sábado, 12 de marzo de 2016

antagonista


Están los poetas que comen pizza a dentelladas, pero esos no la quieren.
Se superponen y se ponen de puntillas para no ver, escriben de manera extravagante
para no ver; ni siquiera advierten
la mascarada del parque, su mensajería instantánea, no abarcan la amplitud de la avenida, ni escuchan el vuelo de las chicas
afónicas que no paran de bailar (y ni las ven bailar).

Están los poetas que se pirran por una foto de familia, pero esos no la quieren.
Tampoco. Esos no encuentran sentido a la bóveda fresca del ciprés y prefieren el soleado estadio,
la ordenada debacle del café con leche, la huérfana tranquilidad de los orfebres
planos y su destino estatuario, y eligen la falsedad organizada en ideales estériles, su inmensa idolatría.

¡Ah!, el frío es de las sombras; gente desierta que se retira tarde, gente en desuso,
desnuda hasta los huesos, gente que ve pasar las horas sentada y en silencio. No hacer es un proyecto,
ella lo sabe. Ella admira la quietud culpable, esta infancia
rota que se desplaza exasperante y rima con su propia honestidad suicida.

El poeta que la quiere disfruta de una soledad convicta. Hermosa. Ella es tan hermosa
que rompe las postales, inunda el tópico, se infunde. La Musa siempre tuvo el poder intenso de su antipolítica,
la viveza de su puro antagonismo; posee un color atardecer
tan masticable que remite al teatro de los primeros años, cuando todo era nuevo
como en el escaparate del infierno.

Están los poetas. Y ella está. Sumida en su entereza, su proceso. Es largo este tiempo de paz:
gracias. Si el aire disminuye y los planetas se acercan
enamorados. Que la fuerza del mar arde en sus ojos y los versos resbalan por su barbilla leve; los dinosaurios
juegan en la tierra y alrededor del columpio las niñas bailan
(aunque nadie las ve). 





jueves, 10 de marzo de 2016

trasluz


El milagro se obra entre los ángeles, tiene un corazón de oro.
Jordan, que anda entre los ángeles, se codea, duerme; vigila su alcoba con un ojo abierto. Qué fácilmente
ha desparecido la violencia de los callejones, ahora todo son avenidas radiantes,
lisas como rampas, ajardinadas todas, vigiladas por una sombra
que quiere ser, quiere la historia, conocer el arte impúdico de los mortales.

Lanza una mirada infinita sobre el pavimento
y abre surcos en la noche, letanías para el rayo, son líneas de Nazca que se distinguen desde la base;
qué trazo equilibrado y fecundo. Esta palabra dirigida a una audiencia aterrada,
presa del pánico en su habitación gigante por donde pasan el aire y los ratones, los cumpleaños son sin tarta
de cumpleaños y las velas amanecen
como clavos de luz.

Ondea el espejismo, la palmera crea duración para notarla con las gafas puestas en las tres estaciones del espacio,
la palmera curva los paisajes y se muestra en su llanura lunar, sobre un cráter
masivo, estimulante. El polvo sigue eclipsando el divisadero, montaña
y atalaya. Antes se veía venir. El miedo se veía
cuando avanzaba riendo con esa risa tosca y esa voz.

Los chavales han estado esperando algo toda la vida. Mientras crecía el parque
y las profecías se iban cumpliendo por orden alfabético. Ahora son seres humanos hechos y derechos,
sin derechos pero con la cabeza alta por la acera emboscada. Ya no hay tráfico
según y cómo. Los autos han dado paso a otra velocidad, el impulso de la sangre liberada.

Jordan está por encima y se molesta. Nunca se disculpa. Su amor es un verbo,
en acción, su amor que no se relaciona, tampoco se resigna, o no existe. Su amor, un poco de nada a esquivar, transparencia
y pudor, su pequeño, terapéutico amor.

El sol está desnudo en su poltrona, hay un eco que se llama trasluz, un desierto que se pronuncia
flor. El día empieza de nuevo y cualquier signo puede malinterpretarse. Es tan sencillo perderse en el parque
como hallar el laberinto y romper al destello, desfilar emergente por la única avenida,
sobrevolar las ruinas de una civilización invernal. Donde la música continúa
enfrentándose al fuego y hay estatuas de plata, personas que brillan al anochecer. 





domingo, 6 de marzo de 2016

flash


Se trata de correr. Más rápido, flash, flash; correr después de todo,
antes de advertir el precipicio, su oquedad incitante, antes de escuchar el romántico zigzag
de los almendros, su metáfora prohibida. Hay un lenguaje en marcha: sube. Caín ha traicionado su estirpe y se compadece,
huye de la escena, ha olvidado su línea de reparto. Ahora un ángel
reverbera y recibe una oración por la espalda, es el momento del ser humano, su momento. Piensa
en sí el espíritu como en una forma intacta, no angulosa,
títere de la naturaleza. Su redondez es fruto del colapso y la necesidad; ni tiene
estómago para según qué preocupaciones.

Esta es su opinión:

Quién su perfecta forma al bosque cede
para que se haga luz donde el misterio
entre las sombras erigió su sede
como se funda un nuevo monasterio.
Quién puede dar lo que ni dios concede,
más poderosa que cualquier imperio:
la imagen de una rosa que no puede
darse en ningún jardín en cautiverio.
Nace la primavera en su mirada,
la luz fecunda el gris y lo convierte
en una suerte de frecuencia helada.
Una cruz sobre el lecho de la muerte
y, sin beso de amor que la despierte,
en el cielo, una flor crucificada.

Bruto ha apuñalado una sombra sin pronunciar palabra. La poesía se incluye en el jardín. Los habitantes
del parque fuerzan la carrera, echan chispas, humo que se sobrepone o se prostituye al aire puro;
son cuatro dimensiones y un poema
chafado como un cadillac en ruinas. En el estereotipo está la virtud, por ahí
anda la síntesis de la verdad: donde menos te lo esperas.

Jordan siempre por ahí. Acariciando un rosetón de viento, viento que deprisa, que derriba,
sustituye el orden de las hojas –sin rechistar el árbol–, hace valer su influencia
sobre el chorro erguido de la fuente, la luz acampada en el claro,
ciertos animales. La ardilla notifica su efecto, pero nunca hay ardillas, la hierba es poca para tanta familia –¡ah, qué tribu sin bisonte!
El coche ha pasado tan despacio, pasa tan despacio que parece
que fuera a dispararse, que fuera disparar. Alguien corre frente a un grupo de silencio,
alimenta rumores, flash, flash…  

Se rumorea siempre que la Princesa ha cometido su último delito,
ha sido encarcelada por diluvio o ha ascendido a los cielos montada en su elemento: sin razón.
El sello de su nombre ha cambiado de impacto y ¡qué gran salto hacia la eternidad! Los márgenes
estiran el informe, hacen gracia a la comisión recaudadora.

Las malas lenguas, falsas como señuelos, muy íntegras: que se parece a la cara del ángel y tiene el pelo igual
o luce igual que Ariel, que se apellida igual y viste igual. Que ha dejado de hacer y sus consecuencias.
Ella mira al sol sin quemarse los ojos,
cede su forma en lo mejor del parque, este centro vital y concurrido
donde las viudas tuercen la madeja del sueño y preguntan por un gramo de noche, ofrecen
labios de hambre y sus pequeños, también muertos, llevan luto por su cruda dinastía.




viernes, 4 de marzo de 2016

dibujos animados


Quizás cuando amanezca alguien saldrá de casa con un ramo de rosas
frías. Se trataba de un sueño por la calle ancha, esa calle tan cerca sin aceras reales, amplio espacio para los autos
y la piel, tal vez un gato de la factoría –dibujos animados. Pero ella lleva su rosa en la mano, su flor
dantesca, el cáliz. Apura otro poema divertida del todo: ellos hacen y ella
obra. Su pequeña luz es miel, rama en los oídos. Qué ángel suicida la acompaña y se muere,
se mueve entre los trapos y los árboles, las hojas que hablan, forman
jeroglíficos, avisan de la lluvia o el azar.

La guitarra frota la espina del aire, las ruedas se deslizan, trasladan gente
hermosa. Jordan no ha perdido la fe, escucha el traqueteo de las maquiladoras, la inflexible duración
de la miseria. Luego, crea una ilusión pacífica; un débil contoneo del lenguaje
asegura la fiabilidad del eco, su tierna ecología. En la caverna la tierra quiere arder,
los espejos dan una impresión de libertad.

Cuando su imagen empezó a transformarse en un tiempo feliz, un segundo agonizante. Y la rosa fingía
la emoción de los poetas, ahondaba en su desánimo con ejemplaridad,
tenía una voz. El deseo, la esperanza de no destruir
ni destruirse. Pintar el muro o derribarlo: el arte no tiene la respuesta.

A Jordan también le flaquean las piernas, tiembla como una poesía de verdad. Luce sus aros de color de luna,
su vestido cobalto. Cambia de país por las aceras del parque. ¡Qué maravilla!
La fuente no está sola (el libro permanece en el banco, llega un niño, es para él).
Cuánto trabajo que no hay, llamas en los ojos, un puño que se cierra, y otro. La historia se derrite entre los años,
no ofrece un desenlace coherente, sigue sin ofrecer un relato
verosímil, un risco universal desde el que otear los planos del futuro.

Aquí este andamio venerable, esta nación de lobos orgullosa de nada que construye en el fondo,
quema la superficie. Un rascacielos y en la cima la rosa, acerada, acelerando en su caída, un mundo en su cilindro
racheado a merced del granizo. No se puede amar fuera del cuento, hace frío
y los relámpagos acechan la longitud de la belleza. Desisten los besos de su raíz hipnótica; el milagro
es el baile, donde nadie te pisa los talones y ningún reflejo es para siempre.




miércoles, 2 de marzo de 2016

originales mil estrellas apagadas


Plausible. Alijar el otoño en espera de un verso
que dé nombre al destino. Huir en la estela de una nueva base
ya fosilizada, un muro de silencio golpeado por la armónica de la musa de Chelsea. Los olivos que estuvieron ahí,
viejos troncos encadenados al ceño del paisaje. Hubo un tiempo en que la tierra ardía sobre los cadáveres,
y había agua corriente, ríos libres que fluían como héroes
de una nación enferma. Trigo y pan. Y había una palabra para cada presencia, un espacio en blanco para cada matiz.

Los acontecimiento se sitúan por encima de la idea, son tan frustrantes como hélices
en el jardín, barro en las alfombras, una espinilla en la nariz del baile. Jordan sabe lo que es hacer un plan
secreto inolvidable y olvidarse de él a fuerza de nostalgia,
serios inconvenientes; es la enemistad de lo real
que amenaza y rubrica sus desplantes, asume un fin de siglo por segundo, la desilusión instantánea del ayer.

Hay un futuro neutro que no significa nada para ella, en el que apenas arrebata
corazones, que apenas linda con el destierro. Entonces los frutos maduran en sus ramas al invariable ritmo
de la luz y los pájaros asimilan la potencia de la noche y trinan
confiados. Bajo ese encantamiento, los sucesos ocurren en su orden físico,
el inocente rango de las cosas nuestras, la velocidad sedienta de los imponentes coches fúnebres, la paz del arpa
que seduce y remite a tanta altura como le es posible.
A tal distancia, los besos imponen su fonética y Jordan finge una corrección de estilo,
demasiado pendiente de su arco, su gravedad entre las almas.

Suenan el arpa, el metal; la chica india muestra sus ojos dobles, sus brazos incansables, su boca
muerta para el arte de tanto amenizar la primavera, de tanto concebir amaneceres presos en su propia sombra,
originales mil estrellas apagadas. El invierno se adorna con el marfil esparcido por el campo de batalla,
parece un ejército de hierba, un batallón de espuma,
pero es aire y se concentra en una esquirla de felicidad. Pero es luz y se esconde
en la raíz de un verso tozudamente pobre y casi humano.




domingo, 28 de febrero de 2016

en transición


Reflexión: está todo vendido (el arte). Todo comprado al mejor agente literario. Pero eso
era antes. De la revolución. Ahora el arte es popular
o no está en sus cabales. Así que no existe otra forma de acercarse a la forma que rodearla,
dar un rodeo y envainarse los metales, disfrutar de las constelaciones. Ella tiene una sombra en orden
que es una obra de arte y presupuesto: cualquier sombra supera a Velázquez,
intriga más que Rothko con sus límites. Cualquier sombra no. A la sombra del árbol hay un árbol que destaca,
todo flores. En el parque las sombras están de enhorabuena –como de más–, hay
más que de sobra, pero, en cuestión de sombras,
nada como un edificio con sus tabiques y sus credenciales.

Por el edificio en ruinas corretea Gris, brinca tramos de escalera sin peldaños, huecos apodícticos
de los que te caes y no regresas más; huecos con hectómetros cúbicos de realidad
paralela, como los de Alicia. Igual que en el museo,
en misión contemplativa de los esqueletos constructos, doctos materiales esparcidos por el suelo
y esa polvareda tan sobrenatural de los ratones y los cuervos.

Cuadros en las paredes, no. Mejor que eso: ventanales podridos con marcos estelares. Para mirar a las estrellas, un techo
imaginario, transitivo, que deje a los sentidos realizar su trabajo electrizante. Jordan
pinta, dibuja cualquier cosa, un grafiti de ceniza, un bodegón de hambre
atrasada. En la parte gris de la estructura, un habitáculo estrecho como el tocador de la necesidad,
un cuarto poder despavorido. Donde dormir, contar ovejas presumidas y vestirse con ángeles de lana.

Han ido a venderle el arte y era un gramo de polvo blanco como el recuerdo. Mejor un cubo de carbón;
cierta clase de odio escoge a sus víctimas entre los inmortales. La ciudad ha encogido,
en apariencia, las calles se burlan y los teatros han echado el telón;
solo las avenidas resisten, apenas entregadas a su radial monotonía y su horizonte.

Hay un horizonte fúnebre que procesa calamidades con ánimo de tumba, se troncha de la risa. Hoy los chicos
han ido a ver al doctor, no porque estén enfermos, que lo están. La fiesta ha empezado sin nadie,
al estilo Kampf: música de refilón pero sólida como una barbacoa, al peso, hip-hop
cadavérico, estricto Evidence con un punto genial, un santo y seña divertido. Jordan llega
tarde y natural cuando la lluvia surte su efecto desechable; baila por detrás del escenario,
en la tarima desierta que consume la noche, única y necesaria, sola con su mirada de actriz.




sábado, 27 de febrero de 2016

para qué sirve un max m.


Alma máter. Jordan ha robado un abrigo icónico de Max Mara en la fiesta
y le queda bien. Es una gran satisfacción. No habrá en el parque trazas semejantes, artículos
auténticos de tal envergadura. El hecho en sí merece un poema decadente,
una retahíla imperecedera. Hay que ponerse a escribir en el momento difuso,
exacto y diferente al otro en que la soledad retumba como un abecedario en los oídos y lleva la mano a cometer pecados,
picias de la pluma. No hay tinta que valga, ni papel en blanco, pantalla o panorama en blanco,
no existe el blanco sino en los ojos de algún niño dormido.

Los pobres lobos han matado una sombra y se la comen –dice Gris–. El viento
ha entrado en forma y se reparte ahora por todo el extrarradio verificando
nubecillas gordas. Y ella con su abrigo hasta los pies, canela en rama. Siempre hace frío como siempre y los portales
rezuman una densidad empalagosa, un puede ser de cualquier modo.

Subyace la música mientras se planea la obra. Que está en obras todavía, erizada de andamios, emparedada
entre columnas huecas, vallas a medio pintar, algo desorbitada de tanto esperarse con una mano en el bolsillo.

Coches que circulan, pero en ninguno de ellos va el amor. Viajar es cómodo entre dos puntos seguros,
sin preocuparse de lazos familiares, zonas muertas. Guerras en marcha,
las hay, como es habitual; disparos sueltos y carreras, un fusil de repetición tirado en el estanque. Los árboles
no salen de su asombro, no encuentran las palabras, se creen francotiradores.

No es su primer milagro, claro está. Donde había esclavitud prende una libertad radiante,
con ganas de bailar, privilegiada. Albertine muestra su tobillo intacto después de haber saltado: es maravilloso.
El libro se ha vuelto del revés, se ha arrancado las páginas y ha caído
en la mesa puesta a la hora del desayuno. Alma que rectifique su trayectoria solo hay una (se sabe el padrenuestro
pero no lo va a rezar).

Jordan ensordece de tanto mirar el reloj. Está guapa como un espejo; se mira y eclipsa
placas de rutina. En defensa del arte, aduce que ha sido un verso corto,
aunque nadie se lo tome a la ligera. Por la avenida, entonces, pasa un vagabundo estrafalario, de los que canturrean en la iglesia:
lleva un abrigo icónico de Max Mara que no le sienta bien. 




jueves, 25 de febrero de 2016

eternamente


Ella es un alma en su interior. Así camina. Finge caderas, hombros. Su carne es alta,
pura de los pies a la cabeza. Quién no la ha visto entrar en el portal, subir a saltos la escalera,
asomarse a la ventana y sonreír; ellos la ven salir tan tarde vestida de hada buena, toda de negro
como un panal de noche, como una fuente mágica.

En el fondo hay una luz que transmite confianza. Azealia era un ángel vestido de turrón, Janelle
llevaba faldas cortas rojas como el aire de detrás del ocaso y bailaba
con un secreto entre los labios.

Polvo y fulgor. La tierra responde y su lengua es un diamante oscuro;
la naturaleza imita al sueño, por eso no se puede soñar eternamente. Jordan se ha comprometido a obrar un milagro
cada vez; su esencia no se agota en la batalla ni disimula su esfuerzo. Descalza,
recorre un valle de luna y se apodera del viento, mueve los hilos de la lluvia,
desciende un paso roto.

La nueva chica milagro es la de siempre. Difunde una letanía jovial y las mujeres la escuchan
detenidamente. Por fin, se inicia el canje, el intercambio sonoro, su voz
aterriza en la base del cielo, paraliza el eco de las sombras. Ha citado un arco iris de nación desconocida:
la adoran en silencio. Ha convertido los motores en bruma, el asfalto
en una pista de sangre.

Ningún alma a su altura, ninguna en su proyecto. Ningún alma olvidada en el tintero acumulando
siglos de espanto. Un punto de ausencia por el mundo, amaneceres soleados,
vírgenes, deliciosos campos rubios que invitan a una muerte apacible.

Jordan y su corazón que sangra de puntillas, se acerca a la montaña, ya paladea la cumbre
nevosa y última, el demacrado vértigo y la sed
que solo dan los besos prometidos.

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