domingo, 6 de marzo de 2016

flash


Se trata de correr. Más rápido, flash, flash; correr después de todo,
antes de advertir el precipicio, su oquedad incitante, antes de escuchar el romántico zigzag
de los almendros, su metáfora prohibida. Hay un lenguaje en marcha: sube. Caín ha traicionado su estirpe y se compadece,
huye de la escena, ha olvidado su línea de reparto. Ahora un ángel
reverbera y recibe una oración por la espalda, es el momento del ser humano, su momento. Piensa
en sí el espíritu como en una forma intacta, no angulosa,
títere de la naturaleza. Su redondez es fruto del colapso y la necesidad; ni tiene
estómago para según qué preocupaciones.

Esta es su opinión:

Quién su perfecta forma al bosque cede
para que se haga luz donde el misterio
entre las sombras erigió su sede
como se funda un nuevo monasterio.
Quién puede dar lo que ni dios concede,
más poderosa que cualquier imperio:
la imagen de una rosa que no puede
darse en ningún jardín en cautiverio.
Nace la primavera en su mirada,
la luz fecunda el gris y lo convierte
en una suerte de frecuencia helada.
Una cruz sobre el lecho de la muerte
y, sin beso de amor que la despierte,
en el cielo, una flor crucificada.

Bruto ha apuñalado una sombra sin pronunciar palabra. La poesía se incluye en el jardín. Los habitantes
del parque fuerzan la carrera, echan chispas, humo que se sobrepone o se prostituye al aire puro;
son cuatro dimensiones y un poema
chafado como un cadillac en ruinas. En el estereotipo está la virtud, por ahí
anda la síntesis de la verdad: donde menos te lo esperas.

Jordan siempre por ahí. Acariciando un rosetón de viento, viento que deprisa, que derriba,
sustituye el orden de las hojas –sin rechistar el árbol–, hace valer su influencia
sobre el chorro erguido de la fuente, la luz acampada en el claro,
ciertos animales. La ardilla notifica su efecto, pero nunca hay ardillas, la hierba es poca para tanta familia –¡ah, qué tribu sin bisonte!
El coche ha pasado tan despacio, pasa tan despacio que parece
que fuera a dispararse, que fuera disparar. Alguien corre frente a un grupo de silencio,
alimenta rumores, flash, flash…  

Se rumorea siempre que la Princesa ha cometido su último delito,
ha sido encarcelada por diluvio o ha ascendido a los cielos montada en su elemento: sin razón.
El sello de su nombre ha cambiado de impacto y ¡qué gran salto hacia la eternidad! Los márgenes
estiran el informe, hacen gracia a la comisión recaudadora.

Las malas lenguas, falsas como señuelos, muy íntegras: que se parece a la cara del ángel y tiene el pelo igual
o luce igual que Ariel, que se apellida igual y viste igual. Que ha dejado de hacer y sus consecuencias.
Ella mira al sol sin quemarse los ojos,
cede su forma en lo mejor del parque, este centro vital y concurrido
donde las viudas tuercen la madeja del sueño y preguntan por un gramo de noche, ofrecen
labios de hambre y sus pequeños, también muertos, llevan luto por su cruda dinastía.




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