Bajar a la literatura. Subir a la posteridad. Ascender a qué niveles. La sordidez
atrapa,
contagia como la tuberculosis, la perversión es un acicate único, supone
introspección, se supone
cerca
del pensamiento y sus hipérboles. Porque en el pensamiento ¿existe la hierba?
La graciosa creación de un paisaje,
el
dominio de la naturaleza haciéndose hueco entre la elocuencia y sus
diagnósticos,
operaciones
agitadas, medidas y balanzas, considerandos refrigerados a la velocidad de la
contradicción.
El
parque está en el pensamiento con su gran árbol, que es lo primero que se ve.
La hierba sí que existe pero
es gris,
en un tono menor, en un segundo plano apenas consentido. Lo importante es el
descrédito del arte y su paradoja
que
produce un entusiasmo crítico, el arrobo de los especialistas. El yo es
demasiado imprescindible,
el yo y
sus implicaciones, el ego y sus fantasmas almidonados. También es necesario
despotricar de la familia,
ponerse
de parte del estilo de vida americano. De acuerdo,
la
familia apesta, pero hablamos de un odio personal.
Jordan
está callada en un banco del parque. Pensando. ¡Un penique por sus
pensamientos! Es una historia
sin
aliento, sin efigie ni proceso; trata de un chico y su perro Gris. Que sentado
a la mesa
frente a
una gran fuente de ensalada, una pierna de cordero, bandejas de embutidos y
fruta, frutos secos, pescado al horno.
Todo el
firmamento y una novela de aventuras; la novela eclipsa
el
festín, amarga la fiesta con sus novedades, su cháchara y sus intenciones
líricas: es un jarro de agua
helada
sobre el torso del poema.
Bajar a
la literatura. Descender a sus estratos más humildes, caóticos
e
intrascendentes, su armazón consumido, la correa larga de las averiguaciones y
la documentación. Este uso
escandaloso,
ese depravado empleo de la privacidad y el sexo traspasando los límites
no de la
decencia sino de la propiedad discursiva; se vulgariza la fiebre, el talento
arrojado a las alcantarillas de la forma
como un
tamaño roto en mil pedazos de nada. Alicaído en brazos de la fraseología y sus prospectos,
versificado
hasta el asma, hasta el alma que no admite otro poema más sucio, otra piltrafa
de amor.
Madre en
la picota; jueces como en Knockemstiff, que es preferible –y detestable, pero dúctil–
y suena
como un
cuerpo de tambores, una madre fea como pegarle a un niño, hecha un cristo, loca
de atar.
Lunáticos
por todas partes, dementes sin fisuras con el pensamiento en carne viva,
pensando
ni de lejos en una pierna de cordero bien guisada, una fuente grande de
ensalada césar y demás actos de contrición.
He ahí
la mejor literatura, la que desborda
las
promesas y ahonda en el terreno de lo desconocido con frenesí ortopédico y previsible
ausencia de matiz.
A Jordan
no le va. Elige su momento para la invención del placer. Busca compañía en otra
página. Aquí
solamente
besa como el aire, ama solamente. A la sombra del árbol, en un banco romántico
del parque.
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