Se trata
de correr. Más rápido, flash, flash; correr después de todo,
antes de
advertir el precipicio, su oquedad incitante, antes de escuchar el romántico
zigzag
de los
almendros, su metáfora prohibida. Hay un lenguaje en marcha: sube. Caín ha
traicionado su estirpe y se compadece,
huye de
la escena, ha olvidado su línea de reparto. Ahora un ángel
reverbera
y recibe una oración por la espalda, es el momento del ser humano, su momento.
Piensa
en sí el
espíritu como en una forma intacta, no angulosa,
títere
de la naturaleza. Su redondez es fruto del colapso y la necesidad; ni tiene
estómago
para según qué preocupaciones.
Esta es
su opinión:
Quién su perfecta forma al bosque cede
para que se haga luz donde el misterio
entre las sombras erigió su sede
como se funda un nuevo monasterio.
Quién puede dar lo que ni dios concede,
más poderosa que cualquier imperio:
la imagen de una rosa que no puede
darse en ningún jardín en cautiverio.
Nace la primavera en su mirada,
la luz fecunda el gris y lo convierte
en una suerte de frecuencia helada.
Una cruz sobre el lecho de la muerte
y, sin beso de amor que la despierte,
en el cielo, una flor crucificada.
Bruto ha
apuñalado una sombra sin pronunciar palabra. La poesía se incluye en el jardín.
Los habitantes
del
parque fuerzan la carrera, echan chispas, humo que se sobrepone o se prostituye
al aire puro;
son
cuatro dimensiones y un poema
chafado
como un cadillac en ruinas. En el estereotipo está la virtud, por ahí
anda la
síntesis de la verdad: donde menos te lo esperas.
Jordan
siempre por ahí. Acariciando un rosetón de viento, viento que deprisa, que
derriba,
sustituye
el orden de las hojas –sin rechistar el árbol–, hace valer su influencia
sobre el
chorro erguido de la fuente, la luz acampada en el claro,
ciertos
animales. La ardilla notifica su efecto, pero nunca hay ardillas, la hierba es
poca para tanta familia –¡ah, qué tribu sin bisonte!
El coche
ha pasado tan despacio, pasa tan despacio que parece
que
fuera a dispararse, que fuera disparar. Alguien corre frente a un grupo de
silencio,
alimenta
rumores, flash, flash…
Se
rumorea siempre que la Princesa ha cometido su último delito,
ha sido
encarcelada por diluvio o ha ascendido a los cielos montada en su elemento: sin
razón.
El sello
de su nombre ha cambiado de impacto y ¡qué gran salto hacia la eternidad! Los
márgenes
estiran
el informe, hacen gracia a la comisión recaudadora.
Las
malas lenguas, falsas como señuelos, muy íntegras: que se parece a la cara del
ángel y tiene el pelo igual
o luce
igual que Ariel, que se apellida igual y viste igual. Que ha dejado de hacer y
sus consecuencias.
Ella
mira al sol sin quemarse los ojos,
cede su
forma en lo mejor del parque, este centro vital y concurrido
donde
las viudas tuercen la madeja del sueño y preguntan por un gramo de noche,
ofrecen
labios
de hambre y sus pequeños, también muertos, llevan luto por su cruda dinastía.
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