lunes, 8 de febrero de 2016

hacia la soledad


Pasa, amor. El pensamiento está acabado
como fantasía. Su elenco desmerece, no fascina. El amor ha pasado como hacia la soledad, con esos
pasitos cortos como hacia la piscina, el agua fría, el agua entre los dedos de los pies. La música
se ha deshecho las trenzas, ha empeorado desde que arrastra cuatro latas vacías de cerveza,
coche nupcial. A tocar el claxon sobre las tres de la mañana
y nadie. Las chicas con sus transistores. Nadie.

Jordan lo siente: pasa, amor. No importa
que te hayas despertado hace un segundo, o hayas visto la luz hace una primavera. La suerte es que hace una primavera
para el aire, para el baile; y los jilgueros se estilan entre ramas de lluvia: el tiempo
debería mejorar ahora.

Esa pareja que se besa en la distancia. Ahora que el tiempo está cambiando, que ha cambiado la forma
misma de los besos, ahora solo con los ojos. Que los labios han dejado de ser héroes en el espejo. Ella
mira por encima de los hombres; hasta el futuro, sus ojos se resarcen, vislumbran el rapto.  
El futuro permanece insomne, en sí, distante pero neutro
acostumbrado a protegerse. Hay construcciones mentales tensas como cables de obra. Obras
que parecen cárceles, dos líneas de poder y una mentira interminable.

La farsa se contrae, dondequiera que duela; se presiona la herida
y los quejidos forjan el carácter como si fueran besos inventados. El duelo es el estigma y existe porque su ámbito
comprende una gran cantidad de pareceres, ilusiones que funcionan y hacen temer
por el recuerdo. Es igual que la nieve, el amor.
Nieva y el planeta se rompe en mil pedazos únicos.

Pasa, amor. Jordan a las puertas de la felicidad. Sube las escaleras de su casa. Sola contra un cielo gris;
el frío no se muestra, todavía hay enjambres, mariposas, rubor. El néctar
aún respira dentro de la noche. La belleza es el aura, alrededor del cuerpo que sostiene su deseo
vuela una nación de auroras. En el espejo
la luz ama a la luz y a nadie más.







sábado, 6 de febrero de 2016

cien ojos a lo largo de las almas


Cómo que el parque no existe. No es posible. Para Jordan,
que pasea, es posible. Para Jordan es posible que los árboles no permitan ver el mundo
como es (¿cómo es?) Esto no es pasear, es una exploración con salacot y escarda, una aproximación al paralaje,
la idea de medir el cauce del arroyo, la posibilidad de estar ahí como una roca
en Central Park. Aquí todo es central: el país, la memoria. En realidad, hay un espacio que contiene,
un continente del que no se puede escapar.

Un día montada en un automóvil de los últimos, última generación, abollado y sin faros, mirando por el retrovisor,
el cañón de una pistola asomando la mirilla por detrás del escenario,
el cuento de nunca acabar. La gente no estaba y eso que salía ganando, y no había marías magdalenas,
no había niños arrimados al fuego de la gracia. Solo un chucho más bien gris. Llamado Gris.

Dicen que no fue así. Fue bajo el árbol que todos conocían, ese tan publicano, el dichoso árbol
gigante que arropa al mundo; qué avatar. Es pasearse sin disparar un tiro: una aspiración legítima. Saludar, incluso
llevarse un dedo distraídamente a la visera, con educación.

Ayer Jordan fumaba despacio en la sala de espera del colmado. Esperando el encargo.
Habrá que trajinar un ligero envoltorio, al peso: unos cincuenta gramos. Sin preguntas. Entregar, darse brillo.
La canción de un jilguero difícil de silbar, el enésimo amago de tormenta. Ahora la lluvia ha borrado su peaje, sus pasos
tímidos entre los cascotes, restos de una casa derribada.

Ocurre que la vida
se ha puesto de un verdor insoportable. No hay sangre que resuelva ese doble carpado de la naturaleza,
la escarpadura precisa, recurrente en toda encrucijada, también en el camino verdadero. Hacia ninguna parte
hace falta una brújula de tierra, el artefacto para crear fortuna o recrear el ansia. Es avanzar
cien ojos a lo largo de las almas, sentir la pulcritud del inconsciente perfeccionando su papel en otro pase de éxito. Jordan
ha cantado para sí y eso es lo impresionante. Necesitaba oír que era imposible, pero su boca ha pronunciado
un tiempo nuevo, ha ondeado la bandera del amor sobre todo ese terreno
inundado de vastas esperanzas. Pues su belleza reclama el mismo trono de sustancia aérea, el intratable vuelo de la aguja.

Sale el sol. Excepto en tantos corazones arrumbados como sólidas arpas
en el telar de la melancolía, su retiro honroso, la casa de socorro de la forma
adonde llegan nítidos aquel olor a carmín de la locura, la acetona del miedo y el oscuro perfume de la imaginación.




miércoles, 3 de febrero de 2016

más allá de la nube de oort


Lista de poemas. Tareas pendientes. En primer lugar, un poema feliz. El poema feliz es un trasunto
de nada. La nada que evoca se tambalea, precisamente. Haciendo cola en la barra del bar,
detrás del humo. En la panadería resulta que se vende
solo el espíritu de la contradicción. Jordan no lo tenía en su lista. La lista de la compra es por ende una lista de poemas
pendientes de rezar, retar, enjaretar. Se hilan y se hilvanan las rimas que faltan;
una formación de perdedores en la cola de la iglesia esperando un litro de ginebra con cocacola, matando chichas
con los labios quemados. Esta fiebre que sucede sugiere un milagro
aguardentoso (¿dónde?) más allá de la nube de Oort, un invernadero samurai donde se producen desastrosos acontecimientos
que nadie escucha ni remotamente.

Choque de culturas en la cola del economato: un portorriqueño y un eslavo discutiendo de filosofía
sobre si Puerto Rico finge ser estadounidense para saltarse el turno de las naciones. Los españoles mirando,
encogidos como atletas en los tacos de salida, salidos también en toda la extensión de su carácter, apañándoselas
como mercachifles. Esto pasa en el barrio todas las mañanas
hasta la hora de comer.

A partir de las cinco salen los poetas, todos con el síndrome de existencia, bajo un sol de justica que es la única
justicia que (les) queda. Son –suelen ser– más listos que el hambre, más que sus poemas 
que siempre hablan de confesiones y terror, del terror a los padres, el terror al café, este horror fraternal que se te mete
dentro y quema como un brasero de butano. Por fin, se encomiendan al altísimo (uno de ellos).

Jordan echa chispas por los ojos. Gris ha ladrado por rutina a un automóvil lento del gang. En la pared, un mural
esquinero dibujado a cuchillo con episodios sangrientos y una chica moderna vestida de Marvel
haciéndose las uñas con una motosierra minimal. En la cola de la discoteca un rapero detrás de su mamá. Mami
a cuatro patas vomitando la sardina, mami desnuda
de cintura para abajo.

El poema en sus trece, apechugando. Las manos vuelan, los revólveres
se han ahorrado otro cadáver. Todas las manos inocentes de la ciudad convergen en un desierto plagado de últimas voluntades.
Dicen que el muerto tenía una fortuna enterrada bajo una piedra negra del parque,
junto a la valla donde da comienzo un cementerio sin cruces. La banda lleva pisoteando el lugar toda la vida,
pero el jazz solo descubre los tesoros del aire. En la cola de la funeraria,
los chicos se intercambian números de teléfono; aunque en el parque no haya cobertura
hay que llamar a quién de vez en cuando.




lunes, 1 de febrero de 2016

amén


Jordan en el Mundo. En su mundo de gratas avenidas, Pasajes. Ha cronometrado el tiempo
que se tarda en decir Adiós. Una palabra. Los ángeles decían (a su espalda) que el camino
empezaba mal, había comenzado en plena cuesta. Que el fango complicaba el vuelo,
este deslizamiento perezoso y soñado.

Avionetas por encima de la luz. Despacio, un ruido bimotor.
La soledad de la plaza soleada, los niños jugando a todo meter; intromisiones de la naturaleza, el parque
alargando su mano vegetal, vegetativa, insana. Sucesivos desengaños de manera que no afecten
al comportamiento. Niños jugando con una pelota de papel, una comba derretida. Neumáticos y otras
fechorías como elementos para el desguace, factorías de elementos montándose
microrrelatos de infancia. Angel Haze en el reproductor, al altavoz,
¡cantando!

Tras el lenguaje, todo el lenguaje. Divertidos encuentros con la fatalidad y el Arte.
Se las prometía muy felices; esa facilidad para simplificar
los ideales e identificar sin duda emociones y objetos. Esta objetividad de la reacción ante el estímulo vintage.

La precisión de sus categorías. Jordan y su taxonomía avanzada, sin prolegómenos, al brote de la idea. Pensando
en ella un millón de corazones
débiles. Un surtido de grandes corazones razonables colmados de esperanzas gigantescas, mortuorias.
Palomares enteros de corazones vibrantes, al bote como pelotas de tenis, al vuelo
de la idea. Una ley distinta a cada paso, y el estigma dorándose en el horno.

La poeta en el árbol –por decir un lugar– con una vista magnífica de la puerta de la calle. La calle como ámbito estricto
y diferente. Donde sucede el día y la noche se oculta. El parque pernocta por la calle
igual que un sin techo millonario, animal que al cabo enmudeciese. Hay que ser un romántico
para intentar un verso en estas circunstancias, mientras la gente derriba catedrales.
Ángeles hay que aguantan el tipo como vigas maestras; gente que es una apisonadora en el océano.

El mundo ahora se ha quedado pequeño: estaba lleno de proezas. No cabía un milagro
ni desnudo. Después de Auschwitz la belleza ha cambiado de estilo como de origen, se ha personificado en un recién
nacido que llora para siempre.




jueves, 28 de enero de 2016

actos de fe


Se acabó el camino. El corralito ha llegado a la ciudad y nadie está a salvo de la quiebra.
Así que los poetas se desdicen de sus versos, los magullan
–amoratados versos–, los meten en un cajón. Ahora se escribe hasta el final,
profundizando el réquiem. El poema ha sido sacralizado y no era necesario. Nada más innecesario. Acertijos
sobre la traducción, monotemas, montones de creativos obsesionados con la Obra.
Qué serios se ponen detrás de sus pantallas, asomados a la tronera del búnker, protegidos por puertas de seguridad, fosos
castellanos, mercenarios y profetas.

Estos que ondean sus pendones de clase. Antes del parque vivían en chalets adosados
sin problemas comunitarios, su piscina, su jardín, sus antenas parabólicas. No tardaban en mirar por encima del hombro,
soñaban con sus títulos y emblemas, distinciones y másteres del universo. El mundo
del trabajo era para ellos un ente literario y ajeno, su esfuerzo consistía en una buena conversación junto a la chimenea.
Creían en la media maratón, el ejercicio compacto y disuasorio. Leían la mitad de la mitad.

Ahora se escuchan los disparos en medio de una frase afortunada. En medio de un decálogo: no matarás. O son
bengalas una noche de fiesta. Trajes largos, colorido y luz. El primer cementerio fue la luz,
que se deshizo en lenguas vivas, fue al carajo con sus preciosidades. Luego se multiplicaron los gestos como panes,
hubo comisiones de investigación. La policía detuvo a un señor bajito.

Jordan había declarado. En una servilleta, no. Tampoco en la corteza del árbol; en la tierra con un palito pequeño
dibujar un pez como los santos, delinear un espacio impresionista, la escena del sofá. Nada de escribir
un verso en pocas líneas, en pocas palabras, la síntesis y ya. Jordan había
escrito un manual de ajedrez, un custodio fonético, el canon de la zoología (con un perro así: Mason-Dixon Line).
El arte funesto de recobrar el sentido solo con mirar de frente al límpido horizonte y sus matrioskas. Perversa
realidad a reventar de hierba poderosa, ¡ese color histérico! El poema contenía
besos y era, por tanto, un poema de amor; mas no era posible.

Los besos alquilaban buhardillas con techos abuhardillados y diminutos pasillos para perderse en ellos como Alicia
en su disfraz. Los besos tenían gato y grababan sus mohines. Era una farmacia de besos
dentro del poema y el corralito sangrando contra los poetas-ellos henchidos de elocuencia y bastardeo, diputados en cortes,
viejos sátrapas o jovenzuelos sin óbice. Jovencitas enchufadas o viejas con dinosaurio. Todos
inefables como una ópera o un viaje al Canadá. Poetas de vacaciones, de etiqueta, a punto de tomar el tren con desenfado,
el té por cortesía; ellos tan distintos a los pobres.

Oh, pero Jordan tiene su profesión en regla cuando ellos amanecen despavoridos de luna. Ella ha dado la medida
de su carácter, ha jurado el cargo ante un retén de dioses indecibles. Estaba tan guapa,
tan desparecida, había comenzado la felicidad, un llanto inexpugnable. Sus manos enviudaban la victoria de la naturaleza,
creaban una flor tras otra, mesiánicas, orgánicas, a tumba abierta
lanzadas contra el peso de la fe, la rosa pendular de sus mejillas latiendo en un suspiro: eso y el caramelo de su voz.  




lunes, 25 de enero de 2016

en un banco romántico del parque


Bajar a la literatura. Subir a la posteridad. Ascender a qué niveles. La sordidez
atrapa, contagia como la tuberculosis, la perversión es un acicate único, supone introspección, se supone
cerca del pensamiento y sus hipérboles. Porque en el pensamiento ¿existe la hierba? La graciosa creación de un paisaje,
el dominio de la naturaleza haciéndose hueco entre la elocuencia y sus diagnósticos,
operaciones agitadas, medidas y balanzas, considerandos refrigerados a la velocidad de la contradicción.

El parque está en el pensamiento con su gran árbol, que es lo primero que se ve. La hierba sí que existe pero
es gris, en un tono menor, en un segundo plano apenas consentido. Lo importante es el descrédito del arte y su paradoja
que produce un entusiasmo crítico, el arrobo de los especialistas. El yo es demasiado imprescindible,
el yo y sus implicaciones, el ego y sus fantasmas almidonados. También es necesario despotricar de la familia,
ponerse de parte del estilo de vida americano. De acuerdo,
la familia apesta, pero hablamos de un odio personal.

Jordan está callada en un banco del parque. Pensando. ¡Un penique por sus pensamientos! Es una historia
sin aliento, sin efigie ni proceso; trata de un chico y su perro Gris. Que sentado a la mesa
frente a una gran fuente de ensalada, una pierna de cordero, bandejas de embutidos y fruta, frutos secos, pescado al horno.
Todo el firmamento y una novela de aventuras; la novela eclipsa
el festín, amarga la fiesta con sus novedades, su cháchara y sus intenciones líricas: es un jarro de agua
helada sobre el torso del poema.

Bajar a la literatura. Descender a sus estratos más humildes, caóticos
e intrascendentes, su armazón consumido, la correa larga de las averiguaciones y la documentación. Este uso
escandaloso, ese depravado empleo de la privacidad y el sexo traspasando los límites
no de la decencia sino de la propiedad discursiva; se vulgariza la fiebre, el talento arrojado a las alcantarillas de la forma
como un tamaño roto en mil pedazos de nada. Alicaído en brazos de la fraseología y sus prospectos,
versificado hasta el asma, hasta el alma que no admite otro poema más sucio, otra piltrafa de amor.

Madre en la picota; jueces como en Knockemstiff, que es preferible –y detestable, pero dúctil– y suena
como un cuerpo de tambores, una madre fea como pegarle a un niño, hecha un cristo, loca de atar.
Lunáticos por todas partes, dementes sin fisuras con el pensamiento en carne viva,
pensando ni de lejos en una pierna de cordero bien guisada, una fuente grande de ensalada césar y demás actos de contrición.
He ahí la mejor literatura, la que desborda
las promesas y ahonda en el terreno de lo desconocido con frenesí ortopédico y previsible ausencia de matiz.

A Jordan no le va. Elige su momento para la invención del placer. Busca compañía en otra página. Aquí
solamente besa como el aire, ama solamente. A la sombra del árbol, en un banco romántico del parque.





viernes, 22 de enero de 2016

tener una visión


Oh, este arte perezosa, sin ritmo que la marque. La desidia es un elevador. Se puede
hallar una piedra en medio del camino, tan campante, intraducible, desesperantemente sola
o ajena (no ambas cosas). La poesía dicta sus versos propios, abandonados versos a la puerta del penal,
la bibilioteca, la iglesia evangélica. A punto los versos de resultar atropellados por un tractor
americano, el sex symbol de las autopistas, con su motor andrógino y su estilo
demoledor. El poeta mortalmente serio diverge, disimula su perra vida, pone en boca de los hombres sus palabras
rígidas como tejados a dos aguas, como postes de la luz. Recordad:
un poste de la luz es algo serio.

Jordan dice: tengo sed. Como podría haber permanecido en silencio. No hay nadie para oír su verso,
así que puede repetirlo incluso más de tres veces. Dice: me duele el corazón
y entonces la escuchan todos los hombres de la tierra. Hay una diferencia: de un modo se habla, de otro se padece.

Han perecido los versos aplastados por una apisonadora comunal. Mo Yan estaba ahí
para certificar el asunto montado en un burro nada hablador. Los campesinos no existen, todo el monte es océano,
todo el mundo es ciudad. Perdón al parque. El parque se hace respetar, conserva su empaque,
se toma sus píldoras de luz por las mañanas y de noche corre las cortinas, echa cerrojos
y se dedica al augurio y la retasación.

Vamos a ver: tener una visión, Parnasos por el aire, Parnasos altos y otros vacíos
de altura y proporción, instrumentos líricos sin poder, prologados por dioses anoréxicos y héroes sin calma. Jordan
dice: dame la pastilla azul, si hay que elegir. El azul es un color arcaico (comparado). En el libro
sale un parque idéntico al camino, con su piedra angular y su fuente de piedra,
sus mansiones altas como retoños, muros máximos en torno a una dimensión secreta. Lo invisible
crece por detrás, aglutina un cortejo de entrometidos que solo hablan del color de la pared.

La poesía se ha domesticado sola, por arte de birlibirloque. Sin necesidad. Algunas
horas se le hacían abominables, algunas páginas la sacaban de su espíritu. En realidad, la piedra
está porque no es posible no imaginársela en todo su corrupto esplendor, su solidez y su estornudo metafórico;
sin ella, los árboles no se disputarían la alegría: esta es la razón. Hoy no hay música
en el programa, le han congelado el sueldo a la banda y ya no salen las cuentas, así que un  conato de violencia
asoma el morro para que se lo partan los valientes. El pulso de la oscuridad es un rey sin adorno,
pero la luz ha declarado su equipaje: pesa lo que pesa la verdad y abulta el doble que una montaña independiente.




miércoles, 20 de enero de 2016

nómadas editoriales


De cuando en cuando, la noche duele. Se respira un exceso de penumbra. Sombras de largas pestañas
maúllan como niños de pecho. Rimas doradas que han sobrevivido
a los pronósticos inician su ascenso a la garganta del clan; los chicos son arrestados,
asoman su inocencia por entre las rejas del furgón. Hacen deporte –muertos con el chándal–
sin apetito real.

Leer a Calvino es un placer diario. Jordan lleva en su mochila un libro cada vez.
Se asombra en contra de las reglas de la poesía. Se caracteriza en contra de las normas
de la poesía. Ha leído a Strand que tiene consejos y buena voluntad,
es un buen hombre a pesar de sus poemas, su experiencia laureada y reconocida por las editoriales
nómadas (a ver si). Las editoriales no es que sean, estén formadas por tuaregs de piel azul,
ojos como dátiles preñados. Allí florecen los ejecutivos seglares y lo hacen con una ley en la mano, nacen
con la ley en la mano, discursean en vez de lloriquear, ya demandan al médico que les azota tras el parto; son Peritos,
pactan convenios que exigen diez (re)presentaciones, autos
contra la poesía y la mente del lector, eventos que destruyen el Libro y lo manosean,
lo mezclan y lo aturden con su taser disléxico. Necesitan sangre compatible con la preceptiva legal.

Jordan nunca estuvo en una sumisión poética de esa índole ensoberbecida y febril. Ahora
ya no hay; no hay tiempo ni poetas ni folios episódicos que hablen del amor, artistas felibres sin dimensión conocida.
No existen o han muerto. Está el poeta que frecuenta los urinarios públicos
y vive en una tienda de campaña regada con sangre, el guionista que lleva caramelos de fresa en el bolsillo,
el extranjero que se prostituye en un extremo del parque.
Están los que rehacen cadáveres exquisitos con cuánta mano izquierda
y fruncen el ceño.

Jordan se las sabe. Estudia el juego de la felicidad con verdadera ansia,
se queda hasta las tantas y se levanta pronto para repasar el firmamento, entresacar la fronda, culminar
el capítulo trece. Su memoria desfallece antes del segundo joint, debilitada y fúnebre.
Ella considera un espejo narrativo, un espacio histórico para su famosa imaginación. Hace sus deberes en una habitación
no tan enorme como debiera, donde no hacen eco las palabras negadas al silencio
y la música se incrusta en el conocimiento (parece un accidente).

A las seis, la oscuridad organiza un acto público, una lectura y al piano
un colgado registra la última moneda de Chopin. Los fieles abandonan su postura del loto y se sientan como títeres
en las escalinatas, ovacionan al genio: es un escándalo. Hay humo y una productividad
ensordecedora, términos gigantescos para describir lo inefable porque no puede más, no aguanta la comedia,
ese escaqueo permanente de la realidad que frecuentan los teóricos, esas montañas
que levantan con el escombro de sus emociones para que los demás las suban de rodillas y dando gracias a dios.




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