jueves, 8 de febrero de 2018

desterrada


Dicen: hemos visto su corazón; su corazón era una esfera transparente
donde un alma llamaba a las puertas de la luz.

Jordan reflexiona sobre la belleza, su gracia desterrada del reino, acostumbrada al peligro. El parque
es (la) ciudad, es apetecible, es neutro recorrer el barrio y encontrarse con una hilera
de huertos asfixiados en la bruma de smog –obsequio de apátridas triunfantes.

Los poetas se masajean el ego, pero bajo tierra. Es de muy buen gusto
reconocer las provocaciones, hacer frente a la sierra mecánica de la cuenta atrás, intervenir las nubes
con la paleta morada del peor paisajista de la historia. Es de mal gusto reconocer las privaciones de una vida,
esta vida moderna embebida de tragos amargos como fotografías sin arreglo, retratos amables de Walker Evans:
familias entroncadas con el polvo, hondos príncipes de la prosperidad y el viento.

Ella es la mejor, posee el don, el estro mayestático, la aritmética que da,
el balance inconsciente; su figura nada
oculta, a nadie sustituye, carece de máscara y posición analógica; oh, mas frecuenta espectáculos y masificaciones,
recita complots y conspira contra la república. Su poema reside
en la rama más alta a ras de suelo, al límite de la verdad.

La belleza martiriza porque un ángel lo ha decidido –y contra ella (Destiny) no hay manera. Pueden
hacerse planes, construirse palacios olvidados, playas concurridas y zonas de contacto: su espejo es
todo el cielo y contra eso
no se puede luchar.

Ah, pero la poesía engendra su espacio en el espacio, su loma y su pradera, su minoría
de césped repeinado, su plastificación argumental. La poesía no es aquella
gárgola cargada de futuro, ahora está plagada de recuerdos, dispara cáscaras de naturaleza, presiente lo que nunca ocurrió
y aguarda su catarsis mientras arrulla mañanas soleadas, noches bárbaras.

Jordan es tan bella como un relámpago tras el silencio, hermosa
como el himno bastardo de la sangre, voz que alimenta
efímeros jardines; pues su destino es el arte, y lo va profanando a dentelladas de fuego, como si el suyo no fuera
el oficio más honrado del mundo.


lunes, 5 de febrero de 2018

anatomía forense


Como el placer de arrancarse una postilla, los chavales tratan de explicárselo a Destiny
y ella los mira con los ojos muy abiertos, pero no recuerda. El alba ha trascendido el horizonte y las series
luminosas del sol han dado paso a una verbosidad de la naturaleza, una incandescencia
de la hierba, el florecimiento lógico del campo en toda la extensión de su espesura. Lo que supone la intervención
crítica del demiurgo y sus batallones de limpieza. Es de suponer.

El KRIT insinúa su obra como un profeta melancólico: hay retazos por aquí y por allá, existen
copias manuscritas de su proceso autónomo, palimpsestos y otras cabezadas de la literatura.

Ha aparecido un arco que no marca ninguna hora
conocida, es una puerta espacial o el pasaje a un mundo mejor. Una locomotora podría aparecer remachando
humo y señales bíblicas hacia el panorama, conteniendo la respiración de los cuervos. El ruido
podría ser un rap antagónico prologado por un maestro zen, la alegoría del silencio.

Hay un carrusel de ventanas que se cierran, balcones que no albergan ilusiones
culpables, ni han sido hollados por la planta curiosa de una heroína romántica, es decir,
no han sido descritos en cualquier idioma, ni vociferados en escena,
ni puestos a secar entre cuatro paredes. Miradores que fueron de grandes decepciones, terrenos sin peinar,
libros ordenados de mejor a peor, voces sin remedio.

Oh, Destiny detesta su propia belleza abominable, el mero impacto de su melena oscura en la materia fértil de los sueños humanos,
sobre la miseria que caracteriza las emociones, el nicho corrupto del amor. Su cuerpo
es de un tamaño semejante al de una montaña, sus manos como arrecifes de roca limada por el viento,
sus pies hechos al dominio del hielo y la cellisca. Tan diminuta cuando cruza el firmamento, como deja de verse
durante un segundo, ave de luz y sombra, límite inabarcable.

No recuerda, tiene todo en qué pensar; pues ha vivido. La banda sonora del parque
transmite en la frecuencia indebida habitual y las chicas sintonizan sus labios con el paso del tiempo, aplican sus oídos
al aire que se muere de vergüenza, debutan en el credo de la sangre. Ella se remonta al falso brillo del primer
trofeo, la primera llamada al desencanto, el primer beso hasta la náusea, y solo allí concibe
la presentida forma de su mala conciencia.


sábado, 3 de febrero de 2018

una ojeada por el hueco del arte

















Destiny contempla su conciencia (contempla su inocencia: es el poder del ángel); su conciencia,
artefacto despojado de humanidad, de experiencia y memoria. Solo en el parque, solo en la nave
gigante camuflada de verde original, tomada por un escuadrón de gorriones ingrávidos, casi divinos.

Después de tantas traslaciones, el ángel consigue la sabiduría,
puede ver, uno tras otro, una cadena de universos que se aniquila en el tiempo. Ahora se hace
pasar por una muchacha más, un ser pacífico, aunque sus ojos
quemen y su boca derrame la ambrosía candente de la perfección, su poesía
sea parte de la noche.

En el parque, encuentra personas confinadas en islas de conocimiento, titulares de sombras;
un poeta en su rama –loco de amor–, la cabeza vuelta hacia el espejo del agua, las manos quietas como pájaros
muertos.

Jordan en su balcón, deliberadamente sola, fijándose en el juego de la magia, en el hueco
del arte, en el secreto que esconde un metro cuadrado de tierra: su jardín. Las palabras escalan por su pecho
mimoso, su piel de caramelo, su reloj a la hora de cenar. Hay un poco de sangre
perdiéndose por su garganta, debilitando su cuerpo respirable,
su carne fotográfica, su manía (de amor).

Destiny desmenuza en su interior la respuesta que a nadie convence
antes de lanzarla como una bola rápida con el efecto de su brazo izquierdo, la vigorosa curva de su mirada
nueva; la verdad está en alguna lápida, por los suelos
y no en el aire que inocula el veneno tumultuoso de la vida, y no en la música
edificante de la lluvia (que
caerá).

Pulcra, nuda esencia, leche materna, lengua materna,
conciencia desterrada, una imagen revoltosa del cielo (no de dios); el alma se ha volcado
en la metáfora, se ha poetizado en exceso. El alma es un contraste que perdura, la confesión de un niño pequeño,
¡oh!, y la malicia del verbo.

Pero el arpa ha conquistado el silencio como una novia muda, ha hablado
en el idioma de la forma intacta, su voz, tan pálida como un lamento, el profundo quejido de la soledad,
cierta profesión de la materia. Algo turbio que acecha la exactitud
coral de las campanas, ese punto animal de los espacios cubiertos de nostalgia,
algo sucio creciendo en el milagro de la resurrección.

jueves, 1 de febrero de 2018

cada ángel en su habitación


Descubrir un túnel, ferrocarril subterráneo hacia otra
zona liberada; pues la conciencia continúa su periplo urgente,
sin interrupciones ni tiempos
muertos.

El poema (¡quién sabe!) lo va diciendo, anda diciéndolo por la calle ancha,
subido al carromato de los enfermos, en la cola del pan,
está en la puerta del hospital gritando un nombre que no existe.

Porque nadie lo intuye, nadie tiene ese momento de lucidez y angustia; ese
movimiento de la sangre aterrorizada que corre y se detiene,
remisa como una respiración intolerable.

El cielo ha vuelto a liderar una revolución; ha sido mirarlo y desatarse. Ella ha iniciado lentamente
el escarceo, la levedad del cuello ha concretado su ápice, unos ojos han retirado su velo y la idea
se ha abierto paso a borbotones. Su belleza ha provocado el seísmo, la reencarnación de la verdad;
y hasta los besos parecían traducibles, legibles entre tanta poesía, alcanzaban potestad y régimen,
mostraban su intolerancia a la desilusión como dando un paseo por el parque debajo de casa.

Cómplices de la pureza, los árboles controlan una extensión viable de césped o inabarcable de Hierba
(que también vierte su voz histórica). Desde el sueño, Jordan atiende a sus héroes odiosos
y no es que no la atrapen, no es que no le agrade la pulcra cadencia de las bases, aunque prefiera un cuerpo a cuerpo
sin alma que ocultar.

Incluso el Ángel (Destiny) ha sido invitada a la consternación del paisaje; y no hay ocaso que lo ensucie,
ni frágil textura del espacio que no prevea una solución de compromiso. Cruza las manos, no en oración,
sino en signo y protocolo innatos, certeros e inasumibles, nada humanos; pero
sus dedos anulares, sus pulgares, sus corazones sin corazón, sus dedos pequeños y regulares que invaden la noche
de estrellas sin comienzo, que se recuperan después de la batalla y giran siguiendo un algoritmo de mediocridad o un número
bajo, que contradicen el principio y hablan de la sociedad de las galaxias, una multitud de planetas
habituales, todos repletos de habitaciones de hotel.

Chirría el universo entre la diáspora: Star Trek tiene razón; no solo existe una Vía Láctea,
sino muchas, cada una con su épica grupal, sus enésimos soles moribundos, su singularidad involuntaria.

Frente al espejo, la lucidez es un párrafo inexacto, la mirada, un tránsito,
un gambito de dama. El tiempo permanece y es lo justo, es un complemento acaso innegociable.
Destiny escucha el mudo crepitar del fuego y olvida para siempre que es un ángel, que la vida
consiste en apagarse y despertar sin miedo. 


martes, 30 de enero de 2018

noticias del s. XX


La ciencia ficción ha sido traicionada, pero no es ciencia,
sino artesanía lo que fluye en cuantos de memoria, discretos sablazos neuronales, ríos
familiares y eternos donde acuden las Musas sin pintar.

Drogas de color pastel, plumas elegantes de Vurt, metanfetamina para leerse hasta los anuncios por palabras
del periódico, toda la letra pequeña del contrato infernal. Este es el pobre poeta,
su día a día agónico y agnóstico, su pobreza bajo el nivel de la pobreza, aquella melancolía
difusa curtida en la depresión y el aggiornamento frustrado.

Milagros, hubo: monasterios de rocosa planta saltaron por los aires,
aparición de yonquis espectrales, heridas mutuas que sanaron por principio. Princesas sin cuento. Y siempre
una muchacha, su vestido blanco, su cabello negro, ojos como
minerales en lucha con la tierra, labios como figuras de póker enclaustradas en cuadros de Gauguin. El poeta
y su chute de speed (ese narcótico en ruinas), su lanzadera espacial.

De vuelta al espejo, resulta que las revelaciones se suceden. En una novela rusa
de ciencia ficción hard de los años cincuenta (s. XX); el héroe contempla su faz en el cristal –mientras
ruge el tractor entregado a su lucha cotidiana– cuando tiene lugar una promesa,
se produce una victoria de la intuición marxista y el joven
comprueba la vigencia de su pensamiento mediante una alocada
traslación interdimensional.

Destiny protesta ante la trilateral divinizada, su cuerpo
es la reliquia preciosa de su arte, sus manos fomentan el culto de las mariposas, sus pies anulan
toda certeza sobre la cultura (sobre la belleza). No ha derrotado al tiempo para esto,
para no ver la luz.

Tenemos poesía para rato: es la verdad. No se ve el final de este río de oro, este metal
precioso que golpea la noche desde un punto ciego, que no ha muerto todavía a pesar del silencio infinito
de los muertos, de la vida que alienta un sinfín de universos desde el próspero surco de la nada.



sábado, 27 de enero de 2018

metafísica al detalle


Es por dinero que la hierba se funde en la sonrisa del gato,
es por dinero que los árboles graban sus iniciales en la memoria del peregrino.

Sin dinero, no hay pan, solo un poco de amor,
solo una palabra que suena tras el golpe seco del timbal, detrás del ritmo, solo un espejo
distrayendo la realidad.

Los niños estaban, gateaban y de repente
no había niños en el mundo. Y el verso siempre remitía a un campo nuevo, un organismo salvaje
hecho de lastre y sin misericordia. El poeta. Demiurgo. El mago que aterriza en el silencio, donde no hay nada
que llevarse a la boca ni los espectadores demandan otra pirueta mortal.

Hablando rápido como en un rap que fuese demasiado
ecléctico, hablando a la velocidad del buen sentido, cotizando hipérboles, ventilando acantilados verbales
en sus lenguas maternas. El espejismo firma una controversia real, se mantiene en su rutina vegetativa, su costumbre
hipócrita. Un sesgo desafortunado, de los que horadan el misterioso corpus
lírico, beben de santa teresa –en ella abrev(i)an–, se debilitan en el área propia de los más particulares, que también manifiestan
apreturas, maquetas de garaje entre la jerga sublime de los principados.

Ah, ellos, tibios seres andróginos, ¡tan molestos! Está Angel Haze, dubitativa como nunca
entre dos o tres milagros concienzudos, domesticándose la duda, tan poética. Sigue Destiny, que está dormida ahora,
vuelta del revés en su onomástica perpetua, su tierno paraíso urbanizable, como en la calles delicadas
que agrietan los superbloques de Jacob Riis. Y estas almas concuerdan con el talle de una princesa,
son cuerpos en detalle, animales sagrados.

En la Tierra, Jordan ha pagado por un sábado y le han dado un domingo por la tarde. Es por dinero que sufre,
y sus lágrimas doblan la ropa mascada, planchan el estómago del aire. Hasta sueña con un salto al vacío en español;
(¡ánimo, Jordan!), su vestido blanco es una bandera; el rojo de sus labios camorristas, el lujo que le ronda,
son personas, rituales aprobados por el sol.

Finaliza la temporada del flow y la hierba reduce el potencial
de la montaña; el poema revienta y una espiral de humo sube al cielo, el tiempo se transforma
en puro pensamiento, elimina barreras, luego, pinta su nombre en el espacio, pero con el mismo acento rácano del sur.



jueves, 25 de enero de 2018

lo que puede ocurrir


Entonces, un verso es necesario
aunque no lo sea. En poesía –brother– la palabra torna/muda
insignificante/muda, queda reducida a la forma, queda patidifusa, como si se despeñase por el hueco de la escalera.
Ante los ojos latinos de Jordan, el poeta se comporta como un observador
exangüe cuyo campo visual hubiera sido invadido por la niebla
incierta de la estupefacción y el pánico.

Es como buscarle un significado al milagro cuando los propios ángeles
carecen de propósito y solo cumplen (al pormayor) con su mandato genético. El poema fascina
por su desinformación y su metafísica parda, sus incontenibles deseos de agradar.

Jordan le suelta una patada a un árbol y de pronto una lluvia de palabras
terminadas en –elo caen del cielo. Hay como una helada de hielo, una picazón de anzuelo,
turbio pelaje de terciopelo, algo animal (o es Gris, que se conmueve). Las cosas de este mundo
se mueven a velocidad ambiente, pesan lo que una pesadilla, se olvidan de que han vuelto a empezar.

El poema es un trópico y, como tal, actúa,
fagocita los órganos precisos a la expresión, deposita sus tics en una caja fuerte,
y espera. Una lectura amable es lo que puede ocurrir, sometida a las vicisitudes de la gramática y la (alta) escuela. El poeta
rumia su potaje casero de momias reciclables, crea un fascículo
completo de su obra y lo presenta en sociedad, con gran protagonismo de su parte.

En el parque, su parte es el espacio nuclear y vacante, trasnochado y nada
flamígero; el poema es un ángelus a capela, un discurso sobre el estado del corazón. Surge el pánico
escénico ante una mirada residente y virtuosa, un concentrado de felicidades
y orgullo. El primer verso, entonces, es un paseo por el lado culpable
del futuro; sometido al dulce juicio de la historia,
no sube de volumen, no rima: solo entra en shock y manotea desesperadamente en el vacío.



martes, 23 de enero de 2018

tomavistas


Una flor no tiene nombre, tampoco los árboles (no hay casas
en el verso). Las nubes. El planeta tenía su remordimiento, un conjunto vacío; de acuerdo,
era un campo propicio, experimental. La Tierra es ahora tan pequeña como un campo a la vista,
un terruño masacrado, tan ligero como el parque que se revela desde una altura
discreta, siquiera prolongada el escaso vuelo de la mariposa, y ya.

Qué flor tan tímida; Jordan la mira (es en tecnicolor) con ojos y párpados,
ojos-pájaros que se le van detrás; el color apunta a una resurrección acompasada, impasible, algo casi en acción,
verbal pero acelerándose a cada reflejo.

Diríase procede de la carne, es un ritmo nativo con calambres en las extremidades, una especie de danza estrangulada
o demasiado coloquial para la escena. Predicadores hubo que desearon la noche,
dieron pábulo a la piel de la inocencia, se ocultaban tras estampas y doseles, viajaban por el aire
como palabras mágicas, también como la sed, el hambre y la justicia,
en absoluto como el amor.

Pertenece el amor a ese paisaje rectificado, rocambolesco de las buenas intenciones, se remansa un día
en el espíritu, planta en el espacio la semilla de su profanación. Pues tiempo que perder
es lo único que existe, silencio y dejadez,
olvido y pérdida. Sorprende que los ángeles sean muchachas vestidas de blanco para la ocasión, expulsadas
del duro paraíso, orgullosas de su duelo y su confianza.

Se verifica, sin embargo, la extraordinaria resolución de las murallas, una capital de túneles
ferroviarios a la que escapar del propio pensamiento, una ciudad de manantiales secos y pozos congelados,
trazas de cualquier imperio colapsado, de cualquier gobierno en las tinieblas.

Jordan crea la flor en su memoria, recrea un cetro y un palacio para sus trenzas y su claridad, porque solo hay un nombre
más allá de la forma que codifica esferas y diluvios, que atesora el trabajo en paletadas de espuma, sudor y movimiento;
si apenas quedan cruces en la cara B de la alegría.


domingo, 21 de enero de 2018

dos pasajes a la playa de los ángeles


Con un poco de vergüenza
se lee el poema (cuando el poema es de amor).

El poema de amor cuelga de su rama perfecta, no se desmorona, finge su caída,
pero aguanta incluso el conteo de un lejano
campanario, la turba ajetreada de las abejas golosas, el añejo perfume del anochecer. Jordan y su mejor amiga
repiten un nombre, ríen con un poco de vergüenza, porque el poema siempre
hace algo de gracia (cuando el poema es de amor).

Las chicas han subido a un avión varado en el desierto, se disponen a viajar a otra
ciudad de Los Ángeles. Tienen el mar a un lado, como un pensamiento
ajeno, divertido; las olas sestean en la plácida memoria del océano, se repliegan y lanzan su frescura otoñal hacia un metro
cuadrado de recuerdo, desatan la sonrisa del ayer. El pasado
se curva –como todos los besos–, acaso sirva a una multitud de labios, una paleta de carmín.

Verso a verso, el poema ha declarado la guerra
al mañana tranquilo, al paseo tranquilo bajo el sol y las hojas, la noción
literaria de un espacio protegido por la bondad de la naturaleza, rendido a la trifulca de un dios apaciguado. El amor
se triplica como en un milagro independiente,
vuelca una pócima sobria en la vena sangrante de la aurora, sus ojos aumentan de tamaño como libros recién
escritos por una mano desmañada.

Jordan ha formado una familia con diez pájaros de nombre impronunciable. Y se ríe. Pero el nombre
en el poema es otro, y libra su batalla en la frontera, es un contrato con la oscuridad. (Cuando el poema es de amor) la poesía
roza el espectáculo, hace cosquillas en el alma, termina de arruinar el primer baile y monta en su jet
privado con destino a la playa de Los Ángeles,
donde quiera que esté.


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