas a la rosa perfecta.

La muerte desplazaba su arte melancólico por los adoquines de monstruosa piedra
y en cualquier parte el eco de una canción se desplomaba herido de silencio.

¡Qué pulmones reducidos a diminutas alas!,
¡qué intolerable agonía de purpúreas noches y versos incendiarios!
Arropado por voces extranjeras, cerca del mar adusto que separa países.

Cuando falta ingenio para el grato recuerdo
y el espíritu se transforma en energía revelando su verdadera esencia,
cuando los rostros son acuarelas de espanto
y la respiración un anhelo constante que se aferra a la vida.

¡Oh Fanny, tú, mil veces muerta!
Como serena yace tu silueta, mil veces extendida sobre el agua.
Lejana y tan lejana de la habitación última, el sepulcro infectado de seres invisibles,
al otro lado del espejo, donde el aire no duele en la garganta
y el céfiro traslada el solemne latido del paisaje.

En una casa pobre hundida a martillazos en la calle,
en un cuarto menguante de algún segundo piso con vistas al exilio,
rodeado de ángeles hambrientos,
hoy ha vuelto a morir un poeta sin nombre.

sábado, 7 de agosto de 2010

jamaica-nueva york

Jamaica-Nueva York es una línea caliente.
La conexión del reggae y el hip-hop.

Damian Marley y Nasir Jones rapean con brillo
desnudando la mediocridad aplastante de los cuarenta principales.
Interpretan sus poderosos himnos con seguridad profética.
Presentan una música apoyada en el mito, como un retorno a la palabra África.

Nas y Jr. Gong graban su impronta libertaria en un compacto de vinilo.
Van a la raíz. Desde la Avenida Lenox y los suburbios de Kingston,
certeros, teatrales, a Portobello Road
y el resto de lugares decentes del planeta.

Hacen de la fusión un arte, comunican un sueño demasiado profundo,
llevan la belleza de las voces del sur,
cargan con el pesado verbo de los desposeídos.

Ritmos que descoyuntan dólares y precipitan euros al vacío,
sonidos infecciosos que arrasan con la elocuencia vírica de la reconciliación,
auténticas canciones del verano para este dilatado fin de siglo.

Damian Marley y Nasir Jones manejan un idioma universal,
es la lengua sagrada de la palabra África,
y posee una fuerza continental y plena
que surfea sobre el engañoso significado de las verdades absolutas.

Jamaica-Nueva York es una línea caliente.
La conexión del reggae y el hip-hop.

Nas y Jr. Gong hacen un alma que gira a cuarenta y cinco revoluciones por minuto.


                                          'Distant Relatives' Nas & Damian Marley (2010)




domingo, 1 de agosto de 2010

la poesía ha muerto

La poesía ha muerto.

Dicen que ha muerto el arte de caminar el mundo de puntillas
sin sublevar la permanente melancolía del tiempo,
su despótica tristeza.

Dicen que ha muerto el arte de romperse, el arte de caer y revolcarse,
el don curioso, el presagio honorable, la diestra de dios padre
o el color de la tierra del olimpo:

que ha muerto alanceada y torturada
tiroteada en un motel de carretera
apuñalada por el joven bruto
envenenada con tacón de aguja
que ha muerto ahorcada en su corbata sedicente
sublimando su célebre fatiga

(y hasta Nas dice que el hip-hop ha muerto, con una rosa negra entre las manos).

La poesía ha muerto.

Dicen que sonreía recitando el poema y chocaba las copas con el rictus encima,
vestida de domingo, con el justo perfume, el maquillaje justo
y las justas alhajas titilando su pátina de abril,
que rimaba cursiva y flagelada, al margen de las páginas,
y se dejaba llevar por la fortuna oscureciendo su gloriosa cabellera

(y luego, en un suspiro,
que el hedor a eternidad se extendía por los desabrigados horizontes
colapsando bandadas de garzas invernales,
y que la sangre, en su contorno inabarcable,
era un líquido huérfano y era el reflejo azul de un río bravo).

La poesía ha muerto, pero está dormida,
es libre de rodar o de pedir asilo,
libre de sacrificar el copioso rebaño de Calíope
o de enmendar la plana al propio firmamento

(y algunos dicen que su tumba es frágil como una plataforma de rocío,
como una formación de hojas de hierba).

el enemigo público nº 1.522

Necesitaba al mejor y más fiero abogado samoano sobre la faz de la tierra,
al abogado de Robert de Niro,
un monstruoso lince de los casos abiertos y los estrafalarios precedentes,
un vejaminista nato que aterrorizara a las chicas monas de la fiscalía.
No pudo ser.

Imposible dilucidar si el señor juez tenía esa cara de mala hostia
por animadversión hacia el reo o porque le dolía la barriga:
la defensa era una minoría silenciosa.
Por tanto, la sentencia fue lapidaria,
con el peso de una lápida aplastó el pacífico vientre del acusado.

En la enfermería del penal, una cura de emergencia, sudando de verdad,
con las noches en marcha y los pulmones fuera de servicio.

El Inocente nº 1.522, el Enemigo Público nº 1.522, el Tío Raro nº 1.522...

La mayor parte de sus colegas de infortunio se declaraban inocentes,
aunque a él, a simple vista, le parecieran todos culpables sin atenuantes,
carne de alegato machacante y unánime veredicto,
cómplices de las peores atrocidades y dignos de figurar con letras de oro
en el catálogo inicuo de los más buscados de América.

Desde luego, su posición era incómoda.
Temblaba desvalido sorteando los ojos llameantes de los hombres de frente y de perfil.

En la cárcel no hay gente, sólo miradas oblicuas
que fluyen y taladran la piel como agujas hipodérmicas
(la gente está en la calle, orquestando maniobras a favor de sus mágicas familias
y celebrando el juicio sempiterno de la libertad:
no está para canciones de protesta).

Su abogado de oficio, un tipo sobrio, le recomendaba paciencia,
pero no tenía tiempo para apelaciones.
Apenas discurseaba un poco haciendo referencias incomprensibles
antes de desahogarse con alguna de sus enérgicas iniciativas
(en su jerigonza, cualquier minucia procesal de mero trámite).
Cubría el expediente; un chico reservado
que aparentaba estar sufriendo un proceso de superación personal,
es decir, que se veía superado por las circunstancias.

Al cabo de un año, los pájaros seguían afeitando las mañanas con sus trinos
y los profetas médicos continuaban recetando infusiones de esperanza.
A un tiro de piedra, los árboles armados* de la primavera
(en pequeños grupos para no llamar la atención),
escoltaban la curva del arroyo,
donde la hierba soltaba escupitajos de rocío.

Cuando el fiscal se zampaba un solomillo a la pimienta,
el maco trasegaba sus migajas,
cuando empinaba el codo a mayor gloria de la legalidad vigente,
entre rejas se registraban incidentes violentos.
Una rutina pasmosa.

La vida circunscrita a un patio de monipodio.
Recordando a Víctor Jara,
fantaseaba con desalambrar los muros cananeos del establecimiento,
derrumbar las torretas panorámicas y escapar por el campo atardecido.

Necesitaba un cuerpo de marines
y un alma gemela a la del Conde de Montecristo,
una apisonadora de fascistas y también una escoba voladora.
Lo que no fue factible.


*Su glauca capellina y la panoplia entera.




Kitty, Daisy & Lewis, 'Mean Son of a Gun'

el efecto daw jones

Tomad ejemplo de romanticismo:
la hipersensibilidad de los mercados financieros.
Ningún enamorado alcanza ese conspicuo porcentaje de penuria,
ninguna decisión se muestra tan voluble,
ninguna acción se funda en tan forzada miseria conceptual.
Pese a ello, el comercio se estremece
y tiene contracciones como una embarazada, antojos de primeriza
que son fajos calientes de papel moneda,
resmas de pasta gansa condecorada por el narcotráfico.

Mafiosos que celebran fiestas comiendo pasteles con tradicional apetito,
oligarcas pálidos y bien alimentados
cuyas jetas superan con creces la dureza de los muros de Wall Street:
los chicos con las manos de cemento, las chicas con las piernas de cemento,
y todo cimentándose y llegando al éxtasis global.

Los amos del cotarro inundan los salones de lujo de los restaurantes
y son capaces de firmar con lujuriosa eficacia un documento cualquiera
mientras eligen el mejor vino o el entrante más adecuado a su estado de ánimo.

El nuevo enamorado comienza a darse cuenta de que la ruina es pobre
y acecha en los espejos con el semblante benévolo de una buhardilla en París,
amenaza los besos cariacontecidos,
amenaza los parques como una lluvia ácida.

La ruina se presenta con el careto de James Stewart en ‘¡Qué bello es vivir!’,
sin dinero y con un par de criaturas de la mano,
entonces, el inversor la dribla con un ágil movimiento de cadera
y el obrero testarudo apenas tiene tiempo de vomitar su reserva de bilis
antes de caer hechizado rodando por el fango.

El futbolista ha tenido una lesión y las masas se mesan los cabellos,
gritan como una especie enloquecida bordeando el delirio de la misericordia.
En realidad, son una especie protegida por la serenidad del infinito.
La gente suele ser metódica, incluso la que ignora el efecto del balón
y no especula con la posibilidad del gol, esa minoría salvaje.

Decid quién es romántico, el hombre genital de la pistola
o el paria con esquinas en los ojos,
la mujer que se alegra y cubre de carmín sus labios lógicos,
o la que disminuye su presencia hasta desintegrarse mientras camina por la calle.

La gente es demasiado personal, definitivamente.

El nuevo enamorado sale del monte de piedad y gira hacia la casa de apuestas,
los autos lo reconocen y parpadean sus faros colectivos,
el asfalto se adapta plásticamente a su huella diminuta, que se repite dinámica,
y los árboles le ofrecen su rango más urbano,
animales de compañía remolonean por los incendiados callejones,
nacen murciélagos con ramitas de olivo en los colmillos
y las nubes bordan un aterrizaje forzoso:
todo para que el dinero adquiera una dimensión heroica
y el efectivo acto de jugarse el tipo
implique nada menos que la consagración mitológica
de quien lo lleve a cabo sin condenar su inocencia.

Tomad ejemplo de romanticismo en la hipersensibilidad de los mercados financieros
y no dejéis que nadie se os acerque,
ni la corista que rompe su trabajo de amapola en el trapecio,
ni el aprendiz de brujo con su magia reciente.

Que nadie os diga que no es perfecta la música en esta casa de citas.

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